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LA DEFENSORA DEL LECTOR
Columna
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Lenguaje sexista

La discriminación de sexo por el lenguaje, el lenguaje sexista, es un hecho que preocupa a muchos lectores/as de EL PAÍS, que hacen llegar sus protestas a esta Defensora por lo que consideran una falta de sensibilidad del periódico ante una de las tradicionales barreras que se interponen en la igualdad de los sexos. Lectoras, pensarán ustedes. Sí, en su mayoría, pero no sólo. Los hombres también protestan. En unos casos, porque directamente rechazan la discriminación sexual, en ocasiones sutil, hacia las mujeres. En otros, porque detectan y repudian el "olorcillo machista" de algunas informaciones.

Pero uno de ellos, Antonio García, se lamenta, algo poco habitual, del sexismo en el lenguaje referido a los hombres. García, presidente de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE), entidad que persigue el cambio en los hombres y en sus modelos tradicionales de masculinidad "para acercarse a otros valores más democráticos, igualitarios y respetuosos hacia las personas", se queja de una crónica taurina, publicada el 25 de febrero, en la sección de Cultura.

La crónica, enviada desde México por Raimundo Vázquez, titulada Pundonor y hombría, exalta, desde su punto de vista, "determinados valores (pundonor, valor, fortaleza, desprecio del peligro, etc.), tradicionalmente asignados a los hombres, a eso que en el artículo se denomina hombría. ¿Pero qué es eso de la hombría, y sobre todo, qué consecuencias tiene en los hombres?". García rechaza el modelo tradicional que la sociedad, de una manera más o menos explícita, impone a los hombres, "que incluye la fortaleza y valentía como elementos estrella. Algunas personas pueden pensar que eso es cosa del pasado, pero titulares como el de su periódico y miles de detalles de la vida cotidiana demuestran que están muy vigentes y nos siguen determinando cada día. Y la necesidad de ser fuertes y valientes, constantemente y en todas las ocasiones se vuelve contra nosotros. Estoy cada día más convencido de que estos elementos son el origen de muchos de nuestros problemas:violencia de género, incomunicación y otras dificultades en las relaciones de pareja".

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El lector asegura que, de creerse el modelo masculino que refleja la crónica, y en el que se ha educado a los hombres desde muy pequeños, "no podría permitirme sentir determinadas emociones, como el miedo, la inseguridad, la frustración o la tristeza, incompatibles con sentirme y verme siempre fuerte". Y expresa un deseo: que EL PAÍS rompa con los estereotipos del género y promueva la inclusión de estos nuevos valores como norma de estilo.

El crítico Raimundo Vázquez asegura que en absoluto se trata de machismo, porque dichas expresiones se referían a un torero que, en su profesión, iba más allá de la obligación moral que tiene ante su público, ya que al estar herido y seguir toreando arriesgó su vida más de lo normal. "Si la cornada se la hubieran dado a Cristina Sánchez o Paz Vega, las dos últimas matadoras españolas que han actuado en México, habría utilizado las mismas expresiones, excepto la de hombría, pese a que su sentido no era la exaltación de lo masculino, sino de algo que iba más allá del deber".

La redactora jefa de Cultura, Ángeles García, entiende que el término hombría se refiere aquí a cualidades morales como valor o voluntad. "Se ha utilizado para ensalzar el arte del toreo, y no veo en ello el menor rastro de lenguaje sexista. Es más, lamento que no haya muchas ocasiones en las que podamos utilizar este hermoso concepto".

Efectivamente, pese a que tan hermoso concepto se refiere a cualidades morales aplicables a todo el género humano, el diccionario de la Real Academia Española define la palabra hombría como "calidad buena destacada de hombre, especialmente la entereza o el valor". ¿No es esto sexismo?

