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1981: solos y mal acompañados

Quien sienta curiosidad por saber cuán distintas son las perspectivas de los años ochenta en relación con la década anterior, y sin ningún ánimo masoquista, sólo necesita asomarse a cualquier hemeroteca y ojear los -en estas fechas- inevitables extras periodísticos. Por aquel entonces todo eran artículos tales como la civilización del ocio y del desperdicio, cómo pasar las vacaciones en Tahití, el empleo del tiempo libre, etcétera. Las cosas, sin duda, han cambiado. Lo que hoy habría que decir a la gente es cómo plantar tomates en la bañera y a cultivar champiñón en las terrazas. Y, por supuesto, enseñarles a montar en bicicleta... Los tiempos que se avecinan (¡por favor, que nadie eche la culpa a la OPEP!) son otros. Se hace, por tanto, necesario examinar nuestra capacidad de adaptación a ellos. Y mirar mucho a nuestro alrededor. Los meses que se avecinan exigen, como mínimo, perspicacia. En lo económico, claro, pero también en lo político. En España, los escasos períodos de democracia siempre han coincidido con épocas de crisis. Se dice siempre, pero es verdad. Qué lo vamos a hacer. Se trata, simplemente, de obrar en consecuencia y procurar no ser «invitados de piedra», compañeros de viaje de nadie ni satélites de un universo bipolar. Repasemos el conjunto.Los electores USA dieron en el mes de noviembre de 1980 la más soberana paliza a los demócratas, y dentro de éstos, a los más liberales, que recuerdan las crónicas. El gobernador de California, un tal Reagan, que es una especie de envejecido reclamo de cualquier marca de cigarrillos, se apresta a inaugurar 1981 con su mandato. Dios nos coja confesados, y muy especialmente a los que soportan las tiranías latinoamericanas. En el otro extremo de la diáspora, la URSS, a la que pronto se volverá a llamar Rusia, como en los tiempos de la guerra fría, sin retirar su bota de Afganistán, mira con detenimiento lo que sucede en la vecina Polonia. Lugar donde los obreros, además de coraje y -ioh cielos!- creer en Dios y en la santa madre Iglesia católica, apostólica y romana, han demostrado que el sistema mal llamado socialista funciona bastante mal. Por lo menos en lo referente al papel de la clase proletaria en una democracia popular. Por ahora, los soviéticos se han limitado a observar. Pero por aquello de que primero se pone el ojo y después la bala, nadie descarta de que se pueda pasar a mayores. De modo que, en lo referente a los grandes, así están las cosas. El vaquero Reagan, por un lado, y los venerables ancianos que rigen la política soviética, cargados de achaques y de recuerdos de gloriosas páginas guerreras, por otro. Y ambos con específicos intereses en España enfrentados además en un punto crucial: nuestra entrada en la OTAN, lo que sucederá si Dios y el PSOE no lo remedian. Como se ve, en el tour de force que se avecina, España dista mucho de poder permitirse el lujo de pasar desapercibida.

Y si eso sucede con los grandes, con los «pequeños» las cosas tampoco están como para echar al vuelo las campanas de optimismo. Sin ir más lejos, el Vaticano, el más minúsculo Estado, del mundo (en las enciclopedias de geografía), parece guardar la esperanza de que España siga siendo la reserva espiritual de Occidente. El papa Wojtyla ha decidido cerrar la puerta al divorcio, a la escuela laica, a la secularización, al control de la natalidad, etcétera. Ello no tiene mayor importancia en otras latitudes que, a su debido tiempo, hicieron las reformas pertinentes. Pero aquí la harina es de otro costal, porque todos esos asuntos están todavía en el telar y algunos en el alero parlamentario. La actitud romana supone un inestimable refuerzo a las fuerzas reaccionarias que desde un sector de UCD a los piñaristas están empeñados que esta democracia no se mueva ni hacia adelante ni en profundidad. Con la coalición de la gran derecha en el horizonte, la postura beligerante de la Iglesia puede tener una importancia que sería absurdo minusvalorar.

