Sarkozy, a la baja
El escándalo Bettencourt sacude de lleno la imagen presidencial entre los franceses
Lo que empezó como un truculento asunto del corazón ha terminado por convertirse en la más grave crisis política a la que ha tenido que enfrentarse el presidente Nicolas Sarkozy. De acuerdo con las declaraciones del gestor de la mujer más rica de Francia, Liliane Bettencourt, Sarkozy habría recibido financiación ilegal para su campaña a las presidenciales a través del actual ministro de Trabajo y tesorero del partido, Eric Woerth. Este, a su vez, consiguió que el entorno de la heredera del imperio L'Oréal emplease a su mujer con un elevado salario y excepcionales beneficios económicos. La Fiscalía francesa ha logrado confirmar hasta el momento algunas de las principales revelaciones del gestor de Bettencourt, aunque la ex contable de la multimillonaria se desdijera parcialmente de sus acusaciones contra el jefe del Estado.
Las dificultades políticas de Sarkozy en este asunto se ven multiplicadas por el goteo de escándalos que lo han precedido, entre ellos la dimisión de dos secretarios de Estado por derrochar fondos públicos. Con el agravante de que la estrategia presidencial de estar en permanente movimiento y abrir nuevos debates cuando la oposición acepta entrar en los antiguos ha perdido su eficacia, tanto por su abusiva reiteración como, sobre todo, por la necesidad de realizar reformas meditadas y profundas que permitan enfrentar la crisis económica.
El ministro Woerth era, precisamente, la apuesta de Sarkozy para emprender esas reformas; en concreto, el retraso de la edad de jubilación, un proyecto en el que se han estrellado Gobiernos franceses de todo signo durante las dos últimas décadas. El dilema al que se enfrenta Sarkozy no parece tener fácil solución. Aceptar que Woerth abandone el Ejecutivo haría peligrar las reformas. Mantenerlo obligaría a emprenderlas sin la energía política que requieren. Al margen de que las investigaciones por la financiación de la campaña presidencial en la que fue elegido Sarkozy continúan su curso.
El daño más irreparable provocado por el escándalo es que ha obligado a reinterpretar la totalidad de la fulgurante carrera política del presidente en una clave muy distinta de la que él pretendió imponer. Pocos franceses lo ven ya como el dirigente que venía a aportar eficacia a un sistema anquilosado. Lo que emerge, por el contrario, es la figura de un político seducido por los fastos del poder.
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