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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tanteo democrático

Si el referéndum constitucional aprobado masivamente en Kirguizistán el domingo adquiere eficacia real en las elecciones legislativas previstas para octubre, la antigua república soviética de Asia central -un país pobre, pequeño y desvertebrado, con una base militar rusa y otra estadounidense- se convertirá en la primera democracia parlamentaria de una región en manos de dictadores. El presidente ruso, Dimitri Medvédev, que en abril pasado celebraba la caída del déspota Bakíyev en una insurrección popular, se ha apresurado ahora a vaticinar que este experimento de democracia en su patio trasero será fuente de males mayores, en vez de cura de los actuales.

Puede discutirse la oportunidad de votar una nueva Constitución en un país donde todavía hay ciudades con toque de queda y humean los rescoldos de los recientes enfrentamientos étnicos entre la mayoría kirguís y la minoría uzbeka, que han dejado en la ciudad sureña de Osh centenares de muertos y decenas de miles de huidos. Un exterminio éste en el que Moscú, con criterio discutible pero justificable, ha evitado meter a sus tropas, pese a la ayuda solicitada por la presidenta interina Rosa Otumbáyeva. Por más pacificadora que se hubiera considerado, la intervención de la superpotencia habría sido desaprobada en la propia Rusia y considerada un inquietante precedente en ex repúblicas soviéticas vecinas como Uzbekistán o Kazajstán. Y está por verse si es posible poner en pie un sistema político muy distinto de lo predominante en una zona del mundo asolada por la penuria económica y por los conflictos nacionalistas y étnicos sembrados por Stalin en su división de un territorio que suponía un quebradero de cabeza para la URSS; y donde además florece el extremismo islamista.

Pero por justificadamente académicas que puedan resultar las reticencias expresadas por Medvédev sobre el futuro de este proyecto de democracia, resulta evidente que no ha sido la democracia, sino justamente un extendido e inadmisible autoritarismo, la causa de la lamentable situación de Kirguizistán. Aunque sólo fuera por esta siembra de esperanza, el Gobierno de Otunbáyeva -primera mujer que dirige un país centroasiático, a cuyo frente permanecerá hasta finales de 2011, según la Constitución aprobada- merece el apoyo de la UE y las potencias democráticas. Y también el de Moscú.

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