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A Obama le esperan decisiones difíciles

Shlomo Ben Ami

Era natural que Barack Obama, cuya elección fue uno de los acontecimientos más revolucionarios de la historia de Estados Unidos, ocupara sus 100 primeros días con un programa impresionante y global. Obama, dotado de una energía y una autoconfianza asombrosas, ha emprendido la tarea titánica de rehacer la economía de EE UU y reparar un sistema internacional dañado y deficiente.

Tal vez sea en la política interior de Obama -el paso a un sistema fiscal más socialdemócrata y a una atención de salud universal- donde se puede ver mejor su inclinación ideológica. Pero la insistencia en la reducción de las desigualdades sociales no cuadra en un EE UU profundamente individualista, y el intento de "europeizar" la naturaleza del contrato social entre el Estado y sus ciudadanos podría chocar con los principios constitutivos del sistema americano.

Para muchos europeos era más fácil vivir 'contra' Bush que hacer sacrificios 'con' Obama
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A la hora de rescatar el sistema financiero de EE UU, Obama ha sido mucho más intervencionista que gobierno europeo alguno. Por una vez, la tambaleante presidencia checa de la Unión Europea reflejó un consenso al calificar el astronómico estímulo financiero de Obama de "camino al infierno". La explosión sin precedentes del déficit presupuestario de EE UU plantea el riesgo de una elevada inflación futura. Exactamente lo que los europeos quieren prevenir a toda costa.

El programa de Obama en materia de política exterior no ha sido menos audaz que sus proyectos interiores. Después de ocho años de un unilateralismo americano que dejó tras sí una alianza transatlántica desunida, resucitó el espectro de una guerra fría con Rusia y vio caer a Oriente Próximo en una política apocalíptica, su nueva concepción de los problemas endémicos es digna del mayor beneplácito.

El principio organizativo de la nueva política exterior del presidente es el de no tener directrices ideológicas. Su actitud es pragmática y, al apartarse de la inclinación de su predecesor por la machtpolitik, promete agotar siempre la vía diplomática.

Pero Obama podría no tardar en comprender que la mayoría de sus predecesores comenzaron creyendo en la cooperación internacional hasta que los acontecimientos los obligaron a recurrir a una estrategia de confrontación. Ni siquiera George W. Bush parecía comprometido con una doctrina particular en materia de asuntos exteriores antes de que los ataques terroristas del 11-S lo obligaran a lanzar su desafortunada "guerra contra el terror". La verdadera prueba de la estrategia de diálogo y cooperación de Obama no llegará hasta que tenga que inclinarse por opciones duras.

La reparación de las antiguas alianzas reviste importancia decisiva para dotar de poder a Europa como copartícipe a escala mundial. Sin embargo, los aliados europeos de EE UU asestaron a Obama su primer revés. Lo aplaudieron por doquier en su reciente viaje a Europa, pero lo enviaron a casa con las manos casi vacías, al oponer resistencia a la idea de un estímulo presupuestario coordinado y, después de haber pasado años predicando el multilateralismo, rechazar su petición de más tropas europeas para Afganistán. Para muchos europeos, era más fácil vivir contra Bush que hacer sacrificios con Obama.

Obama pulsó el botón de reiniciar con Rusia y dio a entender que podría congelar el plan de Bush de desplegar misiles en la República Checa y Polonia. Existía la esperanza de que Rusia se uniera a EE UU para presionar a Irán a fin de que abandone sus ambiciones nucleares, pero no ha sido así. Tampoco impresionaron a Corea del Norte las advertencias de Obama de que EE UU podría derribar su cohete si lo lanzaba y desafiaba a la ONU. Kim Jong-il, escudado tras China, lanzó igualmente su cohete y EE UU se abstuvo de actuar.

Irán es otro frente en el que Obama podría verse obligado a reconocer los límites de su actitud conciliadora. Ha renunciado a la exigencia de que Irán ponga fin a su enriquecimiento de uranio como condición previa para celebrar negociaciones y se ha visto obligado a abandonar cualquier idea de cambio del régimen, pero los iraníes son los negociadores más sutiles del mundo y se encargarán de que su programa nuclear se adelante al final de las negociaciones. Si así sucede, entonces, ¿qué?

Tampoco está claro a qué se refiere Obama al decir que reconoce el "lugar en la comunidad de naciones a que tiene derecho" Irán. Si significa un estatuto especial a expensas de otras potencias de Oriente Próximo, como Egipto o los Estados del Golfo, Obama podría tropezar con una fuerte oposición de aliados tradicionales de EE UU en la región.

Está bien que Obama haya dicho con claridad que EE UU aspira a guiar, no a dominar, pero incluso un ejercicio de modestia y realismo requiere alianzas fuertes, con socios dispuestos a arrostrar sacrificios. Antiguos enemigos y competidores como Rusia y China no renunciarán fácilmente a los beneficios que les reportaría echar a perder los planes americanos. Cuando eso resulte de una claridad meridiana y también cuando algunos desgastados paradigmas de la política exterior, como, por ejemplo, el fetiche de una solución biestatal para el conflicto palestino-israelí, vuelvan a fracasar, habrá que inclinarse por opciones reales.

Shlomo Ben-Ami, ex ministro israelí de Asuntos Exteriores, es vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo. Traducido por Carlos Manzano. © Project Syndicate, 2009.

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