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Paradojas del 9 de marzo

Una de las conclusiones evidentes de las elecciones generales es que tras tanta polarización en los últimos años, los resultados ofrecen incentivos al PSOE y al PP para intensificar la competencia por la moderación

Los primeros análisis de las elecciones generales del 9 de marzo son, como es natural, apresurados, y se basan apenas en lo que llamamos análisis ecológico, es decir, en cómo se distribuye el voto en los distintos territorios y en el análisis dinámico, es decir, en qué corrientes de transferencia de voto se aprecian entre partidos o entre éstos y la abstención. No tenemos aún encuestas post-electorales, que ratifican o desmienten las hipótesis que el análisis ecológico y el dinámico pueden establecer.

Pero dentro de esas limitaciones, lo que tenemos a la vista ya nos permite hacernos algunas preguntas y conjeturar algunas respuestas. A mi juicio, las que analítica y políticamente tienen más importancia son aquellas que intenten explicar cómo es posible que tanto el PP como el PSOE progresen en votos (en medida desigual: a falta de integrar el voto de los residentes ausentes, en comparación homogénea con 2004, el PP gana 539.000 votos por 151.000 el PSOE), cuando la extrema polarización que ha presidido la vida política en este último cuatrienio hubiera llevado a pensar que los saldos de estos dos partidos tendrían que responder a una lógica de tipo suma-cero, es decir, que la condición para que uno de los dos ganara votos es que el otro los perdiera. La explicación de que no haya sido así reviste el mayor interés y atañe tanto a la cuestión de las diferencias en los patrones de comportamiento electoral en los distintos territorios como a la de los espacios políticos. Así, las mayores ganancias del PSOE tienen lugar en Comunidades en las que el PP no retrocede (Canarias, Cataluña, Aragón) o lo hace inapreciablemente (País Vasco). Sólo en Galicia, y, en medida menor, en las Islas Baleares y Asturias se da alguna asociación entre ganancias del PSOE y retrocesos del PP.

La principal paradoja de estas elecciones es que los dos partidos principales hayan crecido
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El conjunto de los nacionalismos en el Parlamento ha pasado de un 10% a un 7%

En cambio, respecto al PP, lo que observamos es que excepto en Andalucía y en menor medida en la Comunidad Valenciana, donde gana mucho más de lo que pierde el PSOE, el resto de los escenarios en que gana son aquellos en los que más pierde el PSOE, sobre todo en términos de penetración electoral (voto válido): eso sucede en Madrid y Castilla-La Mancha (donde hay una correspondencia milimétrica entre ganancias del PP y pérdidas del PSOE), y algo menos en Murcia.

¿Cómo se explica esta aparente paradoja? A mi juicio, una buena parte del incremento de voto del PP viene del PSOE, y el mayor o menor impacto de ese trasvase en la cuenta de explotación electoral del PSOE se debe a la presencia o no de amortiguadores nacionalistas. Así, donde no existen -o cuentan relativamente poco- tales amortiguadores (como, de forma casi milimétrica, en Madrid) las ganancias del PP vienen a coincidir con las pérdidas del PSOE. En cambio, donde se producen movimientos triangulares, como sucede típicamente en Andalucía (donde el PP y el PSOE se lucran también de la desaparición de los andalucistas), el PP gana mucho y el PSOE pierde muy poco.

Por el contrario, allá donde el PSOE aumenta su caudal (relativo y en muchos casos también absoluto), salvo en Baleares, Galicia y Asturias, hay una completa independencia entre la ganancia del PSOE y el resultado del PP. Ello se debe a que, fundamentalmente en tales escenarios, el PSOE parece extraer su ventaja fundamentalmente del espacio nacionalista, que se contrae muy significativamente. Las excepciones, salvo Asturias, pueden relacionarse con los respectivos cambios de Gobierno regional, que han fortalecido la posición electoral del PSOE.

Y esta constatación, la de que existen diferencias sensibles de modulación territorial en las dinámicas del voto, nos lleva a preguntarnos en qué se relacionan tales diferencias con el conflicto que ha enfrentado a PSOE y PP a propósito, sobre todo, del Estatuto de Cataluña.

