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OPINIÓN | DON DE GENTES
Columna
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¡Ultraje a la paella!

Juan Cruz

Lo que está ocurriendo se parece a lo que ocurrió y así sucesivamente. Hablábamos unos amigos del daño irreparable que le hacen a la patria las fiestas populares (incluida el Corpus, donde se ha querido, otra vez, juntar a la Iglesia con el Ejército, de modo que hasta el Estado ha estado bailando con esas metáforas), cuando Julio Llamazares, el autor de Luna de lobos, resucitó un viejo (¿viejo?) artículo que Rafael Sánchez Ferlosio publicó en estas páginas en 1983, cuando España se hacía un día y se deshacía otro. Como ahora.

El maestro había titulado así su soflama: Situación límite: ¡ultraje a la paella! No era una metáfora; respondía a la resonante reclamación de un diputado conservador que había sentido, en aquel momento, que alguien, en el Gobierno, había ultrajado a la paella. El diputado era Ignacio Gil Lázaro, del Grupo Parlamentario Popular por Valencia. Por boca de don Ignacio, escribía Ferlosio, "la paella valenciana se ha llamado inmediato a agravio" porque en los anuncios previniendo los incendios de entonces se decían, entre otros, los siguientes avisos: "Hay paellas que matan" y "la paella más cara del verano". Explicó el supuesto representante de los agraviados que esa literatura publicitaria "menosprecia gravemente el patrimonio cultural autóctono valenciano".

El fervor popular no tiene límites; se ha visto ahora en el Corpus toledano; se ve en las procesiones (a las que siguen asistiendo políticos) de los pendones de las distintas patrias chicas; se sigue viendo en las romerías y en los fuegos artificiales en los que se siguen adorando las banderas, autonómicas, estatales o de las patrias más chicas. Decía Rafael Azcona que la modernidad había llegado a España cuando la gente empezó a creer que las exhibiciones callejeras de los pollos asados equivalían al final del hambre. Pero la modernidad nunca ha llegado, está ahí, a las puertas, soliviantada por las fiestas populares que siguen llenando, en todas sus formas autonómicas o políticas, el gaznate patriótico hasta el desgañite. En aquel artículo que Llamazares se sabe de memoria, Ferlosio afirmaba ultrajes tan saludables como estos: "(...) Ya desde ahora advierto que, si por un azar, afortunadamente harto impensable, me viese yo algún día -Dios no lo quiera, aunque tampoco dejaría de afrontar valientemente mis responsabilidades- convertido de pronto en presidente del Gobierno, tengo muy meditado que, por el bien de los españoles, mi primer acto de gobierno no podría ser otro que un decreto-ley prohibiendo inmediatamente y sine díe los Sanfermines de Pamplona, las Fallas valencianas, la Feria y Semana Santa de Sevilla, la Romería del Rocío y toda especie de fiestas semejantes, amén de incoar, simultáneamente y por la vía de urgencia, un proyecto de ley orgánica para la abolición de la Virgen del Pilar (¡Dios, qué descanso para Zaragoza, para Aragón y para España entera!)".

Si lo hubiera dicho ahora a lo mejor lo queman en esas plazas públicas, pero fíjense por donde entonces estábamos más cerca de la modernidad y más lejos de las fiestas populares, y más cerca de lo que decía Ferlosio, por cierto. Ahora que se habla de la exigencia de ahorrar, la propuesta de don Rafael, lejos de ser tomada como un ultraje, debería ser tenida como un programa económico que contiene recetas, también, para la salud mental de este país tan dado a gritar ¡ultraje! cuando le tocan la paella. -

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