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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reinar y no gobernar

La protesta popular marroquí exige al soberano que renuncie a sus poderes extraordinarios

Es un lugar común que el reino de Marruecos es el país árabe mejor preparado para culminar una transición relativamente cómoda a la democracia. Hay partidos, elecciones y una cierta libertad de expresión. Pero eso no lo resguarda de la agitación popular democrática que ha derrocado ya a los dictadores Mubarak de Egipto y Ben Ali de Túnez. Muy al contrario, como escribía Tocqueville de la Revolución Francesa, el progreso que no culmina, las expectativas de éxito que se resisten cuando ya creemos tenerlas en la mano pueden ser pura dinamita política.

Así, un poderoso movimiento popular, sin duda con su cuota de islamistas, salió a la calle el pasado 20 de febrero, para repetir suerte el 20 de marzo en las principales ciudades del país. La protesta, que ha generado alguna brutalidad policial, pero nada comparable a la represión en Yemen, Bahréin, Siria y no digamos en Libia, pide la transformación de la dictablanda real en una auténtica monarquía constitucional. Y Mohamed VI, cuyos iniciales ímpetus reformistas parecían un tanto apagados, ha sabido reaccionar el 9 de marzo anunciando una reforma de la Constitución con objeto de reafirmar el papel político del Gobierno, la celebración de elecciones "libres y sinceras", el reconocimiento pleno de los derechos humanos y la independencia de la justicia, entre otras bienandanzas. Pero la piedra de toque de la reforma es la supresión del artículo 19 de la Carta, que otorga al soberano poderes supralegales, con los que se convierte a su antojo en un dictador. Y el rey no dijo ni palabra de ese artículo, mientras la opinión espera -y otra protesta está convocada para el día 24- que se concrete el cambio.

El indulto de casi 150 presos políticos puede interpretarse a la vez como signo positivo o tentativa de soltar lastre para ganar tiempo. España está interesadísima en el proceso, y el lunes pasado Exteriores hizo una oferta de asesoría para la transición, dirigida específicamente a las monarquías árabes, lo que para España significa Marruecos y Jordania, pero sobre todo la primera. Rabat no debe perder esta oportunidad y al monarca incumbe la responsabilidad por ello. En caso contrario, la historia y hasta la dinastía podrían echárselo en cara. Cuando ocurre, como en Marruecos, que se tiene algo ganado en el camino hacia la democracia, la situación puede tornarse mucho más grave que cuando no se tiene nada.

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