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Rajoy y Zapatero, en la Isla del Placer

Poco se habla en campaña de la lentitud de la justicia, la mala atención al consumidor y otros asuntos que amargan la vida de los ciudadanos. Ni 500 millones de árboles ni 400 euros van a solucionarlos

Todos recordamos la escena donde Pinocho y sus amigos creyeron las falsas promesas del malvado personaje que los sedujo mediante gratuitas golosinas. Embelesados, viajaron hasta la Isla del Placer, que resultó ser un señuelo. Tras horas de diversión, los niños se convirtieron en burros.

Valga la analogía para ilustrar la ronda de promesas de las últimas semanas, las típicas de cuando se aproximan elecciones. Los líderes intentan seducirnos con ofertas parecidas a los dulces de la Isla del Placer. Ningún partido se salva de lanzar propuestas de dudoso cumplimiento.

Zapatero, por ejemplo, prometió equiparar los salarios de hombres y mujeres que ocupan un mismo puesto. Quizá en el sector industrial sea planteable, pero resulta muy complicado en el de servicios, donde una empresa puede esgrimir un sinnúmero de factores que justifiquen diferencias salariales para un puesto similar.

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¿Qué sectores tomarán el testigo de la construcción y el turismo ahora que ya no son tan boyantes?
¿Por qué los partidos no informan de antemano de con quién pactarán si no logran amplia mayoría?

Rajoy, por su parte, tuvo su momento estelar con sus 500 millones de árboles. ¿De qué especies? ¿Cuánta agua necesitaremos para que no mueran? ¿Dónde los va a plantar? Separados entre cuatro y seis metros para que, dependiendo de la densidad de sus ramas, no se enmarañen, 500 millones de árboles precisarían una superficie que ronda los 7.000 kilómetros cuadrados. Eso son 700.000 veces el Santiago Bernabéu o, para que se hagan una idea, la superficie de todo el País Vasco.

Lo del contrato de inmigración es otra idea que, en caso de aplicarse, sería un sucedáneo. Fernando Iwasaki, escritor peruano, casado con una española y residente en Sevilla, me explicaba lo difícil que era materializar tal propuesta: a España llegan ciudadanos de distintos lugares y con circunstancias muy diferentes, que no tienen por qué demostrar de antemano que son personas decentes, honradas y con capacidad de contribuir a la riqueza de España.

Zapatero ofreció 2 millones de puestos de trabajo en la próxima legislatura (1,2 millones para mujeres), y Rajoy, 2,2 millones. A ver, todo el mundo sabe que la creación de empleo depende en gran medida de la evolución de la economía. Y en estos momentos se avecina una tormenta cuya magnitud el propio Solbes ha reconocido difícil de dimensionar. Nadie puede asegurar con rotundidad tal creación de empleo y menos todavía cómo se repartirá ésta entre hombres o mujeres.

Las promesas de rebajas fiscales, clásicas de toda campaña, suscitan mucha incredulidad, dado que la presión fiscal española ha venido aumentando hasta superar ya el 40% del PIB. El motivo es que la eliminación o rebaja de ciertos impuestos se compensa con la subida de otros distintos. Lo determinante es la presión fiscal total, cifra con la que sería mejor comprometerse, porque ésta sí que no ofrece lugar a dudas.

El juego mediático está servido. ¿Merkel y Sarkozy apoyan a Rajoy? Zapatero sale en la foto al día siguiente junto a la líder germana, matizando ésta su presencia ante los medios. ¿Rajoy veta el velo islámico? Por la mañana aparece en los diarios abrazando a un subsahariano.

Lo siento, pero todo esto, al igual que el debate del pasado lunes, parece más propio de un reality show que de una carrera presidencial. La diferencia es que en lugar de ser expulsado de la casa mediante votos por SMS, aquí se trata de ocupar una residencia llamada Moncloa mediante votos por papeleta.

Los medios de comunicación, por cierto, tienen su parte de responsabilidad en todo esto. La propensión ideológica de los grupos de comunicación los lleva a hacer campaña. Al seleccionar el corte con la más bananera y controvertida de las promesas electorales de un mitin se debilita al líder que no es de su devoción. De esta forma, los medios contribuyen un poco más a banalizar el discurso electoral. Es parte del problema.