Nos enseñaron de pequeñitos que no siempre los juguetes más espectaculares procedían de los parientes más pudientes. A menudo era esa portera que nos había visto nacer la que nos traía el soñado caballito de cartón. Francia puede ser el nombre de la portera. Allá por el mes de marzo del año que inauguramos, los franceses volverán a elegir, con toda probabilidad, como monarca, a Giscard, el de los diamantes. Allá ellos, desde luego. Pero entonces la política de vecindad -de alguna manera hay que llamarla- va a seguir siendo la misma. A menos, claro, que algunos «espontáneos » ayuden a instalar una especie de «Gobierno corso provisional en el exilio» en algún lugar de la costa mediterránea. Pero dada la demostrada habilidad de ciertos servicios paralelos, la cosa no parece probable. Así que ETA, en sus diversas ramas y acepciones, seguirá paseándose por los Pirineos Atlánticos como Pedro por su casa. El terrorismo seguirá siendo, por tanto, un elemento desestabilizador y corruptor de la democracia. Con la colaboración francesa, la ineficacia española, los escarceos jesuíticos. de Arzallus y, no olvidemos, el apoyo más o menos encubierto de ciertos sectores, por suerte que al parecer en disminución, de la sociedad vasca. Con todo, y habida cuenta de los recientes acuerdos, el terrorismo puede entrar en caminos imprevisibles. No obstante, y para que el optimismo no se desborde, conviene recordar que todavía andan por ahí perdidos un mínimo de 6.630 kilos de Goma 2. Se supone que en algún caserío y no precisamente para servir de pasto al ganado. Los otros 370 fueron hallados por la policía.

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Pero, en fin, tenemos más vecinos. Por ejemplo, Marruecos. País modesto, pero, ¡ay!, tan incómodo especialmente con Ceuta y Melilla en el catálogo de sus reivindicaciones prêt -á -porter, según las cosas internas se le vayan poniendo difíciles a Hassan. Lo que no es inverosímil, desde luego. La Cosa se pondrá peor cuando entremos en la OTAN, cuando la URSS considere que esas puntas de lanza en Africa no son lo que se dice una ayuda a la distensión. Sin salir de la zona, no hace falta ser un lince para saber que el tema del Sahara no va a ayudar a la buena marcha de nuestras relaciones con los marroquíes. Y eso que, gracias a Dios y a la diplomacia española, el año ha acabado bien, en relativa calma y armonía, con el Frente Polisario. Lo que no sabemos es qué compromisos subyacen detrás. Los acuerdos, si los hubiera o hubiese, tarde o temprano hay que cumplirlos, lógicamente.

De los otros convecinos más o menos próximos, recordemos la imparable marcha hacia la derecha en Portugal. Y a la inevitable señora Thatcher, modelo sublimal de media UCD y parte de la otra media, que va a seguir gobernando Gran Bretaña a base de cargar la crisis económica sobre las espaldas de los obreros, como en los mejores tiempos de la revolución industrial. Que Italia continuará rezando ininterrumpidamente el rosario de la corrupción democristiana y, por último, que las, sociedades occidentales van a seguir empeñadas en eso que se llama eufemísticamente el reforzamiento de la autoridad frente al «desmadre» de la libertad. No hace falta dar detalles sobre lo que eso significa. Pero, atención, ¡periodistas de todo el mundo, uníos! No por espíritu corporativista, claro, sino para defender lo que es patrimonio de todos.

El catálogo de perspectivas, pues, para los próximos meses no es indescriptiblemente alentador. Sería absurdo ver en su enumeración cualquier afán catastrofista. La historia tiene sus recursos de defensa. Y las fuerzas sociales y políticas progresistas, la obligación de emplearlas. No hay peor catastrofismo que el del avestruz. España tiene archipiélagos, pero no es una isla. El panorama que se avista para 1981, y no desde el puente, o se afronta o nos arrollará.

