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Tribuna
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Modelos imitables

Puesto que en nuestras sociedades no hay vida posible sin medios de comunicación a nuestro alcance -puede que ni los monjes de clausura vivan a sus espaldas-, tampoco hay vida inmune a sus efectos, ya sean favorables al desarrollo de las capacidades humanas o ya sean sencillamente degradantes. Hay una televisión informativa, divulgativa, reflexiva, podríamos decir, culta, pero también hay una televisión populachera, vomitiva, increíblemente vulgar y baja. Existen periódicos con vocación de servicio a la comunidad de lectores, invitándolos al conocimiento y al pensamiento sobre lo que ocurre, pero también los hay con vocación de manipulación, falseamiento y mentira, con el fin de ser poder por encima de cualquier poder. En cuanto a Internet, todos sabemos que en semejante monstruo y maravilla conviven lo mejor y lo peor, con exponencial diferencia a veces entre esos dos polos de la excelencia y de la máxima bajeza, de un gramaje a veces escalofriante esta última.

Ser fiel a sí mismo, no traficar con la verdad, no dar gato por liebre, son lecciones a seguir

Pues bien, propongo en estas líneas una idea sencilla, que tiene muy viejos precedentes aristotélicos: el hombre tiende a imitar lo que le rodea, ya desde la infancia y, gracias a esa predisposición antropológica, inserta en sus genes conductuales más profundos, aprende a hablar y así despliega su capacidad cognitiva y desea imitar lo que ve, y así genera su capacidad artística, y surge la pintura, y la música y la danza y la literatura. Pues bien, gracias a esa irremediable propensión imitativa del hombre, advertida por el gran filósofo hace ya tanto tiempo, los personajes públicos que salen con frecuencia en los medios se convierten sin querer en modelos imitables para muchísima gente y, por tanto, adquieren una responsabilidad importante en todo lo que dicen y hacen en ese ámbito de dominio público. Veamos algunos ejemplos y decidamos si es imitable o no la conducta de sus protagonistas.

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De los jugadores de la selección española de fútbol, los más protagonistas en los medios de los últimos tiempos, sería imitable su nobleza y su deportividad -no respondieron a patadas con patadas-, su entrega -lucharon, no solo jugaron con gran estilo- y su fe en la victoria hasta el último minuto. Fuera del campo se mostraron siempre respetuosos con todo el mundo, y aguantaron pacientemente montones de solicitudes periodísticas y hablaron sin cesar de humildad y trabajo, como lo hizo su seleccionador, probablemente su maestro. Fuera del fútbol, recordemos a Pau Gasol, ese gigante de la cordialidad y del afán de superación, o el no menos gigantesco Rafael Nadal, capaz de caer en graves lesiones y levantarse de ellas poniendo de por medio supremos esfuerzos, o Alberto Contador, reciente ganador del Tour (creo en su limpieza), que sufrió lo indecible para ganar, o Fernando Alonso, un fiero y frío estratega que sabe aguardar su momento, o el menos publicitado Carlos Sastre, ganador del Tour en 2008, que declaró que, en la derrota, había aprendido tanto o más que en la victoria El sumo esfuerzo es el placer, la aventura por la aventura es el gozo máximo, se gane o se pierda.

Otros acaparadores de los medios son siempre los políticos. ¿Qué podemos imitar de ellos? ¿Imitar la fortaleza o la debilidad del presidente al ser incapaz de reconocer sus errores? ¿Qué es más fortaleza: declarar públicamente que uno se ha equivocado o hacer como si nunca uno se hubiera equivocado, pues la realidad manda, y es ella quien decide, no la voluntad humana? En cuanto al jefe de la oposición, habrán observado en sus dichos y actos los ciudadanos a un hombre incapaz de proponer soluciones ante los problemas que tiene planteados el país. ¿Es un buen modelo alguien incapaz de convertir los problemas en desafíos que permitan avanzar en la solución de los mismos? ¿Se puede confiar en alguien que no se moja para no perder votos que comprometan su avistada victoria? ¿Qué hará entonces, si gana? ¿Lo que está haciendo Cameron en Reino Unido? Silencio, no molestar, duerme el soberano.

Terminaré con un escritor, Mario Vargas Llosa, galardonado con el premio Nobel de Literatura el pasado año. Los escritores no solo escriben libros sino también escriben éticas con sus actos. Me impresionó en su día -léase El pez en el agua, gran libro- la decisión de presentarse a las elecciones a la presidencia de su país para intentar sacarlo del pozo del subdesarrollo y la injusticia, poniendo en práctica las ideas que siempre había difundido en sus artículos. No me impresionó la viabilidad de su empeño, ni siquiera las ideas que lo sustentaban, sino su empeño mismo, el hecho de querer que fueran actos nobles sus ideas, y que fuera él mismo su impulsor y ejecutor. Me impresionó después la dignidad con que aguantó las tarascadas de Fujimori, el opositor combatido, el vengativo triunfador, el corrupto perseguido más tarde. Me impresionó, a fin de cuentas, que luchara y fuera derrotado y que regresara al campo de batalla de las ideas, para seguir siendo fiel a sí mismo. Ser fiel a sí mismo, no traficar con la verdad en la que se cree, no dar gato por liebre, no cambiar de chaqueta según soplen los vientos favorables o desfavorables ¿son lecciones dignas de ser imitadas?

Ángel Rupérez es escritor.

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