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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Schengen sin Schengen

La UE acepta los argumentos racistas de Dinamarca para reinstaurar controles fronterizos

No se sabe qué es peor, si los argumentos racistas empleados por Dinamarca para restablecer los controles fronterizos con Alemania y Suecia, o la bobalicona aprobación de sus socios a esa medida con el falso razonamiento según el cual Copenhague se ha comprometido a hacerlo "respetando el tratado de Schengen".

Dinamarca alega sinsentidos y disparates. Para frenar la inmigración rumana y búlgara usa la coartada xenófoba de que conlleva aumento de la delincuencia. Pero no hay evidencia de que la delincuencia en ningún país europeo, en términos de cuantía media o de gravedad de los delitos, se vincule a los flujos migratorios, que en el peor de los casos pudieran generar un aumento de incidencias, molestas, pero de menor alcance.

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Después asegura que los nuevos controles en frontera no serán sobre las personas, sino de carácter aduanero: algo similar a lo que sucede en Algeciras, donde se emplean detectores para descubrir polizones en los medios de transporte de mercancías. Que no se pida pasaporte no garantiza que no se reinstaure el control de las personas dentro de la Unión: en vez de verificar papeles podrán escudri-ñarse caras, rasgos, aspectos.

El respeto a Schengen es la tercera falacia del caso. Ese tratado supone, por encima de todo, que las fronteras exteriores de cada uno de los países de la Unión en los que rige son las fronteras exteriores de toda la Unión. Reinstaurar los confines internos -sobre todo si se hace de forma permanente- es negar la esencia del acuerdo. Es imposible respetar Schengen cuando se destruye Schengen.

Para mayor desastre, Dinamarca mella el contrato de confianza que está en la base del sistema, al considerar -sin pruebas ni verificación con los vecinos- que alemanes y suecos incumplen su deber: que vigilan mal. Tan mal, que ni siquiera se debate la manera de que mejoren y eviten los eventuales defectos. ¿Qué otro sentido tiene, si no, arrogarse esa competencia, en la presunción de que los daneses, ellos sí, son los mejores gendarmes?

Otras circunstancias empeoran más la decisión: que lleve tinte ideológico y no técnico, al haberla impulsado la extremada derecha xenófoba; o que se lance oportunistamente al rebufo nacionalista de la tragicomedia italo-francesa a cuenta de algunos millares de tunecinos desesperados. Es una dinámica racista, y Europa mira hacia otro lado. Lo que faltaba por ver.

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