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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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La Siria de Bashar al Asad

Cuando llegó a la presidencia, se especuló con que sería fugaz. Diez años después, sigue en el poder y ha logrado convertir a Siria en un actor central de Oriente Medio gracias a la diversificación de sus alianzas

Ignacio Álvarez-Ossorio

El décimo aniversario de la llegada de Bashar al Asad al poder nos brinda una excelente oportunidad para evaluar los claros y oscuros de su gestión. Pese a que muchos aventuraban que, dada su inexperiencia, su paso por la presidencia siria sería fugaz, lo cierto es que ha sido capaz de asentar su autoridad en un contexto extraordinariamente adverso, eso sí, recurriendo, como es habitual en los países árabes, a las prácticas represivas para silenciar las voces discrepantes.

Tras la muerte de Hafez al Asad, las élites sirias llegaron a la conclusión de que la mejor manera de preservar su posición hegemónica sería cerrando filas en torno a su hijo Bashar. Rápidamente, el triángulo de acomodación integrado por el Baaz (que gobierna el país desde 1963), las Fuerzas Armadas (que absorben una parte nada desdeñable del PIB) y el aparato burocrático (tan desmesurado como inoperante) respaldó su candidatura. El inequívoco compromiso de Bashar, que por entonces tan solo contaba con 34 años, en torno a la perpetuación de los privilegios de estas élites dirigentes favoreció su entronización al frente de la naciente república hereditaria.

Sus logros han sido la modernización de la Administración y la apertura económica
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La riqueza no se ha repartido; un 30% de la población vive bajo el umbral de la pobreza

El camino del joven presidente, que hasta poco antes no había mostrado excesivo interés por la política, no iba a estar exento de dificultades. Tras unos primeros meses titubeantes, en los que se mostró a favor de una progresiva apertura del régimen, que se tradujo en la liberación de centenares de presos políticos y la proliferación de foros de debate que demandaban mayores libertades públicas, se vio obligado a replegar velas debido, entre otras razones, a la manifiesta hostilidad de la Administración de Bush. El blindaje de la república hereditaria se convirtió a partir de entonces en su absoluta prioridad, cerrando la "primavera siria" y encarcelando a los líderes más destacados de la sociedad civil (incluidos varios diputados).

Como denuncia un reciente informe de Human Rights Watch titulado Una década perdida, 92 opositores, periodistas y defensores de los derechos humanos han sido encarcelados en los últimos 10 años por demandar el fin del estado de emergencia, la derogación de las leyes marciales y un mayor pluralismo político. Uno de los casos más dramáticos ha sido el encarcelamiento de Haizam al-Maleh, un abogado de 78 años, tras participar en un programa de debate de Al Yazira. La minoría kurda, que representa el 10% de la población, sufre un notorio ostracismo político, social y económico por ser la comunidad étnica no árabe más cohesionada y la única que podría representar una amenaza para el proyecto baazista.

En los últimos años, algunos de los dirigentes del ilegal Partido de la Unión Democrática (que reclama "el levantamiento de las barreras a la lengua y la cultura kurdas y el reconocimiento de la existencia de la nacionalidad kurda dentro de la unidad del país") han sido condenados bajo la acusación de "incitar a la guerra civil y a la lucha sectaria", lo que indica que Siria sigue siendo un Estado policial bajo el estricto control de los mujabarat (los temidos servicios de seguridad). No obstante, los Hermanos Musulmanes, formación proscrita desde el levantamiento islamista a comienzos de la década de los ochenta, son todavía el enemigo número uno del régimen que, con el propósito de frenar al islamismo radical y militante, promueve un islam tolerante y quietista.

En la escena doméstica, los dos principales logros de Bashar han sido la modernización de la Administración y la apertura económica. Aunque la sobredimensionada Administración no ha sido aligerada debido al temor a que aumente aún más el desempleo (que rebasa el 20%), y con ello la inestabilidad social, sí que ha experimentado cambios significativos. Empleando como pretexto la necesidad de una renovación generacional, Bashar ha reemplazado a la vieja guardia, fuertemente ideologizada, por una nueva guardia, compuesta por tecnócratas sin filiación política. En esta última década se han retirado un 75% de los altos cargos.

