Sarkozy y el laicismo
El nuevo debate propiciado por la derecha francesa hace el juego al Frente Nacional
El presidente francés no quiere que la ultraderecha se apropie de conceptos tan caros a sus compatriotas como identidad nacional o laicismo. Como suele suceder cada vez que alguien se deja arrastrar por una agenda política ajena, esa actitud está metiendo a Nicolas Sarkozy en una ratonera que puede acabar costándole la reelección el año próximo. El líder francés y el partido que le sostiene, la UMP, parecen no haber calibrado adecuadamente que hay asuntos que no pueden arrancarse sin grave riesgo del ámbito político al que son consustanciales. Y los hechos vienen demostrando que tanto uno como otro son territorio abonado para el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen.
Los excelentes resultados del FN en las recientes elecciones locales han puesto de relieve lo equivocado de esa estrategia. El empeño de Sarkozy de seguir privilegiando los asuntos en los que mejor se maneja la extrema derecha solo puede tener como consecuencia la normalización de un partido que mantiene entre sus señas de identidad la aversión por el islam. Y que conoce y explota con éxito los mecanismos populistas que apelan al miedo de los franceses.
La abultada derrota en las cantonales ha tenido ya consecuencias en el partido gobernante, con el abierto enfrentamiento entre el primer ministro Fillon y el jefe de la UMP, Jean-François Copé, a propósito del debate sobre laicismo -vale decir el papel del islam en la sociedad francesa- organizado ayer por este último. El ministro del Interior, Claude Guéant, muy próximo a Sarkozy, se ha ocupado de calentar los preámbulos con sus reiterados comentarios sobre el excesivo número de musulmanes en Francia.
Es poco probable que este foro, teóricamente encaminado a mantener una estricta separación entre religión y esfera pública, y que sucede al fallido debate sobre la identidad nacional, sirva para otra cosa que dividir a la mayoría y afianzar las posiciones del FN. La nueva agitación sobre el laicismo parece más un gesto electoral oportunista y alarmado -con Sarkozy en sus horas más bajas- que un esfuerzo serio por poner al día la función del islam. No puede esperarse nada serio de una discusión que, de aceptarse las ideas de Copé, instauraría por ley decenas de propuestas, algunas pintorescas o abiertamente ridículas, que constituirían básicamente una abierta intromisión en espacios estrictamente privados. O tan marginales que su pretendida regulación sería un dislate.
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