Todos a la cárcel
Cuando los miembros de Greenpeace entraron el día 17 en en el salón del palacio, en Copenhague, muchos activistas que no tuvimos la oportunidad de hacerlo deseamos haber estado en su pellejo en aquel momento. La frustración que se adueñó de nosotros en esta cumbre, la indiferencia de los líderes del mundo ante la catastrófica situación medioambiental, alimentaron la necesidad de hacernos escuchar aún a costa de poner en peligro nuestra libertad. La acción pacífica y reivindicativa de Juancho y sus compañeros representó a cuantos fuimos amordazados y despachados de este foro.
Sin testigos incómodos que hurguen en sus viscosas conciencias y reprimiendo policial y judicialmente a quien osara alzar la voz, el Cop-15 ha finalizado dejando una secuela de presos políticos como rastro de sus métodos fascistas. La libertad de expresión ha acabado en chirona, incomunicada y acusada de psicodélicos delitos imaginarios que le deben servir de escarmiento para el futuro. ¿O es que pensábamos que por estar en Europa podemos largar por esta boquita sin que tenga consecuencias? Evidentemente, no. Pero que no piensen los jerifaltes mundiales que el miedo va a poder con nuestra inconsciente necesidad de seguir hablando. De seguir reclamando, alto y claro, compromisos que supongan una esperanza para este planeta que ya no puede más, que se ahoga entre la necedad y la codicia arrastrando consigo la supervivencia de todas las especies. O sea, que ya pueden ir preparando las mazmorras.
Vayan pidiendo más grilletes porque no van a dar a basto. Por cada uno de nosotros que, como Juancho, acabe entre rejas, apareceremos docenas enarbolando esas peligrosas pancartas y consignas que parecen temer más que a las pistolas. ¿Van a tener cárceles para alojarnos a todos.
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