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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Magia rota

Tras su derrota constitucional, Chávez ya no puede hacer en Venezuela lo que le plazca

Hugo Chávez ha ido demasiado lejos y la magia se ha roto para el líder venezolano después de perder por escaso margen el referéndum constitucional con el que pretendía investirse de poderes casi absolutos de duración indefinida. Ni los recursos económicos del Estado, pródigamente empleados durante la campaña, ni la formidable maquinaria propagandística chavista, han sido suficientes esta vez para vencer la apatía de muchos venezolanos y convencer a otros de las supuestas bondades de una dictadura travestida de reforma constitucional.

Chávez no había perdido una sola votación desde su llegada al poder en 1999. Hace tan sólo un año que sus compatriotas le ratificaron durante seis años más, con el 63% de los sufragios. De ahí la importancia del no del domingo, agravado por el hecho de que el referéndum había sido planteado como un plebiscito sobre su figura. El presidente ya no está en condiciones de hacer de su país lo que le plazca. Y si es bueno que Venezuela haya rechazado el señuelo de una utopía socialista bajo el control de un solo hombre, también lo es para el conjunto de Latinoamérica, en algunos de cuyos países se dejan sentir pesadamente los afanes intervencionistas del jefe bolivariano, convenientemente lubricados por el dinero fácil de un petróleo por las nubes.

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El peso de las instituciones que sirven para equilibrar un sistema democrático es ya mínimo en Venezuela. La vía libre a la Constitución que Chávez pretendía -y que sigue pretendiendo, a juzgar por el mensaje con el que ha aceptado su derrota- es rigurosamente incompatible con un Estado democrático. Así se lo ha parecido incluso a alguno de los estrechos aliados que han ido abandonándole en su camino hacia el poder absoluto. Si es antidemocrático cualquier instrumento legal que permita la elección indefinida y sin contrapesos de un gobernante, en el caso venezolano concurrían todo tipo de agravantes. Chávez podría ser presidente vitalicio, tener el control del Banco Central y sus reservas, establecer nuevos territorios, nombrar gobernadores o ningunear a los poderes locales. Y para hacer la educación gratuita, reducir el horario laboral o extender la seguridad social a trabajadores marginales no es necesaria la reescritura radical de la Carta Magna.

El resultado de la consulta debería servir para revitalizar a la fragmentada e inoperante oposición del país caribeño, donde la emergencia de un poder estudiantil generalmente acomodaticio en los últimos años ha sido decisiva en la derrota del chavismo. Por lo demás, y a pesar de que Chávez salga debilitado por primera vez de una consulta popular, presumiblemente nada sustancial cambiará en el día a día de Venezuela. Es muy improbable que su mesiánico presidente, con un largo mandato por delante, el control del petróleo y de las instituciones y sin un rival político a la vista, encuentre motivos suficientes para abjurar de su caudillismo y su demagogia.

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