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Nucleares: la cuestión de los residuos

Ana Palacio

El debate sobre la energía nuclear se ha abierto en España: no hay día que los medios de comunicación no lo aborden, mientras se multiplican declaraciones de líderes de opinión sindicales, empresariales y políticos. Es una buena noticia. En efecto, España, la sociedad española, no puede mantenerse al margen del debate energético, de trascendental importancia para el futuro de la UE; y en este orden de ideas destaca, como recogía este diario recientemente, la evolución de la opinión pública en nuestro país (Más miedo al clima que al átomo, EL PAÍS, 18-2-09).

Pero la ecuación energética no puede plantearse en términos nacionales, ni siquiera regionales de UE. Ha de resolverse con perspectiva mundial; y la solución que demos colectivamente a la ecuación energética mundial es elemento clave para el éxito del proceso de globalización que para no descarrilar debe ser incluyente (promoviendo el desarrollo económico de los miles de millones de seres humanos que hoy viven en la pobreza abyecta y la exclusión) y sostenible, en el doble sentido de afrontar eficazmente el cambio climático y mantener nuestra competitividad. En este contexto, no podemos olvidar que, incluso desde las proyecciones más optimistas en cuanto a avances tecnológicos, no hay hoy por hoy solución a esa ecuación que no pase por incluir la energía nuclear en el arco tecnológico.

Un 96% del combustible de uranio usado es reciclable. Es fuente de energía limpia
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Obama cree que el almacenamiento definitivo no es la mejor solución

Distintos aspectos de la energía nuclear requieren nuestra atención. Entre ellos, destaca la cuestión de los residuos; o más propiamente, la cuestión del combustible usado. En España, unas 4.000 toneladas de combustible nuclear usado se encuentran hoy depositadas "provisionalmente" en el perímetro de las seis centrales nucleares, mientras se halla en fase de proyecto la creación de un "Almacén Temporal Centralizado" (ATC).

La lógica pregunta sobre el porqué del carácter transitorio del depósito enmascara otra aún más fundamental: ¿es el combustible usado un "residuo", en el sentido que a esta voz da el DRAE: "material que queda como inservible después de un trabajo u operación"? Pues bien, la realidad tanto científica como económica es que no se puede calificar de residuo; no se trata de combustible "gastado", sino solamente "usado" al que todavía se le puede sacar mucha utilidad. Contando verdades: un 96% del combustible de uranio es reciclable. O dicho de otra manera, si se recicla el combustible usado, se reduce el volumen del desperdicio a solamente un 4%, con la ventaja añadida de su estabilidad, menor radiotoxicidad a largo plazo, y no contener material fisible. Además, se genera un nuevo combustible (reciclado) para utilizar otra vez en elreactor y producir más electricidad, sin tener que extraer otro kilo de uranio de una mina (hablando con mayor precisión, el combustible reciclado permite ahorrar hasta un 25% de uranio natural).

Así, ¿por qué se argumenta que el gran problema de la energía nuclear, que justifica su abandono, su "gran culpa", es este combustible usado, calificado de "residuo", cuando debería, por el contrario, verse como una gran ventaja? El hecho de poder reciclar el combustible usado para su (re)uso en el futuro es una opción que hoy no existe con respecto a otras fuentes de energía. Uno de los retos más importantes para la energía del carbón, por ejemplo, es el desarrollo de una tecnología que permita aislar el CO2 emitido por ese combustible, capturarlo, y enterrarlo. Pero esa opción, por la que hemos también de apostar y que justifica un importante esfuerzo de inversión en I+D, está todavía en una fase experimental incipiente, con un debate tecnológico y económico sin resolver sobre cómo y dónde sepultar el CO2, determinar cuál es su valor y utilizarlo.

La explicación de este planteamiento adverso a reciclar el combustible nuclear usado ha de buscarse en los años setenta, cuando el Gobierno americano promovió la creación de un repositorio definitivo (en el desierto de Nevada: Yucca Mountain), al que se trasladaría el combustible usado de las centrales nucleares del país, evitando así su comercio, y solucionando de manera drástica toda cuestión relacionada con el riesgo de proliferación (esto es, desvirtuar una tecnología civil para obtener material fisible de uso militar). A día de hoy, sin embargo, Yucca Mountain no ha visto ni un kilo de residuos, mientras la mayoría de los americanos (de acuerdo con las encuestas), y el nuevo Gobierno de Obama, consideran que el almacenamiento definitivo no es la mejor solución para América, y empieza a abrirse camino la idea de reciclar, de reciclar hoy.

La situación sobre el terreno es, así, similar a la española. En términos generales, los dos países han emprendido ambiciosas políticas de fomento de las energías renovables -en particular eólica y solar-. Allí, como aquí, el 20% de la electricidad consumida es de origen nuclear, y en ambos la nuclear es la fuente principal de electricidad que no emite CO2. En lo que hace al ciclo, las empresas eléctricas americanas siguen almacenando el combustible usado en piscinas dentro del perímetro de las centrales y, cuando éstas ya no admiten más depósitos, en contenedores "secos" en el mismo recinto. Las piscinas se construyeron con la idea de que las plantas operarían durante 40 años, mientras que casi todas tienen, o han solicitado con perspectiva clara de obtenerlos, permisos para seguir operando 20 años más. Esta prolongación de su "vida útil" es, sin duda, el reconocimiento práctico de su eficiencia técnica, pero sobre todo, económica y medioambiental, ya que con el capital de instalación amortizado, el megavatio nuclear es el más rentable de todas las fuentes eléctricas térmicas; y los megavatios nucleares también son los que más contribuyen a la energía sin CO2.

En paralelo a este estado de opinión en plena evolución en EE UU, franceses, japoneses, ingleses, holandeses, entre otros, han comprendido que el combustible nuclear usado es una fuente de energía limpia, y no un "material inservible", y lo reciclan. Reciclan hoy, sin esperar a tecnologías futuras que los pronósticos más favorables no prevén en funcionamiento antes de 20 años. Reciclan hoy, porque es una solución económicamente competitiva, favorable al medio ambiente y responsable respecto de nuestros hijos. Y no orillan las cuestiones relacionadas con el riesgo de proliferación, sino que las abordan con protocolos de seguridad similares a los comúnmente aceptados respecto del proceso de enriquecimiento del uranio en la fabricación de combustible "nuevo" a partir de uranio natural (en la polémica con Irán respecto de sus fines "proliferantes", la tecnología analizada es precisamente ésta).

Hoy, a los españoles, sin olvidar la seguridad, nos importan muchísimo (y al mismo tiempo) la economía (la competitividad de nuestras empresas) y el cambio climático, así como las políticas de desarrollo. Por ello, somos cada vez más numerosos quienes nos hemos replanteado el valor de la energía nuclear en general y, en particular, que contrariamente a las ideas recibidas, el reciclaje del combustible usado es una solución tecnológica, económica y medioambiental que echa por tierra el argumento frecuentemente esgrimido para descartar la viabilidad de la energía nuclear.

Ana Palacio, ex ministra de Asuntos Exteriores, es en la actualidad vicepresidenta del grupo francés de energía nuclear Areva.

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