Precios de hambre
La escandalosa alza mundial de los alimentos exige contundencia contra la especulación
La escandalosa subida de los precios de los alimentos en los mercados mundiales está generando una alarma de tales proporciones que las instituciones internacionales deberían considerar prioritario una actuación urgente y consensuada para combatirla. Durante el último año, cereales tan básicos para la alimentación humana -sobre todo en los países más pobres- como el arroz, el trigo, el maíz o la soja han experimentado escalofriantes subidas del 74%, 130%, 53% y 87%, respectivamente. Suficiente como para aumentar el número de hambrientos en todo el mundo en más de 100 millones de personas y multiplicar la inflación en los países occidentales. La primera razón, y sus secuelas de todo orden, es suficiente para justificar el temor mundial.
El fatídico encarecimiento de los alimentos hay que buscarlo en la especulación oportunista en los mercados de cereales. Funciona cuando se aprecia una situación potencial de escasez, sea por un aumento desorbitado de la demanda -consumos en China o India- o por una restricción de la oferta -malas cosechas mundiales en 2006 y 2007- y aparecen los procesos de acaparamiento, la elevación de los precios mayoristas a medio plazo y las subidas de los precios minoristas a corto. La escalada de los precios se convierte en letal para los países del Tercer Mundo, debido a un sistema perverso que obliga a dichos países a exportar los alimentos que producen para compensar su deuda exterior.
Las soluciones deben ser debatidas con serenidad y con premura. A la espera de que la Comisión Europea presente hoy su propuesta de reforma de la Política Agrícola Común -por sus dimensiones, un factor relevante del problema-, las ideas avanzadas por Naciones Unidas parecen sensatas: formar un grupo de tareas para resolver la crisis, intentar la recaudación de 2.500 millones de dólares para cauterizar las heridas inmediatas del hambre y derribar las barreras a la exportación que pesan sobre grandes productores de arroz, como China y Vietnam. Ahora bien, son propuestas que dependen del acuerdo entre países productores y algunas pesadas burocracias institucionales. La perentoriedad del problema quizá sea razón suficiente para que esta vez el grupo proponga medidas eficaces y rápidas, si es posible con tratamientos regionales específicos, y las discusiones inoperantes se dejen para mejor ocasión.
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