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Serbia por los Balcanes

El anuncio de la retirada unilateral de tropas españolas de Kosovo ha sido defendido por el presidente del Gobierno como "lógico", ya que España no puede apoyar la consolidación de un Estado que no reconoce. Más allá del debate sobre su oportunidad, la decisión se inscribe en el marco de una política hacia los Balcanes que apunta a una sensible disminución de la presencia española en la región precisamente cuando ésta viene haciendo los mayores esfuerzos para integrarse en la Unión Europea. Por ello, conviene contrastar esa lógica con las acciones de España en el último año, y su percepción en la región.

No es el Gobierno de España el único en cuestionarse la presencia de tropas internacionales en los Balcanes, donde los verdaderos retos ya no están en el mantenimiento de la paz, sino en la construcción de Estados, sociedades y economías preparados para acceder a la UE. Es evidente que los contingentes militares no son el instrumento ideal para ello. España, el Estado con más efectivos en la misión EUFOR en Bosnia-Herzegovina, ya anunció a finales de 2008 su interés en terminar con esa misión.

España, en otros ámbitos a favor del consenso, ha optado en los Balcanes por una estrategia propia
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Sin embargo, la disminución de la presencia militar española no parece que vaya a ser compensada con otros instrumentos más adecuados a las nuevas necesidades. Al contrario, el Plan Director de la Cooperación Española 2009-2012, aprobado el mes pasado, deja fuera de sus prioridades geográficas a los países de los Balcanes Occidentales. Países de renta media baja como Albania, Bosnia-Herzegovina y Macedonia quedan fuera del plan, mientras otros Estados del mismo grupo (Ecuador, Honduras, Jordania, Namibia, etcétera) e incluso de renta media alta (Argentina, Líbano, México, Venezuela, etcétera) figuran en él. Los primeros 24 proyectos de cooperación recientemente puestos en marcha en Albania eran los primeros, y serán pues los últimos.

La ausencia de cooperación española en un país como Albania se explica a su vez por la ausencia de embajada, como en Macedonia, hasta hace sólo dos años. Montenegro sigue aguardando la apertura de una embajada española a diez semanas de celebrar el tercer aniversario de su independencia. En este contexto de limitados contactos e incluso de retirada de la región, se suceden, en particular desde la independencia de Kosovo, las visitas de alto nivel españolas a Serbia, y viceversa. Nuestros gobernantes proclaman su apoyo a la integridad territorial serbia en términos tan tajantes que singularizan a España incluso dentro del reducido grupo de países miembros de la UE que todavía no reconocen la independencia de Kosovo (Chipre, Eslovaquia, Grecia y Rumania, además de España).

Un Gobierno que defiende en otros ámbitos las soluciones multilaterales y los consensos europeos ha optado en el caso de los Balcanes Occidentales por una estrategia propia. En la asamblea de Naciones Unidas y en la misión KFOR, España marca distancias con sus socios europeos, que no comparten su postura. La relación bilateral que establece con Serbia pasa por delante incluso de la relación con los socios comunitarios, además de con el resto de Estados balcánicos, mejores cumplidores de la legalidad internacional en lo que respecta a los compromisos con el Tribunal de La Haya y más avanzados en su camino hacia la integración europea.

Mucho se ha hablado estos días sobre la necesidad de haber coordinado mejor la decisión de la retirada con los aliados, y de poner remedio al deterioro de la imagen de España entre sus socios. Sin embargo, convendría además que el Gobierno se plantease una estrategia de comunicación con los Estados de la región explicando cuáles serán los nuevos instrumentos que sustituyan a la presencia de tropas y a los fondos de cooperación al desarrollo en el compromiso de España de apoyar a todos los Estados, no sólo a Serbia, en su esfuerzo de preparación para la adhesión a la Unión Europea.

Además de recomponer las relaciones con los aliados antes de la cumbre de la OTAN, sería más que deseable ver -antes de la presidencia española de la UE en 2010- visitas de nivel como mínimo ministerial a todas las capitales balcánicas, incluyendo Pristina, la capital de Kosovo. Como demuestran las visitas oficiales de los ministros de Asuntos Exteriores de Grecia y de Eslovaquia, tener contactos con el Gobierno kosovar no significa un reconocimiento a la independencia por la puerta de atrás.

Tomando la parte por el todo, Serbia por los Balcanes Occidentales, el Gobierno de España ha emprendido en la región un camino solitario que le aleja de sus socios y erosiona el capital de gratitud acumulado en sus años de implicación en la región. Una interlocución privilegiada con Serbia es sin duda positiva, pero no debería venir al precio de olvidar a los otros Estados, ni de un proceder unilateral que sustituya al debate, la coordinación y la colaboración generosa que caracterizaron a las actuaciones de España en la región hasta la independencia de Kosovo.

Jordi Vaquer i Fanés es director de la Fundación CIDOB.

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