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¿Va Estados Unidos en camino de caer como Roma?

A lo largo de toda la historia, son muchas las grandes naciones que no han logrado sobrevivir, en particular la república más antigua y la gran superpotencia de su época, la república romana. ¿Se encamina hoy Estados Unidos en esa misma dirección?

Si el Gobierno estadounidense no adopta una perspectiva a largo plazo y una estrategia apropiadas para el siglo XXI, podría muy bien ser así.

En este comienzo del siglo XXI, nuestro país se enfrenta a una serie de problemas que hacen aún más difícil sostenerse: la fiscalidad, la sanidad, la energía, la educación, el medio ambiente, Irak, unas infraestructuras envejecidas, la inmigración, por no nombrar más que unos pocos. Son problemas complejos y de importancia crucial.

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Algunos jóvenes quizá no tienen recuerdos personales de la guerra fría ni el telón de acero. Su mundo está definido por hechos más recientes, como la invención del microordenador, la difusión del virus del sida y el mapa del genoma humano. Nuestro reto es seguir teniendo un Gobierno eficaz y que sea relevante para las generaciones futuras.

Por desgracia, nuestro Gobierno no suele adaptarse muy bien a situaciones y desafíos nuevos. Gran parte de la Administración federal sigue siendo excesivamente burocrática, corta de vista, estrecha de miras y detenida en el pasado. Hay una tendencia a aferrarse a estructuras organizativas y estrategias pasadas de moda.

Esto tiene que cambiar, porque un Gobierno eficaz y eficiente es importante.

Los huracanes Katrina y Rita lo dejaron dolorosamente claro. El daño que causaron aquellas tormentas en la costa del Golfo puso a prueba a todos los niveles de la Administración. Si bien algunos cuerpos, como los guardacostas, hicieron una gran labor, muchos organismos, en especial el organismo federal responsable de emergencias (en sus siglas en inglés, FEMA), quedaron muy por debajo de lo que se esperaba de ellos. La confianza de la población en la capacidad del Gobierno de satisfacer las necesidades básicas se vio verdaderamente afectada, cosa muy comprensible. Si nuestro Gobierno no puede hacer frente a amenazas conocidas como los desastres naturales, es normal preguntarse qué otros servicios públicos pueden estar en peligro.

Transformar el Gobierno y adaptarlo a las necesidades modernas es urgente, además, por el inmenso y creciente desequilibrio fiscal de nuestro país.

Para decirlo en pocas palabras, Estados Unidos se encamina hacia una explosión de la deuda. Y ese endeudamiento es una amenaza para el futuro de nuestro país, nuestros hijos y nuestros nietos. Con una jubilación cada vez más próxima para la generación del baby boom, los costes de la sanidad disparados, la caída en picado de los índices de ahorro y la dependencia creciente de los préstamos extranjeros, nos enfrentamos a unos riesgos fiscales sin precedente.

Las simulaciones de largo alcance realizadas por mi departamento son escalofriantes. Si seguimos como hasta ahora, los responsables políticos tendrán que acabar por subir drásticamente los impuestos y/o recortar servicios del Gobierno que los estadounidenses necesitan y dan por sentados. Todo tipo de programas: los préstamos a estudiantes, el sistema de autopistas federales, los parques nacionales, las fuerzas de policía federales o incluso nuestras fuerzas armadas.

Los problemas económicos de nuestro país disminuyen nuestra flexibilidad a la hora de abordar problemas nuevos. Por ejemplo, la población de Estados Unidos está envejeciendo. Decenas de millones de baby boomers -y yo soy uno de ellos- están a punto de jubilarse. Muchos de esos jubilados vivirán mucho más que sus padres y sus abuelos. El problema es que, en los próximos decenios, no va a haber suficientes trabajadores a tiempo completo que puedan impulsar un crecimiento económico fuerte ni sostener los programas de prestaciones sociales existentes. Como ocurre en la mayoría de los países industrializados, Estados Unidos dispondrá de menos trabajadores que paguen impuestos y contribuyan a los programas federales de seguridad social. Al mismo tiempo, cada vez habrá más jubilados, que reclamarán sus pensiones, su atención sanitaria y sus ayudas.