A mi modo de ver, en esta campaña se echan de menos dos tipos de contenido: estratégicos y básicos.

1. Estratégicos. De ellos depende nuestro porvenir. Ningún partido ha establecido claramente cómo abordar la crisis económica que se avecina. Apenas se habla de la reconversión que España debe afrontar tras basar su crecimiento en la construcción y el turismo, sectores que ya no van a ofrecer tantas alegrías. ¿Qué sectores tomarán el testigo?

Por otro lado, cuando la economía se enfría, los ingresos públicos bajan. El gasto público actual se verá amenazado si los ingresos públicos caen. En una familia, empresa o estado es peligroso financiar gastos ordinarios con ingresos extraordinarios. Como muestra, el aumento del déficit en que los ayuntamientos han incurrido en 2007, en un momento que el sector inmobiliario no proporciona los ingresos de antes.

¿Y qué hay del desarrollo de los diferentes estatutos de autonomía? Se echa en falta un diseño de Estado bien planificado, justo, solidario y sostenible. Las políticas de descentralización se improvisan porque responden a los puntuales pactos que otorguen la mayoría parlamentaria. En este sentido, muchos votantes querrían conocer de antemano las preferencias a la hora de pactar del partido al cual votan. Recordemos la decepción de muchos votantes de ERC cuando esta fuerza apoyó a Montilla para presidir la Generalitat; los que preferían CiU se sintieron engañados. Hubieran querido y tenían derecho a saberlo antes de darle el voto. Algo similar sucederá a los partidos clave de estas generales.

Ante la igualdad entre PP y PSOE que los sondeos auguran, la política de pactos será determinante tras el 9-M. No posicionarse claramente en ello, por depender de los resultados finales, es escurrir el bulto. Duran i Lleida, cuando fue preguntado por Albert Om con quién pactaría CiU, eludió pronunciarse al respecto tantas veces como el periodista insistió.

2. Básicos. Son los que se comentan en la calle, los que causan indignación y se quieren ver resueltos. Seguridad ciudadana, eficiencia de la administración y llegar más holgadamente a final de mes. Todo lo demás importa relativamente poco a la gente. Seguridad ciudadana significa no dormir temiendo que entren por tu ventana a destrozarte la cara a cambio de dinero, que se pongan verdaderas medidas contra la violencia de género, la callejera y la escolar. Seguridad es también la indefensión del consumidor en servicios de telecomunicaciones, compra de pisos o contratación de viajes, por mencionar sólo algunos ejemplos. En el debate del lunes sólo algunos de estos asuntos se denunciaron, pero ni Zapatero ni Rajoy concretaron un plan de acción para resolverlos.

La justicia y los trámites administrativos, a pesar de las reformas legales, siguen siendo desesperadamente lentos. El otro día leía en las Cartas al director de este periódico el caso de un hombre que había tardado más de cuatro años en cobrar una indemnización de un organismo oficial. En la misma línea, desahuciar a un inquilino que no paga supone de seis a nueve meses. Ante esto, de poco sirven 6.000 euros de incentivo al propietario para que arriende.

Sé que son los temas de siempre, que no resultan sexy para una campaña, pero son los que, de legislatura en legislatura, apenas avanzan. Al final, todo es mucho más simple. Los ciudadanos no piden tanto y soportan mucho. Sólo quieren sentirse seguros, protegidos; sólo solicitan plazos razonables para los procedimientos legales y los burocráticos; sólo aspiran a llegar a final de mes a pesar de la hipoteca. Eso es todo. Sonará a demagogia y son cuestiones muy generalistas, pero éste es el clamor que se oye en la calle, en los cafés, en las tertulias de sobremesa.

Etimológicamente, "político" proviene de polis, ciudad. El político debe proponer soluciones para los auténticos problemas del ciudadano. Estamos en los inicios de la campaña y es asunto de líderes políticos y medios de comunicación que los cheques regalo cedan paso a propuestas serias y debate riguroso. Porque ni 500 millones de árboles ni 400 euros solucionan nuestros problemas. Ahora bien, regresando a la Isla del Placer de Pinocho, si los políticos siguen empeñados en repartir golosinas para conseguir votos, que así lo hagan. Al fin y al cabo, a nadie le amarga un dulce. Ahora bien, que no piensen que somos burros.

Fernando Trías de Bes es escritor.

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