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Política de Estado y tiempo social en África

España -su política- sigue sin entender al Sur. Agotada la primera batalla incruenta de Melilla, la abulia de Estado propiciará el rebrote de los radicalismos y asistiremos a una segunda ofensiva de la violencia que cuIminará en víctimas populares, desconocidos culpables y mártires santificados. La perfecta espiral negativa para beneficio de terceros, y la copia implacable del destino africano ya revelado en Argelia.La viabilidad política en nuestras plazas está en manos de una voluntad vecinal enfrentada a gritos en lugar de apoyarse en un proyecto firme de Estado. No es admisible: que una situación tan compleja se observe displicentemente desde los despachos de Madrid. La crisis de Melilla no ha sido una crisis de Estado, pero pronto lo será si el Gobierno, responsable frente a la silueta histórica de esta nación, se desentiende de no aplicar con rigor una política nacional en África, pues lo que allí sucede involucra la paz de España, su imagen pública como sociedad moderna y su particular equilibrio institucional.

España es un país todavía muy ,católico, pero muy poco cristiano, que no es lo mismo. Aquí sólo nos acordamos de santa Bárbara cuando truena justo encima de nuestras cabezas. De momento ya hay muchos que se han dirigido suplicantes al Ejército, como bálsamo eficaz de dolores e iniquidades. Lo grave ocurrirá cuando sea el Gobierno el que acuda con similares rogativas, cuando es él mismo quien tiene que hacer de madre y partera en gestaciones tan necesitadas de sentido común más que de fórceps.

Desde este clarísimo abandono de la responsabilidad de Estado en. África -¿para cuándo un viaje del presidente, e, incluso de la Corona, a ambas ciudades? Un gesto necesario y vital que no tiene que ser simplemente histórico, como el del Sáhara. Y un viaje que no debe ser entendido corno un desafío por Rabat, sino como una acción obligada del Ejecutivo español sobre un área precisa, que no es sólo de su, soberanía, sino que pertenece al equilibrio internacional y condiciona el futuro del Magreb, al que ambas naciones deben confluir desde la sinceridad y el respeto mutuo-, es fórzosamente lógica la crispación de las comunidades cristiana y musulmana. La primera, porque presiente el abandono de España ante las espaldas vueltas del Gobierno (inmerso en una política de gestos y besamanos claramente promarroquí) y cree que sólo en los puños y amenazas encontrará su supervivencia. En cuanto a la segunda, aprisionada entre la incompetencia administrativa y el rechazo de los centros de poder de la otra comunidad, intuye el asentamiento de un sometimiento extrajurídico, por encima de promesas y modales ministeriales, y calcula erróneamente que con enarbolar símbolos de otro Estado puede lograr por el miedo lo que no logró por la paciencia. En esta ecuación de enquistada convivencia, ambos colectivos han llegado al mísmo resultado final: desconfiar ciegamente el uno del otro y atrincherarse en espera de nuevos pogronis a navaja descubierta.

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Actualmente, Ceuta y Melilla permanecen,en el limbo de lo desoladoramente previsible. Desde el vergonzante pacto de Torremolinos (otoño 1977), en el que la debilidad de UCD y los recelois del PSOE cortocircuitaron la simbiosis natural de ambas ciudades dentro de la comunidad andaluza, hasta los reiterativos noes gubernamentales sobre sus estatutos de autonomía, nuestras plazas se han quedado desnudas de sentido político -y, desde luego, social-, pese a ser las únicas que disponen de un frustrado articuládo personal (disposición transitoria quinta), mientras sus nombres aparecen con tanta insistencia en nuestra Constitución que más resulta petición implorante ante un futuro que ya se presumía incierto que consecuencia natural de una idea firme de Estado.

Las culpas de esta orfandad institucional se reflejan ahora en la crispación de sus habitantes, y que les inducen a prejuzgaracuerdos tácitos entre Estados, en el sentido de mantener dormido el status actual, para así disponer unos de una oportunidad aún más concluyente en el momento oportuno, y considerar otros que a través de otros regímenes o desde otras formaciones nacionales en el poder el acuerdo pudiera ser más natural o, cuando menol, perdido en el tiempo y, por tanto, de sus responsabilidades. Pero los pueblos -o las crisis norteafricanas- suelen ir más deprisa que sus gobemantes, y cuando esto su cede en exámenes de semejante magnitud y frente al tribunal de toda la nación española, la presión crítica no se resolvería con la renuncia al cargo, sino con la aplicación de severos traumatismos para impedir -o precipitar entonces- el naufragio del Estado.

Un pragmatismo internacional y de Estado asumido a ambos lados del Estrecho atribuye a Ceuta y Melilla un paralelismo de futuro solapado al de Gibraltar. Así que la solución radica en no presionar a los británicos e hibernar de por vida la devolución de la Roca. Pero en Gibraltar no se plantea una separación religiosa y de costumbres tan radical como en nuestras plazas, ni hay allí 27.000 llanitos que mañana griten -ser españoles -está por ver una manifestación de rifeños que griten todos ¡Viva España! desde el corazón-, mientras la debilidad economicocultural del pueblo marroquí le convierte en instrumento eficacísimo de violentos nacionalismos conectados oportunamente por quien entonces domíne en Rabat, por lo que los hispanos rifeños, nunca valorados inteligentemente ni como pueblo ni, como política, se verán forzados a pensar como inevitable el aceptar desprecios desde una sangre casi igual, aunque jamás hermana, que recoger lismosnas arrancadas desde una falsa caridad española que, desafortunádamente, siempre ha sido más pasional o extranjera que naturalmente compañera o intuitiva.