Y dentro de este paisaje tan escasamente primaveral, ¿cómo están las cosas por aquí dentro? Veamos. Crisis económica y paro en aumento, al menos durante el año. Dependencia energética del exterior cada vez mayor y sin, a estas alturas, un plan de fuentes alternativas de energía, más allá de las contestadas centrales nucleares, que llevar a nuestras calefacciones y a nuestra industria. Desembrollo del actual caos autonómico a que nos ha llevado la pintoresca teoría de «queso para todos», lo pida o no el comensal, que elaboró, antes de su conversión, el flamente nuevo líder andalucista Clavero Arévalo cuando era ministro de autonomías y, se supone, intérprete del pensamiento de Suárez. Como se recordará, para camuflar ante los llamados poderes fácticos los inexorables procesos de autogobiemo de Cataluña y Euskadi y la recuperación de las instituciones de estas nacionalidades históricas, se acordó que salomónicamente había que inventar y repartir preautonomías como rosquillas a la puerta de un colegio. Para redondear el asunto se crearon, caso andaluz, los agravios comparativos. Y así, al final de 1980, llegamos a una situación entre dramática _y sainetesca que el señor Martín Villa -como se ve, la cosa va de conversos- ha asumido con inasequible entusiasmo. La política del PSOE en esta materia no ha sido tampoco lo que se dice un modelo de coherencia, y no digamos la del PCE, siempre dispuesto a encabezar la manifestación y con la notable excepción, digna de ser recordada, del País Vasco, emprendida, por decirlo todo, con cierto retraso. .

El enfoque del tema autonómico no revela sólo el fracaso del Gobierno, sino el de toda la clase política en tema tan resbaladizo, empeñada en confundir sus apetencias de poder, o de reparto, con las aspiraciones populares. Como colofón, ahí está, por razones diversas, pero inescrutables, el dramático resultado abstencionista del referéndum gallego, que debería ser origen, pero no lo será, de un serio examen de conciencia. Y, para colmo, con la guinda de ese dichoso censo sin elaborar, bochornoso espectáculo de incompetencia sobre el que ni siquiera merece la pena insistir. Autonomías que deberían ir adelantadas (Canarias, País Valenciano, por ejemplo) se mezclan con las de Asturias, Cantabria (antes Santander), Rioja (antes Logroño), Castilla-León (híbrido histórico geográfico que puede dar lugar a infinitas variables), Castilla-La Mancha, Madrid (no se sabe si como apéndice de algo o como una especie de espúreo distrito federal), Baleares, Murcia (¿con o sin Cartagena?), Extremadura y, pásmese el que todavía pueda, Segovia... ¿Hay quien dé más? Pues sí. Nada menos que el explosivo contencioso Euskadi-Navarra, juntas o por separado, que puede convertirse en uno de los puntos más calientes del futuro político de este país. Desenroscar este laberinto, al tiempo que se logra que el funcionamiento autonómico de las nacionalidades históricas se integre armónicamente en el conjunto, es una tarea de titanes. ¿Dónde están éstos? Misterio. Y el caso es qué el modelo constitucional de Estado de las autonomías es bueno. Pero ¿desde q'ué presupuestos y con qué ritmo? De nuevo, he ahí el problema.

Pero, para el año 198 1, no sólo están los problemas derivados de la crisis económica, del terrorismo, el contexto internacional y la definición y ordenamiento del Estado de las autonomías. Hay otros, más o menos camuflados, que, como el Guadiana, surgen intermitentemente con mayor o menor intensidad, pero, en cualquier caso, con suficiente poder como para convocar emociones que difícilmente pueden desconocerse. Es el caso de la actitud del Ejército. Que este país se pueble con relativa regularidad de rumores intranquilizadores y que éstos sean atendidos y no desechados de inmediato prueba, cuando menos., que el talante democrático no ha calado con la suficiente profundidad en todos los sectores de las Fuerzas Armadas, que, por otro lado, y en su conjunto, han tenido un comportamiento irreprochable durante todo el período de transición política. Se trata de abordar ahora que el espíritu constitucional cale hondo en los cuarteles. Y definitivamente. ¿Cómo? De nuevo, una pregunta que queda colgando sobre los meses venideros y que, como tantas otras, no puede quedar en el vacío.