Otra tendencia poco prometedora: las empresas estadounidenses están reduciendo las prestaciones de jubilación queofrecen a sus empleados. Eso significa que todos vamos a tener que prever mejor, ahorrar más, invertir de forma más prudente y resistir la tentación de gastar ese dinero antes de jubilarnos.

Además de los desequilibrios fiscales, Estados Unidos se enfrenta a otros retos. En primer lugar, la globalización. Los mercados, las tecnologías y las empresas en distintos países y distintas partes del mundo están cada vez más unidos, y las comunicaciones a través de continentes y océanos son instantáneas. Esta nueva realidad quedó muy patente con la reciente caída de los mercados de valores en todo el mundo. Asimismo, nos enfrentamos a retos tecnológicos. En los últimos cien años, pero sobre todo en los últimos veinticinco, los espectaculares avances tecnológicos han transformado todo, desde la forma de hacer negocios hasta la forma de comunicarnos, pasando por el tratamiento y la cura de las enfermedades. Nuestra sociedad ha pasado de la era industrial a la era del conocimiento, en la que las aptitudes y los conocimientos especializados son dos claves para triunfar. Desgraciadamente, Estados Unidos, que dio al mundo a Benjamin Franklin, Thomas Edison y Bill Gates, se ha quedado por detrás de muchos otros países desarrollados en las calificaciones de ciencias y matemáticas en el bachillerato.

En muchos aspectos, nuestra calidad de vida nunca ha sido mejor. Vivimos más tiempo, estamos mejor educados y tenemos más probabilidades de ser propietarios de nuestros hogares. Pero, al mismo tiempo, los estadounidenses tienen diversas preocupaciones también relacionadas con la calidad de vida. Entre ellas, una enseñanza pública deficiente, unas ciudades llenas de embotellamientos, una cobertura sanitaria insuficiente y la tensión de tener que cuidar de nuestros ancianos y quizá de nuestros hijos al mismo tiempo.

La propia prosperidad de la que disfrutamos exige cada vez más de nuestra infraestructura física. Serán necesarios miles de millones de dólares para modernizar autopistas, aeropuertos, canalizaciones de agua y sistemas de alcantarillado. El reciente desplome del puente en Minneapolis fue una sonora llamada de atención. Las demandas de inversiones de este tipo rivalizarán cada vez más con otras prioridades nacionales.

Para mantener la capacidad de abordar estos y otros problemas, Estados Unidos debe recuperar la disciplina fiscal y centrarse en el futuro. Necesitamos, en ambos extremos de Pennsylvania Avenue -la Casa Blanca y el Congreso- y a ambos lados del pasillo político, a líderes que hagan frente a estas circunstancias, hablen con claridad, quieran colaborar para impulsar el progreso y tomen decisiones difíciles. De la misma manera que necesitamos el liderazgo de los Gobiernos estatales y los ayuntamientos, las empresas, las universidades, las instituciones benéficas, los think-tanks, el Ejército y los medios de comunicación. Hasta ahora, se han visto muy pocos llamamientos a hacer cambios trascendentales y compartir los sacrificios.

Estados Unidos es un gran país, seguramente el más grande de la historia. Pero para que siga siéndolo debemos reconocer la realidad y hacer los cambios necesarios.

Hay similitudes asombrosas entre la situación actual de Estados Unidos y la de la antigua Roma. La República romana cayó por muchas razones, pero merece la pena recordar tres: el declive de los valores morales y del civismo político dentro de su territorio; el exceso de confianza y de utilización del Ejército en tierras extranjeras, y la irresponsabilidad fiscal del Gobierno central. ¿Les suena? Ha llegado el momento de aprender de la historia y tomar medidas para garantizar que la República de Estados Unidos sea la primera capaz de superar la prueba del tiempo.

David M. Walker es interventor general de Estados Unidos y responsable de la Oficina de Cuentas del Gobierno federal. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia. © Global Economic Viewpont.

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