Toro bravo, espectáculo vil
La estampa de Ratón es impresionante. Lleva una mancha blanca en la cabeza, un triángulo exacto en su exacto centro, y algunas otras más, dispersas en su monumental figura; tiene 10 años, pesa 500 kilos y corre y salta con esa bravura indómita que se espera de los de su raza. Es un toro que ataca, que no se detiene nunca, que supera cualquier obstáculo, que persigue a cuantos lo provocan. Y que también los mata, o los deja heridos. El domingo cayó su segunda víctima en Xàtiva (Valencia). Un joven de 29 años saltó al ruedo desde las gradas, adonde lo habían llevado los responsables de seguridad de la plaza por su aparente estado de embriaguez: Ratón lo vio y salió zumbando para embestirlo (dos veces en el pecho con gran dureza y rapidez) y revolcarlo por los suelos. De nada sirvió que lo llevaran de inmediato al hospital, el toro había matado otra vez a un hombre.
Los responsables políticos de la localidad han asegurado que tanto las instalaciones como las medidas de seguridad están en regla. Y no han suspendido los festejos taurinos, que van a prolongarse hasta el sábado. Volverán, pues,
a aparecer los toros,
y saldrán corriendo cuantos consideren que aquello es el mayor de los jolgorios. Deben creerse que adquieren estatura de héroes por hacer cabriolas delante del animal o por rozarle las astas o por atreverse a darle un empujón a su enorme corpachón. Y defienden que no se puede renunciar a tan indigna costumbre precisamente por ser eso: una costumbre,
y formar parte de
la tradición.
Ratón empezó matando a un hombre de 54 años en las fiestas patronales del puerto de Sagunto en 2006. En 2008 se llevó por delante a otro en Benifairó de la Valldigna. En su historia ha acumulado un reguero de cogidas: en Canals, Museros, Yátova, Valencia... Nadie pensó nunca que era demasiado peligroso y que convenía retirarlo.
Ocurrió al revés:
el caché de Ratón subió como la espuma (Xàtiva pagó 10.000 euros para tenerlo
el domingo cuando
el alquiler habitual
de un toro no pasa
de los 2.000). Contratar un animal por su sanguinario historial poco tiene que ver
con la diversión. El espectáculo se envilece, no hay lugar para lo humano (no importan ni la muerte ni el dolor, pero tampoco hay lugar para la vergüenza). Y es ahí donde hace falta valentía y arrojo para acabar con la barbarie.