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Putin y la etiqueta bizantina

Tal vez la arena movediza de ese periodismo creador y destructor de casi toda cosa ya habría borrado esta viñeta que, conservada por extraños motivos, expongo al lector. Con ocasión del centenario de la canonización de Serafin de Sarov (uno de tantos santones sadomasoquistas en 1os que la Ortodoxia es tan fértil), los intrincados engranajes de poder imperantes en Rusia imponían que se aprovechara la ocasión: el teniente coronel Putin, a pocos meses de su reelección a la presidencia, acompañó al patriarca Alexis II a las festividades conmemorativas. ¿En dónde se encuentran los restos del santo hombre? Hoy, en la ciudad secreta de Arzamas-16, desde la que la procesión partiría para depositarlos en la catedral de Diveyev. La vieja Serov (con 18.000 trabajadores en su complejo atómico militar) guarda celosa el honor de haber desarrollado con Stalin la primera bomba atómica soviética y, después, la primera de hidrógeno. Casi todo lo atinente a la proeza se conserva en el museo que el príncipe de la Iglesia y el mandatario del KGB contemplaron con arrobo. (Sin retórica: ¿por qué si una profesión imprime carácter indeleble no había de hacerlo la otra?) Y aquí la prensa rusa desvela esos detalles que tan bien trasparentan la personalidad de nuestros pastores (Gazeta, 1-8-2003). Al visitar la diminuta celda del santo, Putin sufrió una distracción: quizá transportado por el fervor, se olvidó de ceder el primer puesto al Patriarca, según prescribe el protocolo. Ya se disponía a volver sobre sus pasos, cuando el comprensivo clérigo meneó la mano con displicencia. "Ladno uzh!", se limitó a exclamar. O sea: "¡Qué más da!", "¡Esas pamplinas no cuentan entre nosotros!", o algo así. Mas Putin ya se ha ganado la reputación de conocer bien la laberíntíca liturgia, de ser un piadoso varón, y no un mero candelabro al uso. Guarda con rigor el ayuno y la abstinencia prenavideños y prepascuales que la Iglesia Ortodoxa impone a sus fieles. Nunca pone reparos a que se le designe como "el primer dirigente ortodoxo de Rusia desde Nicolás II"; y para nadie es un secreto el nombre de su confesor y director espiritual: el archimandrita Tijon (en el siglo, Georghi Shevkunov), entre cuyas convicciones brilla ésta: la censura no es sino "un instrumento normal dentro de una sociedad normal". Ladno uzh! Siguió el banquete; y, a los postres, Su Santidad Alexis II destacó, entre otras cosas: "Hace cien años rezó aquí el zar-emperador Nicolás, y ahora, por designio divino, al cumplirse el centenario de aquella efeméride, la catedral de Sarov recibe hoy al presidente de Rusia, Vladímir Putin... Esta solemne ocasión es un símbolo de la unidad de la Iglesia, del Pueblo y del Poder". Después, el Patriarca bendijo varias veces al teniente coronel.

Por supuesto, se precisaría un libro entero para contextualizar bien esta escena, sobre todo en lo relativo a esa unidad de Iglesia, Pueblo y Poder como clave hermenéutica de la Ortodoxia. Sin embargo, me atendré sólo a mi memoria reciente. Desde 1996, cuando en el Palacio de Congresos Yeltsin inauguró su nuevo mandato jurando la Constitución ante ese mismo Alexis II, el camino recorrido por los jalones patriótico-eclesiales se revela sideral. Cierto, por cuestión de formas, el Gran Mufti de Rusia, el Gran Rabino y la Suprema Autoridad Budista se encontraban también entre el auditorio, pero resultaba evidente para cualquiera cuál era la plantilla semántica que se intentaba calcar allí con todos los tartamudeos propios a la improvisación, el cinismo y el estado cuasi-cadavérico del agasajado. Tal código de lectura no era otro sino el de la coronación sacramental del zar en la catedral de la Asunción del Kremlin (a pocos metros de allí). Y el ventrudo patriarca ("el mirlo", en el catálogo de clérigos fiables confeccionado por el KGB) repetía ese estribillo que siempre ha conseguido consolidar al cristianismo como formidable religión del poder: "Nosotros, los cristianos, sabemos que toda autoridad procede de Dios" ("Niet vasti nie ot Boga"). Mas, por entonces, todo lo nimbaba el tono ceniciento de la inseguridad y la improvisación en aquellas sorprendentes nupcias. ¿Se trataba de un acto secular o de una glosa del Nuevo Testamento? Aunque aquí se impone una aclaración.

Sin duda que en los Evangelios se espigan dicterios ácratas e inapelables repudios de cualquier forma de poder constituido. Pero, ponderada la exégesis, desde un punto de vista secular parece obligado atribuirlos a la personalidad desequilibrada de su milagrero predicador, capaz de exaltar la mansedumbre un día, y la violencia el siguiente. ¿Cómo reclamar coherencia doctrinal de un Hijo de Dios? Mas los denuestos anarquizantes del rabí Jesús de Nazaret, inscritos en un contexto apocalíptico, o su aceptación de los "dos mundos", o su sometimiento a la fiscalidad romana, casi nada pesan, históricamente considerados, frente a otro documento, obra de un rabino más avezado en los negocios mundanos del poder. Hablo de la Epístola a los Romanos, en donde se propugna la acomodaticia doctrina de que "toda autoridad procede de Dios". Recuérdese el contexto: "Que toda alma (pása psyche) se someta a las autoridades superiores. Porque no existe autoridad superior sino por Dios, y las que existen, por Dios han sido establecidas (tetagménai)" (13, 1-2). ¡Toda alma! O sea, el individuo íntegro se ha de entregar tanto en su exterioridad como en su fuero interior. De donde se sigue que la coacción permisible a la autoridad establecida también será total. La Iglesia ya llegará a sus acuerdos para que quien otorgue ese poder de "autoridad establecida" le deje unas migajas, que enseguida le parecerán irrisorias. La teología y el imaginario político heredados de Bizancio no han mudado en Rusia ni un ápice: será cuestión de adaptarse a las circunstancias. Por eso la Iglesia Ortodoxa no tuvo reparos en aliarse con el invasor tártaro, y en ofrecer preces por su gloria en su propia corte de Sarai, mientras el yugo se mantuvo con fuerza.

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¿Y el presente? La taimada restauración de las claves de bóveda más autoritarias dentro de una economía de mercado mantenida bajo una permanente espada de Damocles, está logrando acercar a la Rusia putiniana al modelo que nadie acertaba a plasmar con el marbete descriptivo más iluminador. De ahí la veracidad de las palabras del Santo Patriarca cuando, al evocar al anterior "gobernante ortodoxo" recordaba la sagrada unión rusa entre la Iglesia, el Pueblo y esa autoridad establecida del rabino Saulo. ¿Separación de poderes? Más primario aún: ¿escisión entre lo sagrado y lo profano? Traduzcamos: ¿ideocracia totalizadora por un lado y esfera autónoma de la individualidad por otro? Hoy por hoy, nos seguimos equivocando de sala de

A. Pérez Ramos ha estudiado Filología Eslava en las universidades de Cambridge y Moscú. Su última obra aparecida es la novela El paraíso perdido (Barcelona, Seix Barral, 200l).

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