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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Al Qaeda, en el Magreb

Al Qaeda dejó ayer su marca de sangre y destrucción en el Magreb con la explosión simultánea, según su costumbre, de cuatro coches bomba en Argel, uno en el aparcamiento de la sede del Gobierno y tres, en una comisaría. Más de 20 muertos y decenas de heridos arroja el provisional balance de una acción reivindicada por la Organización de Al Qaeda en el Magreb Islámico, nuevo nombre que tomó el anterior Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) cuando se sumó a la red de Bin Laden. En febrero, este grupo se responsabilizó de siete atentados en la Cabila.

Aunque no guarde directa relación operativa, pero sí ideológica, con lo ocurrido en Argel, anteayer tres militantes islamistas prefirieron hacer estallar sus cinturones bomba, y otro dejarse acribillar, antes de que los capturara la policía marroquí en Casablanca. Es probable que parte de la pista que llevó al piso donde se encontraban proceda de un compañero detenido el pasado 10 de marzo, de otro salafista que se inmoló o del que le estalló la bomba en un cibercafé de Casablanca. Puede que se trate de grupos pequeños, pero actúan bajo un paraguas global. Lo ocurrido en Marruecos sugiere que lo que era un núcleo en formación estaba planeando un atentado o una serie de ellos de gran envergadura contra intereses turísticos, según la policía. De hecho, las embajadas, consulados y otros centros españoles en Marruecos habían sido puestos en alerta hace varios días ante la posibilidad de atentados.

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Todas las precauciones y toda la ayuda que se le pueda brindar a Argelia y Marruecos en la lucha contra el terrorismo yihadista serán pocas. Se trata de dos países con un serio handicap, como son sus malas relaciones bilaterales, que constituyen un lastre para la cooperación antiterrorista. Los suicidas de Leganés parecen formar parte de estos mismos movimientos y también optaron por morir antes que ser capturados.

En 2003 fue Casablanca, en 2004 Madrid y en 2005 Londres y en muchos casos en un día 11 de siniestra celebración. Descontando, además, las acciones violentas del integrismo islámico abortadas el año pasado en Dinamarca, Alemania y Reino Unido.

Los atentados de ayer en Argelia previsiblemente interrumpirán la política de reconciliación nacional que había emprendido el presidente Buteflika para que los grupos armados islamistas renunciaran a esta vía y se reintegraran en la sociedad. Pueden quedar afectadas las elecciones legislativas del mes próximo, en las que se baraja que el islamismo político capte hasta un 47% de los votos, según dos sondeos, o las de septiembre en Marruecos con parecidas perspectivas.

Conviene, sin embargo, diferenciar entre islamismo político y estos movimientos violentos, y evitar que los terroristas frenen la agenda de la democratización en el Magreb. Los años de plomo en Argelia estaban quedando atrás. Los violentos que surgieron tras el golpe de Estado de 1991, que impidió la victoria electoral de los islamistas, eran sanguinarios en su violencia, pero no suicidas. El elemento de imprevisibilidad de la organización e ideología de Bin Laden ha penetrado ahora en la región y se está extendiendo por el África subsahariana. La guerra de Irak le ha dado nuevas energías y reclutas. No estamos ya ante el terrorismo islamista de principios de los noventa, sino ante su metamorfosis, con tentáculos que llegan a Europa, donde en su delirio Al Qaeda ha llamado a reconquistar Al Andalus. Nadie puede considerarse libre de nuevos golpes, ni considerar que los frentes están delimitados. De ahí la necesidad de una renovada solidaridad para una lucha común.

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