Algunas lectoras se quejan de que el periódico oculta a la mujer como protagonista de la noticia. En unos casos, tras los masculinos genéricos: ciudadanos, diputados, periodistas, gallegos, vascos... En otros, al eliminar las terminaciones femeninas para profesiones como jueza o médica, admitidas por la Academia. "La costumbre en su periódico de utilizar el masculino para referirse a hombres y mujeres produce automáticamente el fenómeno de ocultación de la mujer y la masculinización del pensamiento. Lo que no se nombra no existe", dice Naty Cabello, que cita el caso del reciente asesinato de la doctora de Tarragona, Gloria Sáez, en el que el periódico siempre se refirió a ella como "la médico".

En estas ocasiones, el Libro de estilo de EL PAÍS, al referirse a profesiones como jueza, por ejemplo, señala que, aunque la Academia admite este femenino, se seguirá escribiendo "la juez", dado que "juez es una palabra sin la terminación característica del masculino (la o) y, por tanto, no necesita la variación para el femenino".

Soldadas

¿Por qué no llamar soldadas a las soldadas?, se pregunta con humor afilado y socarrón Fernando Lázaro Carreter, en su último libro El nuevo dardo en la palabra. El experto lingüista comenta la frecuencia con que ahora se utiliza el término efectivos, que siempre es plural, con carácter individual, quizá porque la presencia de mujeres en el Ejército dificulta hablar de soldados y soldadas...

La filóloga Mercedes Bengoechea, decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), autora de diversos trabajos sobre el sexismo en el lenguaje de los medios de comunicación, opina que en un proceso de cambio transformador como el que nos ha tocado vivir, con la irrupción masiva de las mujeres en el mundo público, no debe desconcertar la variedad de utilizaciones de la lengua. "Es natural que coexistan dos formas: la concejal-la concejala, por ejemplo. La gente se preocupa por la caída de ciertas normas producto de una sociedad patriarcal, en lugar de entenderlas unidas a una transformación social que lleva consigo la de nuestro orden simbólico".

Al referirse al debate que todavía suscita, después de tantos años, el uso del femenino en las profesiones, Bengoechea dice: "Si una mujer se identifica con un apelativo o un título profesional debe seguir usándolo, diga lo que diga una Academia que se ve obligada a cambiar de criterio según avanza la sociedad. Hay casos curiosos que ilustran esta posición. Dentro del mundo académico, por ejemplo, cada vez un mayor número de mujeres se presentan como miembras de una Comisión; en las bodas a las que he asistido las mujeres dicen espontáneamente de sí mismas que son testigas. Mi opinión es que no hace falta que se auto-obliguen a nombrarse de una u otra forma. Un buen día se encontrarán de pronto que les gusta ser abogada, médica o ingeniera. Casi sin ser conscientes, habrán variado la perspectiva".

Otros lectores/as reprochan, más que el propio lenguaje, el tratamiento sexista dado a algunas conocidas mujeres como "esposas o ex esposas de hombres públicos". Es el caso de Cristina Giménez Vega, que manifiesta su estupor e indignación ante el trato dado a Elena Arnedo en la noticia de que iba en la lista de Trinidad Jiménez, candidata a la alcaldía de Madrid. "El magnífico historial profesional de Elena Arnedo se reduce a ser la ex mujer de Miguel Boyer". Giménez lo considera "una ofensa a todas las mujeres que afrontan una responsabilidad ante la sociedad en su nombre propio y que piensan que su vocación va más allá de ser soltera, casada, viuda o monja".

Una crítica muy similar plantea, desde Aguilar de Campoo, Kjell-Reidar Steffensen, que lamenta que Danielle Mitterrand fuera presentada en un titular de Internacional como "la viuda de Mitterrand". "¿No creen que los lectores de EL PAÍS están familiarizados con el nombre de Danielle Mitterrand sin necesidad de enviudarla?

No son anécdotas. Los medios de comunicación tienen una gran influencia en la sociedad, crean modelos, conforman actitudes, comportamientos y visiones del mundo. Y, como bien recuerda Mercedes Bengoechea, "rompen o perpetúan mitos y estereotipos". Así pues, conviene estar muy atentos. Y ustedes, lectoras/es, no dejen que nos despistemos.

Los lectores pueden escribir a la Defensora del Lector por carta o correo electrónico (defensora@elpais.es) o telefonearla al número 91 337 78 36.

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