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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Prado y la baronesa

El proyecto de remodelación del eje Prado-Recoletos, en el corazón de Madrid, ha desatado una batalla dialéctica entre el Ayuntamiento que preside Alberto Ruiz-Gallardón y los ecologistas, junto con Carmen Cervera, contienda a la que presumiblemente se seguirán sumando actores. La viuda del barón Thyssen escenificó ayer frente a su museo su oposición a los planes municipales, que supondrán, según ella, la tala de unos 700 árboles, y en consecuencia "una nueva masacre arbórea". El equipo de Gallardón admite que la reforma del tramo urbano que va desde la glorieta de Atocha hasta la plaza de Colón afectará a 690 ejemplares de los 4.530 árboles que integran el histórico paseo. Los ecologistas sostienen que el proyecto utiliza eufemismos engañosos como "tratamientos de extracción", "desplazamiento" y "traslado". Tales términos encubrirían la tala y la alta mortandad que implica el trasplante de ejemplares tan añosos.

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El plan municipal -anunciado nada menos que en mayo de 1994 por el entonces alcalde, José María Álvarez del Manzano- ha suscitado ahora una viva polémica ciudadana por la entrada en escena de la baronesa Thyssen. Es bueno que se haya desatado esta controversia cívica, pese a que disguste al alcalde. Es bueno que los madrileños hagan oír su voz contra el "ordeno y mando" al que son tan aficionadas las autoridades municipales. ¿Es reprobable que los colectivos vecinales cuestionen si realmente es necesaria una obra que pone en riesgo la estabilidad de un espacio tan emblemático de la capital?

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Naturalmente que no. El alcalde debe ser sensible a las críticas y admitir la posibilidad de que haya mucha gente que considera que el eje Prado-Recoletos está bien como está. Podría y debería estar mejor, sin duda alguna. En eso, Ruiz-Gallardón acierta. Un debate tan amplio como sea posible sobre el proyecto de Álvaro Siza -que tiene serias implicaciones para el congestionado tráfico de la zona, además de las arbóreas que suscitan ahora el apasionamiento público- sólo puede redundar en mejores soluciones para la remodelación de uno de los lugares con más empaque y calado histórico de Madrid.

El argumento municipal de que los árboles que sean "afectados" por la magna obra serán remplazados por un número aún mayor es poco convincente: no es lo mismo un ejemplar de gran porte que un palitroque que tardará muchos años en ramificarse y dar sombra. Gallardón debería ser sensible a todas las opiniones y no obcecarse con realizar a cualquier precio el proyecto heredado: bastaría con atenuar al máximo los efectos perversos que la reforma pueda acarrear no sólo al arbolado, sino también a los ciudadanos.

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