La supervivencia hispana en África está fundamentada en disefiar esferas sociales sin aristas ni zonas de sombra. Esto, que era perfectamente viable hace apenas dos años, aparece hoy vacilante, dadas las suspicacias entre ambas comunidades. Los musulmanes de nuestras plazas son ya considerados "el enemigo en casa", pero su quintacolumnismo, válido sólo para empleos miserables o como almohada de torpes pesadillas para quienes confunden patria con patrimonio, puede hacerse realidad por nuestros monumentales errores. El "todos franceses" del principio gaullista para argelinos y metropolitanos acabó en el "todos a cuchillo" de la OAS y el FLN. Y esto sucedió no por tremendismo histórico que ahora se recuerde, sino, sencillamente, porque, se Regó tarde. ¿Estamos todavía a tiempo en Ceuta y Melilla? Sin duda alguna que sí, y lo es porque no tenemos enfrente 10 millones de puños alzados por la independencia, sino un colectivo de 40.000 personas que piden simplIemente justicia social.

La guerra de las calles de Melilla no la ganará nadie, salvo la calculada espera de quien observa su maduración estacional frente al mar azul de Skirat. Pero España aún puede controlar su cultivo personal en África y evitar así que el fruto se desplome brutalmente sobre el predio colindante. Pasa ello es preciso configurar una nueva arquitectura política que devuelva la credibilidad de la idea de Estado a una doble comunidad que sólo debe ser una y que ahora se reconoce engañada por aquélla.

España, que tradicionalerrinte se ha empeñado en defender una política de murallas adentro y de espaldas al mar, sólo tiene salida en una acción de puertas afuera -que no implica el abandono de la racionalidad en el reconocimiento cautelar de la nacionalidad española, forzado por la estrechez de los perímetros ceutí y melifiense, y enfocado hacia un reciclaje social y técnico de los nuevos españoles rifeños, que puedan así acceder a puntos de trabajo en el territorio peninsular, descongestionando progresivamente los rúveles futuros de desequilibrio demográfico entre ambas comunidades- hacia el Rif y toda la nación marroquí, y para eso basta conestudiar lo realizado a diario por Francia -en su captación constante de nuevos cuadros superiores siempre afines con la ciencia y cultura galas- y en sustituir nuestra desastrosa política educativa en el Norte marroquí y en la Península -más becas y mejor dotadas para los estudiantes rifeños y yebalíes- por una imagen vivaz y coherente del derecho de Estado aplicado sobre una sociedad libre y pluralista.

Si asentamos la paz social en África nos quedará enfrentarrios al futuro político. Para superar este último, Ceuta y Melilla no contarán con más poderosos alkidos que su imaginación y esfuerzo. De aquí la evidencia para su seguridad de que coexistan diputadeis cristianos y musulmanes que defiendan la palabra de España en África. Por otra parte, ante la acusada falla económico-social que separa las tierras del Rif de nuestros enclaves, se produce el natural rechazo a depender político-administrativamente de estructuras semejantes. El problema es muy serio, pues no son diferencias que se arreglen con el tiempo de evolución interna, y sólo la convivencia con otros proyectos de vida y Estado pueden favorecer su asímílación equilibrada. Tanto el Rif como Ceuta y Melilla necesitan tiempo y nunca habría problemas entre ambos pueblos para aplicarlo sabiamente, pero ante la evidencia de poderosos factores de presión externa en la nación marroquí esta factibilidad de futuro se toma crítica.

Si España puede tener el coraje de asumir que la defensa a ultranza de su soberanía en África está seriamente comprometida en esta centuria que termína, Marruecos debe quedar convencido de que su bandera jamás ondeará sola en Melilla. Y es. así porque Ceuta y Melilla, más que de España y Marruecos, son de ellas mismas, patrimonio de la comunidad internacional, que puede mirarse en ellas como punto de encuentro de culturas y libertades. El ideal de futuro sería el de configurar un nuevo y original proyecto tangerino a escala de ambas ciudades, con la garantía de los organismos internacionales y bajo el patrocinio común y vigilante de los jefes de Estado español. y marroquí, previa una nivelación sociopolítica entre las partes que puede estimarse en tomo a una generación.

España debe reconocer que su futuro en África pasa por una adecuación inteligente de su ordenamiento constitucional, que permita componer a largo plazo una opción de Estado que salvaguarde los intereses de 100.000 españoles y suponga el mejor puente de aproximación intercontinental porencima del Estrecho. Pero los mutuos compromisos deben quedar prefijados en un futuro cercan o, pues en la estabilidad -siempre circunstancial- del régimen alauí tiene España su mejor baza de cara a los foros internacionales, y es muy posible que luego no tengamos más interlocutor que el aislamiento o las bayonetas, si es que entonces éstas aún pueden apficarse. Nunca debe calcularse sobre el pánico o el silencio para la acción de la justicia, y menos todavía para la seguridad nacional, pues sólo los pueblos fuertes saben ser generosos y a la vez precavidos.

Juan Pando es historiador, investigador y especialista en temas militares.

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