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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Racismo en Londres

LOS PACTOS de descolonización de un vastísimo imperio desmoronado, y la necesidad de conservar los vestigios de la Commonwealth llevaron a Inglaterra a leyes permisivas para la inmigración de ciudadanos de esos países; cientos de millares han ido llegando huyendo de situaciones de miseria y de cambios políticos a un Londres sometido, a su vez, a una crisis considerable y con un paro creciente. Se ha producido una reaparición del racismo, por una parte, una situación de angustia y desesperación, por otra, y esta es la raíz de los sucesos que estallaron la semana pasada en el barrio multirracial de Brixton y se extienden por otros lugares del país. No parece que el Gobierno haya comprendido el fondo del problema; su actuación represiva y sus palabras están envenenando aún más la situación.Los conservadores británicos, nutridos generalmente de la antigua casta colonizadora, no supieron nunca enfrentarse al problema. Desde Enoch Poweil a Margaret Thatchery sus ministros, la única doctrina parece ser la de tratar de reducir la inmigración y la de crear las policías especiales (Special Patrol Group) para vigilar los barrios en los que se agrupan las gentes de color; y en reverdecer viejas leyes que permiten detenciones preventivas de aquellos que, por sus características, puedan ser considerados como sospechosos. Los inmigrantes se encuentran rechazados de todas estas formas: preferencia a los blancos en los puestos de trabajo, dificultades en los colegios para sus hijos, pretextos para no concederles alquiler de viviendas, dificultades burocráticas para su estancia en Inglaterra, roces con los pequeños blancos, vigilancia especial de la policía, detenciones por sospechosos y la amenaza de una ley que se estudia en el Parlamento para limitar la inmigración. No es extraño que de un grupo así surjan formas de delincuencia, desde la meramente alimenticia. hasta la de protesta; y de ese índice más elevado de delincuencia, como es más elevado el índice de paro -en el mismo barrio de Brixton, un 29% de negros con respecto al total sufre un 50% de paro también con respecto al total-, produzca la acusación de que son delincuentes natos y, por tanto, un aumento en la represión. Margaret Thatcher no ha vacilado en decir que quiere evitar que su país «se vea sumergido por gentes de una cultura diferente», y el ministro del Interior y el jefe de policía han explicado, usando del viejo tópico autoexculpatorio, que los disturbios están organizados y que han sido dirigidos por gentes «venidas del exterior».

Londres, sin embargo, es una ciudad más abierta y más generosa de lo que este neorracismo indica. Tiene viejas y certeras costumbres democráticas y una juventud amplia, con conceptos mucho más amplios que los de sus mayores. Incluso el Times ha señalado en esta ocasión, en un editorial, que «no se trata de un simple problema de mantenimiento del orden, sino de un desafío político y social». El desafío de mantener la actitud progresiva y humanistaique caracteriza a la sociedad británica, al margen del proceso defensivo contra las libertades, hoy cada día más patente en toda Europa.

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