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Viva América

Juan Cruz

Un diputado catalán, y catalanista, de CiU, el que dijo el otro día que el president Montilla hubiera sido bueno para Franco, dijo también que España se parece cada vez más a las repúblicas latinoamericanas. ¿En qué? En que son repúblicas bananeras.

Qué sabrá él. Hay tantas cosas en las que España debería parecerse a América, y en tantas se parece, a decir verdad, que reducir a la comparación política esa semejanza es propio de un desprecio que no se merecen ni España ni América, por mucho que ese desprecio nazca del tópico al que se suben los que practican el desconocimiento para basar sus opiniones.

España es el espejo enterrado de América, que diría Carlos Fuentes. Un enorme cúmulo de hechos, históricos, culturales, políticos, económicos, humanos, nos juntan de tal manera que ahora imaginar América es imaginar España. Otra vez. Siempre. Como se dice en la plaza de Tlatelolco, de aquella difícil relación nació la América de hoy, y la España de hoy no sería nada si no fuera ese espejo. Han pasado los siglos y han pasado las circunstancias; allí no somos ajenos y ojalá aquí no sean tampoco ajenos los latinoamericanos.

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La comparación de un diputado de CiU expresa un desprecio que no se merecen ni España ni América

Este país, miembro de la Unión Europea, ha puesto fronteras a latinoamericanos que tendrían que entrar y salir aquí como por su casa, porque esta es su casa, y aquella es la casa de los que vamos. La pelea de los visados es una de las lacras de esa relación, que España no ha sabido romper. Pero ese no es sino un daño colateral, e incluso circunstancial, que acaso la sabiduría del tiempo ayude a curar. América y España tienen otra relación que circula por ríos más profundos y que tienen en la literatura o en el arte o en la historia su frecuencia sentimental más exacta.

Los que reducen América a esa invocación de la banana como fruto que les resulta cómodo para las comparaciones simulan ignorar todo esto.

Se suele decir que los nacionalismos se curan viajando, y en este nacionalismo de parroquia que expresó en su juicio temerario el parlamentario catalán se encierra el más viciado y habitual de los tópicos acerca de la naturaleza de América.

La enfermedad que genera ese estrabismo se curaría viajando, sí, e incluso sin viajar. Basta con ir a las bibliotecas a buscar los libros de los grandes poetas mexicanos, los tratados de los buenos gramáticos colombianos o chilenos, las novelas de los buenos narradores del Cono Sur o de América entera... De esa caterva de conocimientos se puede deducir una historia repleta de creaciones ilustres que han mejorado la lengua común y la ha puesto a la altura más creativa de las lenguas del mundo.

América es España y viceversa, España es iberoamericana; y cada día esa ecuación está más basada en la igualdad, en una identidad de historias y de objetivos que ojalá fuera más fructífera, más honda y más seria. Es muy común que, en aras del lugar común, la gente tome a América en vano. En este caso, lo que quería decir aquel diputado catalán (que se apellida Tremosa) es que somos tan bananeros como los latinoamericanos.

¿Tan bananeros, más bananeros, igual de bananeros? Tan bananeros. Claro, no se tientan la ropa a la hora de hacer declaraciones porque el periodismo tiene enchufado un automático que recoge ese tópico, lo deglute, lo mete en el túrmix de lo urgente y en el subconsciente colectivo sigue prosperando la antigua idea de que América es así: bananera. Impuntual, resacosa, políticamente inmadura, poco fiable. Un lugar que resiste todas las comparaciones, y nosotros tan campantes. España se acerca a América, pero por lo peor. Eso dicen. Y lo oímos como quien oye llover en Macondo.

Se puede ir a las bibliotecas, o a las librerías. Pero también vendría bien viajar, claro. Además, no hay visas. Y no es preciso hacer todo el trayecto. Se puede ir poco a poco; América no se descubre en un día, del mismo modo que no puede reducirse a un tópico. Hay gente que cree que puede hacer un recado en Venezuela mientras viaja hacia México, y hay personas que consideran que Argentina está cerca de Cuba, y se puede ir en un salto de una cultura a otra, de una banana a la banana siguiente. Pues no. América es muy grande, y muy diversa, en geografía, en culturas.

Si viajaran quienes tienen el tópico siempre a punto de disparo se encontrarían en esos países con sorpresas extraordinarias. Los que creen que América es Chávez, Morales, Castro, Kirchner, Uribe, Calderón, Lugo, etcétera, y se dejan llevar por la tentación malsana de tomar la parte por el todo, hallarían allí, en los países que ellos reducen tan solo a la sombra política, museos extraordinarios, e incluso extravagantes, teatros que se llenan siempre, librerías que son una joya para el espíritu y una referencia para el mundo, bibliotecas inverosímiles en lugares que antes eran lumpen puro, festivales del libro en el que miles de lectores silenciosos escuchan a los poetas, esta vez sí, como quien oye llover en Macondo.

Decía Victoriano Crémer: "Dios qué vida, da rabia beber sin alegría". A América aquí se la festeja hasta que se la fustiga. Y da rabia beber de esa copa con que brindan por América los que no la conocen o no la quieren conocer. Los que, para compararla, resbalan en la banana y en el estruendo se llevan por delante un territorio lleno de diversidad y, por tanto, de poesía.

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