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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Turquía apuesta

La abultada victoria del primer ministro turco en las elecciones del 22 de julio, con 12 puntos más para el partido gobernante Justicia y Desarrollo que los obtenidos en noviembre de 2002, supone un formidable refrendo a las políticas de Recep Tayipp Erdogan. Con sus 340 escaños, el jefe del Gobierno tendrá ahora las manos libres para abordar desde una autoridad incuestionable las cuestiones candentes de la agenda turca, aunque no haya conseguido los dos tercios del Parlamento necesarios para enmendar la Constitución autoritaria redactada por los militares en 1980 o designar al presidente de la República, cuestión ésta detonante de los comicios anticipados.

Las elecciones turcas, cuya importancia excede el ámbito del país musulmán, se habían planteado como un referéndum sobre la democracia. Su resultado supera las expectativas de un partido de centro-derecha al que, bajo la batuta de Erdogan, se deben algunos de los mayores logros de Turquía en décadas. Y suponen una clara desautorización para los poderosos generales erigidos en custodios del modelo laico que objetaron en abril la designación por Erdogan del ministro Gul a la presidencia de la República por su pasado islamista. Con sus claroscuros, el Gobierno de Ankara ha enderezado la economía, modernizado la Constitución y las leyes, limitado la preeminencia castrense en la vida política y puesto en marcha, en octubre de 2005, las negociaciones de adhesión a la Unión Europea. Que sobre este último punto las cosas se hayan complicado seriamente, y no sólo por la llegada de Nicolas Sarkozy a la presidencia francesa, debería ser un nuevo acicate para perseguir con más brío las reformas necesarias para integrarse en un club al que Turquía aspira desde hace 40 años.

Los partidos opositores consideran inquietante para la democracia laica la dimensión de la victoria electoral del islamismo moderado. Pero, por lo visto en los últimos cuatro años, más parece que la amenaza real para Turquía venga de la propensión de los militares a moldear la vida del país, y no de las políticas de Erdogan, que ayer volvió a tranquilizar a quienes no comparten su ideario. Pese al dominio del Legislativo, el revalidado primer ministro haría bien esta vez en buscar el acuerdo de las demás fuerzas para la crítica designación del candidato a la jefatura del Estado, que el nuevo Parlamento debe tener lista en 45 días.

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Junto a esas dos cuestiones -la presidencia de la República y el acercamiento a la UE-, el reto más urgente de Erdogan, y el que más sangre fría exige, es la escalada del separatismo kurdo en las provincias que bordean Irán e Irak. Frente al crescendo entre los militares y la oposición exigiendo una gran intervención armada, el primer ministro debe resistirse a ello. Una invasión de Irak a estas alturas supondría un nuevo y gravísimo factor de desestabilización regional, amén de enajenar a Ankara el apoyo de EE UU y Europa. La única política prudente consiste en intentar persuadir a los dirigentes kurdos iraquíes para que sean ellos quienes se encarguen de neutralizar el terrorismo del PKK.

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