Robinsonismo científico
Aunque han "salido" estos días en televisión, el suyo no es, por desgracia, un caso aislado. Tienen un expediente académico extraordinario y un espléndido currículum: dos investigadores que han trabajado en las universidades más prestigiosas de Inglaterra y Estados Unidos y ahora están contribuyendo al desarrollo del conocimiento humano en el CSIC. Representan aquella meta ideal cuya sola imaginación estimulaba, en los años ochenta y noventa, el estudio de muchos universitarios españoles: realizar la propia vocación científica, estar a la vanguardia de la investigación, abrir caminos, pisar el terreno virgen de la hipótesis y el experimento, amojonar las nuevas parcelas del saber..., y sin embargo sus hijos consideran -como cada vez más jóvenes ibéricos- que una trayectoria semejante resulta muy poco envidiable.
Ocurre que los bachilleres de hoy, eminentemente pragmáticos, no hallan por dónde ver atractiva la prolongada inseguridad laboral de nuestros investigadores, que sobreviven a salto de beca y cobrando cuatro veces menos que sus colegas europeos.
Es evidente que ya no estamos en la época de Galileo y de Copérnico, de Newton y de Planck; que la ciencia ya no debe su avance al sacrificio personal y a los favores del mecenazgo, sino a la subvención oficial.
El dinero público es la clave, la única financiación capaz de sufragar los elevadísimos costes del progreso científico y tecnológico.
Pero el Gobierno español, que se desgañita elogiando la I+D+i, no acaba de soltar la guita. En el fondo, sigue adicto al famoso "que inventen ellos", y sólo toma la cosa científica como un camuflaje nuevo para la picaresca de siempre. Mientras no apoye la investigación con algo más que mera palabrería, la ciencia indígena permanecerá en su robinsonismo tradicional, en el cajalismo heroico de microscopio y maravillas.
Porque hace falta mucho idealismo para que todo un doctor se conforme con mil y pico euros al mes.
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