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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Libia y la coalición

Las muertes de civiles comprometen la razón última de ser de la resolución de Naciones Unidas

Salvo que se tratase de una nueva añagaza de Gadafi, la cuenta atrás del régimen libio podría haberse acelerado en las últimas jornadas a juzgar por sus intentos de buscar una salida negociada y por la defección de cargos gubernamentales, como el ministro de Exteriores, Musa Kusa. Sobre el terreno, sin embargo, persisten los combates entre los rebeldes y los leales al dictador, confirmándose un relativo estancamiento de los frentes de guerra que plantea dificultades a ambas partes. Para los rebeldes, el objetivo prioritario consiste en resistir militarmente hasta que el régimen se desmorone. Para Gadafi, en cambio, se trata de hacerlo en el ámbito diplomático, confiando en que la prolongación de la guerra hará mella en las opiniones públicas de los países de la coalición y forzará la retirada.

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La aplicación de la resolución 1973 ha supuesto una ventaja para los rebeldes en la medida en que está privando a Gadafi del recurso a la aviación y los blindados, las dos armas en la que basaba su superioridad. La cumbre de la coalición internacional, celebrada la semana pasada en Londres junto a países del Magreb y Oriente Próximo, ha mantenido la incertidumbre sobre los objetivos de la misión y sobre los medios militares para alcanzarlos que la resolución ampara. Una interpretación laxa del texto, que es la que parece haberse impuesto desde el inicio, tal vez contribuya a acelerar la descomposición del régimen de Gadafi y el final de la guerra en Libia, pero al coste de comprometer el papel futuro de Naciones Unidas ante otras revueltas árabes. La idea de que el derrocamiento del dictador podría incluirse entre las medidas necesarias para proteger a la población civil va contra la letra y el sentido de la resolución, puesto que llevaría a la desmesurada conclusión de que cualquier acción militar contra Libia quedaría bajo su cobertura.

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Es una paradoja que puede pasar factura el que las potencias que votaron en el Consejo de Seguridad a favor de un embargo de armas a Libia y de sentar a Gadafi en la Corte Penal Internacional, hace apenas unas semanas, consideren ahora la posibilidad de armar a los rebeldes y de facilitar una salida al dictador. Con independencia de que sea acertado o no el cambio de criterio, lo cierto es que quien sufrirá es el sistema de Naciones Unidas, al ofrecer argumentos a los miembros permanentes más reacios a la intervención, como Rusia y China. La interpretación laxa del texto de la resolución 1973 es también la causa de la muerte de civiles por ataques de la coalición. Esas muertes comprometen la razón última de ser de la misión, por lo que es imprescindible que una investigación aclare las circunstancias en las que se han producido. También deberían conocerse las causas por las que la coalición atacó equivocadamente un convoy de los rebeldes.

El peor error en que podría incurrir la coalición es creer que la justicia del fin por el que combate justifica todos los medios, incluidos los que el Consejo de Seguridad no ha autorizado.

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