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Columna
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Monetizar la deuda

Joaquín Estefanía

El principal problema de esta larga y profunda crisis es la reducción del consumo en muchos países del mundo. Ello es debido, sobre todo, a la combinación de tres factores: el crecimiento del desempleo, el empobrecimiento de la población a través de una reducción de su renta disponible, y la sequía del crédito. Ya se sabe que la evolución del PIB depende, en distinto grado, de la del consumo. En ello España no es diferente de otros países.

Ni EE UU. No paliar significativamente estas deficiencias le ha costado a Obama la paliza en las elecciones de medio mandato. Más allá de otras consideraciones de segunda y tercera derivada, en ello coinciden todos los analistas. A tratar de superarlas se ha dedicado inmediatamente la Reserva Federal (Fed). Como se esperaba, nada más terminar la votación del pasado martes, Ben Bernanke, su gobernador, anunció a través de un comunicado una nueva fase de expansión monetaria cuantitativa (denominada QE2) por valor de 600.000 millones de dólares para comprar deuda, en plazos mensuales de 75.000 millones, hasta mediados del año que viene. Ello significa una fuerte inyección de liquidez en la economía americana.

La gran pregunta es qué ocurrirá si también falla esta nueva inyección de dinero en EE UU o sus efectos son a largo plazo

En definitiva, se trata de una especie de monetización de la deuda, una vez que a la Fed se le van acabando las medidas de actuación más tradicionales: tipos de interés muy bajos (el precio del dinero está cercano a cero) y una primera fase de expansión monetaria, por valor de 1,7 billones de dólares. La gran pregunta es qué ocurrirá si esta medida también falla -o solo da resultado a medio y largo plazo- y se acaban los estímulos monetarios sin haber logrado volver a una recuperación sostenible. Según el comunicado de la Fed, la coyuntura manifiesta una recuperación "lenta y decepcionante".

Bernanke, fiel discípulo de Milton Friedman, cuyo monetarismo ha sido una de las doctrinas económicas más influyentes del siglo XX, está siendo atacado a diestro y siniestro. Irónicamente se le denomina "Ben helicóptero" al haber recuperado la parábola que desarrolló Friedman en los años sesenta en dos de sus libros seminales sobre la cantidad óptima de dinero en circulación y una historia monetaria de EE UU, escrita conjuntamente con Anna Schwartz: un helicóptero que arrojaba sacos de dólares sobre una localidad, cuyos habitantes podían disponer de los mismos para gastar (para consumir), o guardarlos debajo del colchón, en cuyo caso la medida habría fracasado.

Los críticos subrayan otros riesgos adheridos a la inyección de liquidez por valor de esos 600.000 millones de dólares (bastantes más de los que preveía previamente el mercado): evitar la deflación pero generando una inflación descontrolada, provocar una guerra de divisas (ya que ello significa de hecho la devaluación administrativa del dólar y, por tanto, unas exportaciones americanas más atractivas) o facilitar nuevas burbujas en los países emergentes.

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