Sin duda, es una parte de la interpretación: el PP parece haber extraído réditos importantes en las Comunidades en las que más ha calado un sentimiento de agravio respecto a lo que se han entendido como privilegios otorgados a Cataluña. Pero, desde luego, no es toda la interpretación: se hace arduo imaginar que todas las papeletas que parecen haber viajado del PSOE al PP en los lugares en que éste ha crecido más reflejen simplemente ese agravio.

El caso de Madrid parece sumamente expresivo al respecto. El PP avanza en conjunto (sobre voto válido) cinco puntos porcentuales, en tanto que el PSOE retrocede casi otro tanto. En valores absolutos, el PP gana 164.000 votos y el PSOE cede 154.000. Pero las mayores ganancias del PP y las mayores pérdidas del PSOE tienen lugar en los enclaves de clase media y media-baja que constituyen los baluartes electorales del PSOE: municipios como Fuenlabrada, Parla o Torrejón de Ardoz y distritos como Vicálvaro o Puente de Vallecas.

Esto nos lleva a la cuestión de los espacios políticos y la competencia. Algún analista sostiene que el aumento de los votos del PP se relaciona con la hipermovilización de sus votantes a través de la "estrategia de la crispación", que sirve para aglutinar todo el voto de la derecha desde su extremo. Los números son de suyo pacientes y moldeables, pero no sé si tanto. Primero, porque cuesta entender cómo exclusivamente la movilización de los propios votantes puede dar lugar a que aumente su número, como ha sucedido ahora. Segundo, porque viniendo, como vienen en buena parte, tales votos nuevos del PSOE, el análisis tendría como corolario que había un amplio potencial de derecha extrema dentro del core electorate socialista, lo que sería, por decir lo menos, bastante sorprendente.

Creo que las cosas son un poco más complejas y que deben analizarse con una mirada más amplia. Entiendo que tanto el PP como el PSOE han combinado estrategias competitivas de tipo centrípeto (la búsqueda de votos en el centro) con otras de tipo centrífugo (buscar el voto en los extremos). Los dos son catch-all-parties, obligados a atender simultáneamente intereses contrapuestos de diversas clientelas internas. En el componente centrípeto de la competición, los datos apuntan a que se ha impuesto el PP. Sólo en esa lógica cabe interpretar el que "robe" votos de clase media y clase media-baja al PSOE en proporciones apreciables.

En cambio, en lo que se refiere al componente centrífugo de la competición ha ganado el PSOE, lo que a la postre, le ha servido para ganar la elección. Así, parece que no sólo ha retenido el voto de la llamada (en la feliz expresión de César Molinas) "izquierda volátil", sino que también ha sabido succionar -vía tanto la transferencia de voto como el diferencial de abstención- una proporción sensible del voto nacionalista, especialmente del más radical (ERC), pero también del más moderado (PNV, EA, CHA...). Al punto que el conjunto de los nacionalismos representados en el Parlamento han pasado de tener el 10% de los votos (y prácticamente la misma proporción de escaños) a suponer apenas el 7% de votos y escaños en la nueva Cámara.

Por su parte, el PP ha podido extraer algún rédito del componente centrífugo en cuanto a la alta movilización de su electorado más identificado ideológicamente con los postulados de la derecha, pero también soporta costes de oportunidad muy elevados. Cataluña es el mejor ejemplo. Ciertamente el PP no ha retrocedido respecto a los resultados de 2004, incluso ha avanzado dos escaños. Pero, si lo comparamos con el techo electoral del PP en Cataluña, el año 2000, resulta que entonces el PSC aventajó al PP en cinco escaños y ahora lo ha hecho en 17. Con ese handicap a cuestas parece muy difícil ganar cualquier carrera.

La elección pasada está llena de paradojas. La principal, que los dos principales partidos hayan crecido. La segunda, que cada uno haya ganado en el tipo de competición que, en apariencia, no privilegiaba. La tercera, que se proyecta al futuro, es que tras tanta polarización como nos ha tocado vivir en estos años, los resultados ofrecen incentivos a ambos partidos para intensificar la competencia centrípeta, es decir, para moderarse, salvo que el PSOE decida que vale la pena echar el resto para pescar en el millón de votos que deja prácticamente huérfanos el descalabro de IU. Ya veremos.

José Ignacio Wert es sociólogo y presidente de Inspire Consultores.

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