'Perromaquia' sin arte
Cierto individuo acaba de ser condenado a cinco meses de cárcel por haber matado un perro a bastonazos. Parece mentira, pero todavía quedan sujetos capaces de cometer tamaña barbaridad. Éste, concretamente, hizo la faena solo, en lugar apartado, escondiendo el espectáculo al resto del mundo, y no hubiese recibido el justo castigo de no ser porque alguien le grabó in fraganti. Las imágenes han servido como prueba irrefutable. Da verdadero coraje verlas. Menudo egoísta: matar un animal sin decírselo a nadie, sin público, solamente para disfrute personal. No cabe mayor falta de consideración, mayor desprecio por el prójimo. Y por si fuera poco, lo hizo saltándose nada menos que la más honda esencia ibérica, la tradición más castiza que hay de los Pirineos abajo: el arte. Porque aquí no se hace nada sin arte, y el de lacerar la carne animal hasta matarla no es uno de los menores. No, señor; no la emprende uno a garrotazo limpio con el primer cuadrúpedo que pilla, pura improvisación, arrebato puro, a lo que salga. La cosa requiere más parafernalia, más adorno, más ceremonia. Son imprescindibles un escenario y un público, una complicada malla de normas, una jerga específica y una presidencia que dictamine la categoría del matachín. No se puede torturar y aniquilar un animal sin someterse a la crítica espectadora. Digo yo que por eso, por faltar al arte y organizarse la venatio a solas, han debido condenar al perrófobo de marras. Otro motivo no creo que haya, estando como estamos en un país donde pervive la bárbara costumbre de sacar un toro a la palestra y contemplar cómo se le cansa y se le hiere hasta que revienta inesperadamente o apura el ritual echando el último aliento ante la histeria de una masa cerril.