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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Protección equivocada

La limitación de horarios comerciales molesta al consumidor y no frena el cierre de tiendas

El comercio en España sufre el peso de una auténtica jungla de normas, regulaciones y disposiciones que obstaculizan las relaciones comerciales entre vendedores y clientes. El presidente de la Comisión Nacional de la Competencia, Luis Berenguer, ha desenterrado el debate sobre los horarios comerciales nacionales, sumamente restringidos en su opinión, al proponer que se derogue la legislación comercial restrictiva que, entre otras cosas, limita la creación de centros comerciales e impone el número de festivos que pueden abrir las grandes superficies. Berenguer mencionaba la libertad de horarios y de establecimiento a cuento de las escalofriantes subidas de precios de los alimentos y otros productos básicos, sobre el supuesto de que el aumento de la competencia atemperaría su escalada. Rápidamente, el ministro de Industria, Joan Clos, refutó a Berenguer con el argumento de que la liberalización de horarios "no reducirá los precios" porque no aumentará la competencia.

La defensa apresurada de Clos de las limitaciones comerciales en vigor encubre una falacia: el aumento de la competencia comercial y, por tanto, los efectos benéficos sobre los precios provendrían no de la libertad de horarios, como interesadamente relacionaba el ministro, sino de la libertad de establecimiento. Pero, al margen de este malentendido, los argumentos en favor de la libertad de horarios resultan que no están basados únicamente en sus virtudes deflacionistas. No existen razones económicas o de bienestar de los consumidores que justifiquen que los centros comerciales o las grandes superficies no puedan abrir los domingos o festivos. En cualquier mercado racionalmente constituido, los consumidores deben comprar dónde y cuándo quieran; en cuanto a las empresas, deben ser los cálculos de rentabilidad los que determinen los días que abren o cierran.

La razón de los corsés comerciales es política. Responde a la suposición de que así se protege al comercio minorista, que carece de los recursos financieros y personales para abrir los festivos. Esta idea es común a Gobiernos del PSOE y del PP y goza de gran predicamento en las comunidades autónomas, muy intervencionistas en esta materia. La razón última es la bolsa de votos que representa el pequeño comercio, un jardín que los partidos nacionalistas cultivan con mimo. Esa razón explica la celeridad con que Clos ha desmentido cualquier atisbo de liberalización.

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Pero la idea proteccionista se ha demostrado falsa. Los pequeños comercios siguen desapareciendo a gran velocidad a pesar de que los centros comerciales cierran los domingos, por la sencilla razón de que su problema no es de horarios durante el fin de semana; es que no son competitivos durante el resto del año, por razones financieras y de economías de escala. La Administración y los comerciantes deberían buscar soluciones a ese problema, en lugar de imponer un toque de queda comercial los festivos.

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