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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Machismo

Me preguntaba yo por qué esa timidez a la hora de nombrar este fenómeno social que, sin embargo, tanto eco mediático genera: se la ha llamado "violencia de género", y dan ganas de preguntar: "¿de qué género?". Se la ha llamado "violencia doméstica", cuando sabemos que una de las formas históricas de opresión contra las mujeres ha sido precisamente su reclusión al ámbito doméstico (de aquí la crítica feminista a la división público / privado y la máxima de "lo personal es político"). Parece que ahora se consagra la expresión "violencia contra las mujeres", que apunta en el buen sentido, el de subrayar la especificidad del problema; pero ello se consigue identificando a quien sufre la violencia y no a quienes la ejercen, y omite por tanto sus causas. Propongo, pues, llamarla "violencia machista".

Estos días asistimos a la discusión sobre la eventual inconstitucionalidad del anteproyecto de ley para combatir esta violencia debido a que no considera por igual a hombres y mujeres. ¿Acaso conocen ustedes alguna ley que haya reconocido el derecho de huelga a los empresarios? ¿O algún área metropolitana que necesite protección frente al imparable crecimiento del campo? Por otra parte, si el quiosquero mata al vecino del cuarto no se acuña un término específico para designar ese crimen, ni tampoco si ese vecino atropella a un viandante o si el viandante envenena a su antiguo compañero de colegio. Tampoco cuando una (alguna) mujer mata o amenaza a su marido: porque no constituyen fenómenos generalizados.

La violencia contra las mujeres sí hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra sociedad y por eso debe constituir una categoría específica para pensar y nombrar lo social y debe dar lugar a iniciativas para combatirla. Y si no, que declaren inconstitucional una publicidad desinhibidamente sexista que no vende sino cuerpos de mujeres, o un lenguaje que naturaliza la desigualdad entre los sexos, o unas entrevistas de trabajo en que se pregunta por la maternidad, o una Iglesia que prohíbe a las mujeres decir misa, o una monarquía donde rige la ley sálica. Si se pone en marcha una ley contra la violencia "de género" que considere "por igual" a hombres y mujeres, entonces la ley habrá dejado de tener sentido. Las relaciones sociales se caracterizan por ser relaciones de poder y para cambiarlas hace falta ejercer contrapoder.

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El Gobierno está haciéndolo bien a la hora de argumentar la legitimidad de la ley; lo haría mejor si abogara por la expresión "violencia machista", que es poner el dedo en la llaga.

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