Y hay más problemas, naturalmente. Ninguno de ellos fútil. Algunos directamente políticos, como el desdibujamiento de la izquierda (la más dañada por la provocación terrorista), inmersa en una patente crisis tanto de modelos alternativos como de imaginación. Felipe González se perfila como un gran líder. Pero

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eso no es, a todas luces, suficiente. Y está también la precaria implantación de los partidos políticos en el tejido social. Y los partidos son básicos para la estabilidad y consolidación de la democracia. En todas las crisis de los grandes partidos nacionales y más de uno de ámbito regional (UCD, PSOE, PCE, PSA, etcétera) hay demasiados personalismos, recelo a la democratización interna y una actitud de suicida volcamiento hacia el interior frente a la asunción de sus obligaciones con el electorado. Problema político es también el rápido desgaste de la clase política y su pérdida de credibilidad. Injusto o no (personalmente creo que no es del todo justo), esta es una realidad palpable en la reducción de la militancia y en el retroceso de su presencia en la sociedad. El desprestigio, por otra parte, se ha extendido al escepticismo con que se contemplan ciertas instituciones que apenas han empezado a funcionar, víctimas del compadreo y cabildeos que acompañaron a su nacimiento. Conviene no olvidar, por otra parte, el crecimiento de la presencia en la calle, y en afiliación, de las organizaciones de extrema derecha...

Y si desde un plano político pasamos a otro social, conviene recordar que España no ha abordado ni una sola de las reformas estructurales que tiendan a reducir seculares injusticias de desigualdad y reparto de la riqueza. La modernización de la sociedad española (ahí está el tema de la educación) apenas acaba de empezar y sólo en algunos campos (el divorcio), con gran resistencia y espectacular exhibición de una doble e hipócrita moral por la parte de la derecha. En otros, apenas se ve por ninguna parte. La derecha ordena y manda. Por el momento, el contrapeso sindical no es suficientemente fuerte, y se perfila una preocupante tendencia a contrarrestar a los sindicatos de clase con otros de matiz claramente amarillista y corporativo.

Pues bien, a través de un rápido repaso a ese trasvase de problemas del año 1980 a 1981, parece evidente que estamos solos y, además, mal acompañados. El contexto internacional parece poco propicio a las aventuras progresistas. Y, sin embargo, profundizar en la democracia durante los próximos meses es el único camino para reforzarla. En España, todavía débil, todavía insegura, todavía precaria. Nuestros vecinos, de cerca y lejos, son incómodos. Y dentino de casa es suficiente leer los periódicos para percatarse de que nada es fácil y con abundancia de zonas que, por el momento, permanecen en la penumbra. Como esa gran derecha con que algunos sueñan. Así estamos cuando empezamos el segundo año de la década de los ochenta. Con la UCD en el Gobierno y sin saber exactamente dónde está el verdadero poder. El contestado por dentro y por fuera Suárez capitanea un a nave en un proceloso mar donde lo que menos faltan son temporales. Parece demasiado sostener el plazo de 101 años -ya sólo quedan 99- que él se fijó para su mandato. En realidad, ya nos daríamos todos, como suele decirse, con un canto en los dientes si se llegara limpiamente a las elecciones legislativas, de 1983. Cosa que, por lo demás, sería una prueba inequívoca de estabilidad. Sólo llegaremos mirando más el futuro que alrededor,. Use alrededor que en los albores de 1981 se presta a pocas alegrías. Pero, por tanto, sí a trabajar. Hacia adelanle si se quiere huir definitivamente del pasado.

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