Por lo que respecta a la apertura económica, cabe señalar que se han dado pasos en la buena dirección, lo que ha permitido que la economía siria crezca a un ritmo mayor que la de sus vecinos a pesar de la crisis internacional. Pese a ello, no parece factible que Siria, como pretende Bashar, se convierta en la China de Oriente Próximo dadas sus carencias estructurales.

Como subrayara el Fondo Monetario Internacional, el país tiene una de las regulaciones más restrictivas en materia de comercio. A la tela de araña burocrática se debe añadir la corrupción endémica. No por casualidad, Transparencia Internacional la incluye entre los países más corruptos del mundo. La riqueza creada en los últimos años no se ha repartido de manera equitativa, como prueba el hecho de que un 30% de la población viva bajo el umbral de la pobreza. Sin duda, el principal beneficiario de la mejoría económica ha sido el círculo clánico-familiar que compone el núcleo duro del régimen. Por citar tan solo un ejemplo, Rami Majluf (primo hermano de Bashar) dirige el holding Cham y la compañía de telefonía móvil Syriatel, al tiempo que tiene importantes intereses inmobiliarios y en el sector transportes.

Sin duda, el mayor éxito del presidente sirio ha sido su capacidad para adaptarse a los drásticos cambios experimentados en Oriente Próximo en la última década. Tras la invasión de Irak y el derrocamiento de Sadam Husein por las tropas estadounidenses, todo parecía indicar que Bashar correría su misma suerte. En sus memorias, el primer ministro británico Tony Blair confirma un secreto a voces: tras Irak, Dick Cheney se mostraba a favor de invadir Siria e Irán para destruir por completo el denominado Eje del Mal.

Contra todo pronóstico, Bashar no solo ha conseguido mantenerse en el poder, sino que además ha logrado convertir a Siria en un actor central en el tablero de Oriente Próximo con una acertada política exterior basada en la diversificación de sus alianzas. En los últimos años se ha registrado un acercamiento a Turquía (con la que firmó un tratado de libre comercio en 2004), se han restablecido las relaciones con Arabia Saudí (congeladas tras el asesinato de Rafiq Hariri en 2005) y se ha experimentado una aproximación a Francia (con el objeto de estabilizar el Líbano después de la ofensiva israelí de 2006).

Lo más sorprendente es que Damasco haya resistido las presiones internacionales y haya mantenido su alianza estratégica con Irán, Hezbolá y Hamás, indispensable para preservar la imagen de Bashar como portavoz de un nacionalismo árabe cada vez más islamizado.

Incluso la Administración de Obama ha acabado por reconocer el peso específico de Siria, como evidencia el incesante goteo de altos responsables que visitan, mes tras mes, la capital siria. No obstante, las relaciones entre Washington y Damasco siguen estando demasiado condicionadas por el conflicto árabe-israelí, lo que reduce el margen de maniobra de unos Estados Unidos poco proclives a presionar a su aliado israelí para que cumpla la resolución 242 del Consejo de Seguridad y se retire de los Altos del Golán ocupados desde 1967, requisito indispensable para que se alcance un acuerdo de paz.

A pesar del cambio de tono, Obama no se aparta del guión fijado en su día por George W. Bush: la Ley de Responsabilidad Siria, aprobada en plena apoteosis neoconservadora, que declaraba caduco el principio paz por territorios y lo reemplazaba por el de territorios por realineamiento estratégico. Según este, Siria debería romper con Irán, Hezbolá y Hamás para poder recuperar el territorio ocupado. Dicho planteamiento parte de una premisa errónea: considerar que el Golán, pese a su incuestionable valor hidrológico y su notable carga simbólica, reviste mayor importancia para el régimen que la tutela sobre Líbano, país al que Siria, pese al establecimiento de relaciones diplomáticas, sigue considerando parte irrenunciable de su esfera de influencia.

Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y autor de Siria contemporánea (Síntesis, 2009).

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