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OPINIÓN
Columna
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Problemas prácticos

Enric González

Giulio, o Joel, o Yoel Racah (1909-1965), fue uno de los científicos más sobresalientes de su época. Tuvo una vida difícil y agitada. Y mantuvo una relación muy problemática con las cosas prácticas.

Racah nació en Florencia, estudió Física en Roma con el premio Nobel Enrico Fermi y obtuvo un puesto docente en la Universidad de Pisa. En 1939, cuando Mussolini impuso en Italia las leyes raciales contra los judíos, Racah emigró al protectorado británico de Palestina y se integró en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Los británicos abandonaron Palestina en 1948 y la comunidad hebrea proclamó su propio Estado. Eso supuso la guerra con los países árabes. Israel, con menos hombres y menos armas que sus enemigos, se encontraba en una situación desesperada. A principios de julio de ese año, la pequeña comunidad judía que habitaba en Jerusalén desde hacía más de 3.000 años se vio expulsada del barrio histórico. Se avecinaba una tregua y el presidente israelí, David Ben Gurion, recurrió al científico más eminente de su país, Yoel Racah. Ben Gurion encargó a Racah que utilizara sus conocimientos para fines prácticos: le encargó que construyera la bomba convencional más potente del mundo, con el fin de abrir un boquete en las murallas de Jerusalén y reconquistar una parte de la ciudad vieja. A los israelíes les resultaba inconcebible que los restos del antiguo templo, con el Muro de las Lamentaciones, quedaran fuera de sus fronteras.

Racah fabricó un artefacto en forma de cono que denominó, sin romperse demasiado la cabeza, Conus. Era un obús de 350 kilos de peso, teóricamente capaz de perforar cualquier muro. Decenas de soldados y campesinos lo cargaron hasta la muralla. Tuvieron que subir una pendiente bajo los disparos de los defensores de la ciudadela, buenos tiradores. El transporte del Conus fue una de las grandes heroicidades de aquella guerra breve y decisiva. Pero Conus fue al fin situado en su objetivo, bautizado militarmente como Berlín.

David Shaltiel, comandante en jefe de las fuerzas israelíes en Jerusalén, dio por ganada la batalla. Sólo faltaba la explosión e irrumpir en la ciudadela.

La explosión llegó, y fue el estruendo más potente jamás escuchado en Jerusalén. Diversos cálculos estiman que nunca una bomba convencional hizo tanto ruido. Durante más de un minuto, asaltantes y defensores quedaron paralizados. En cuanto recuperaron los sentidos, los soldados israelíes se lanzaron hacia la brecha. Para su desgracia, comprobaron que no había tal brecha. No había ni siquiera un agujerito. No había nada más que un poco de tizne sobre la piedra. Yoel Racah, científico ilustre, creador de un sistema de medición de la energía atómica que sigue utilizándose hoy, había inventado una bomba que explotaba hacia dentro, con mucho ruido, pero sin causar apenas daños a su alrededor. Es decir, había inventado el petardo más potente de la historia.

Los israelíes no pudieron penetrar en la Jerusalén vieja. Quedaron lejos del Muro de las Lamentaciones durante casi 20 años, hasta la guerra de 1967. Racah siguió trabajando en Israel y acumulando prestigio académico. En 1965 se dirigía a Amsterdam para dar una conferencia y se detuvo en Florencia para pernoctar. Esa noche tuvo otro problema trágico con las cosas prácticas: falleció por un escape de gas.

Giulio Racah, creador del sistema para medir la energía atómica.
Giulio Racah, creador del sistema para medir la energía atómica.

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