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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paradojas de un juicio

Víctimas del franquismo se hacen oír ante el tribunal español que pretendía evitarlo

Por primera vez se ha podido escuchar en la sala de un tribunal español algo que la historiografía más solvente tiene acreditado a partir de numerosísimos testimonios y documentos: que Franco y quienes se rebelaron con él contra la República idearon y llevaron a la práctica un plan sistemático de exterminio de sus oponentes políticos que se prolongó en los primeros años de su dictadura. Es una de las paradojas del juicio por los crímenes del franquismo que tiene lugar en el Tribunal Supremo contra el juez Baltasar Garzón: quienes le han sentado en el banquillo por considerar un atentado al honor de aquel régimen abrir un procedimiento penal sobre sus crímenes han dado ocasión a airearlos por primera vez ante un tribunal de justicia y no solo en los libros de historia.

Víctimas directas de aquellos crímenes, y no solo familiares y allegados -¿o no tienen esa consideración unos testigos octogenarios que con solo seis años vieron cómo sus padres eran ejecutados junto a una cuneta quedándose huérfanos?-, han podido exponer ante un tribunal español su drama y reclamar su derecho a que el Estado les ayude a recuperar sus restos y certifique su fallecimiento y sus causas. Más allá de su emotividad, esos testimonios tienen un indudable efecto lenitivo y alguna dosis de reparación histórica que no podrá ser completa hasta que el Estado atienda sus demandas y termine con el escándalo de que el juez que buscó una salida legal a su drama haya sido acusado de prevaricar por haberlo intentado.

Garzón ha reiterado que echó mano de las leyes nacionales e internacionales para articular, desde una interpretación acorde con la legislación sobre derechos humanos, una respuesta legal a las demandas no escuchadas de familiares de víctimas del franquismo todavía yacentes en fosas comunes. Fue una interpretación de las normas que no difiere de la que el juez del Supremo Luciano Varela hizo para evitar que el escrito de acusación contra Garzón diera al traste con su proceso y que tres de los siete magistrados que le juzgan han estimado no ajustada a derecho. Pero a nadie se le ha ocurrido tildarla también de prevaricadora. Porque otra paradoja del juicio contra Garzón es que sigue vivo el procedimiento que abrió sobre los crímenes del franquismo. La Audiencia Nacional no lo anuló, sino que se limitó a señalar que la competencia correspondía a los juzgados del lugar donde se hallan las fosas.

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Incluso el tema de la competencia que ha llevado a Garzón al banquillo sigue también vivo, a la espera de que los magistrados que le juzgan le presten atención y lo resuelvan. Parecería lógico haberlo dirimido antes de juzgarlo. Pero la mayor paradoja del juicio a Garzón es que su iniciativa sobre los crímenes del franquismo no reabre viejas heridas, como mantienen los querellantes, sino que marca el camino para cerrarlas definitivamente y que no sigan supurando.

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