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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Zapatero y Rajoy, líderes en recesión

Nuestros dirigentes políticos suspenden encuesta tras encuesta desde julio de 2008. La crisis ayuda a entender por qué ha caído su popularidad, pero no los exonera de la responsabilidad en la gestión de su propia imagen

El verdadero carácter de una persona, dicen, sale a relucir en los momentos de dificultad. De ser así, los líderes políticos españoles estarían revelando carencias alarmantes en estos tiempos de penurias económicas. Son estas las que marcan las diferencias frente a otros periodos.

En efecto, los datos que arrojan las encuestas no dejan en buen lugar a nuestros líderes. De acuerdo con los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas, en los últimos seis meses José Luis Rodríguez Zapatero ha rebajado por dos veces el peor registro histórico de un presidente del Gobierno español, y ya es el primero que no logra superar la cota del cuatro a lo largo de tres tristes trimestres. Tanto José María Aznar como Felipe González conocieron esas profundidades, pero solo de forma esporádica. Zapatero parece hundido en ellas, y quién sabe si todavía le queda trecho hasta tocar fondo.

La economía ejerce una gran influencia en la opinión pública, sobre todo si las cosas van mal
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El líder de la oposición necesita transmitir una credibilidad que todavía no ha logrado

La caída del líder socialista no ha conocido descanso desde las elecciones generales de 2008. Esta tendencia no es nueva. Los presidentes suelen verse abocados a un proceso de desgaste gradual una vez superada la euforia de su elección. La victoria otorga un margen de crédito que infla las valoraciones del presidente, pero generalmente en pocos meses se reestablece el equilibrio. Lo llamativo es la intensidad con la que el fenómeno se manifiesta en esta ocasión y lo que está tardando en llegar ese punto de equilibrio. Tan acusada es la erosión de Zapatero, que desde su reelección ha visto recortadas sus notas a razón de un punto por año, con lo que suma un nuevo récord negativo.

No hay duda de que este acelerado desgaste viene propiciado por la crisis económica. Si algo nos enseñan los estudios demoscópicos es que la economía ejerce una influencia formidable en la opinión pública, especialmente cuando las cosas vienen mal dadas. Las recesiones pueden llegar a tener efectos devastadores en la popularidad de los Gobiernos, por más que la evolución de la economía obedezca a factores que en buena medida escapan de su control. Los ciudadanos atribuyen responsabilidades según sus propias percepciones, y en ese reparto el Gobierno es siempre el que más recibe; y el presidente, su cabeza más visible, quien se traga la mayor parte del pastel, sea dulce o amargo.

Pero el panorama actual ofrece otra particularidad. Lejos de sacar provecho, los líderes de la oposición parecen destinados a seguir al presidente en su descenso a los infiernos. A día de hoy ninguno de ellos se acerca siquiera al aprobado. En una racha sin precedentes en las series históricas del CIS, nuestros dirigentes políticos suspenden en bloque encuesta tras encuesta desde julio de 2008.

Por más que las predicciones de voto favorecen la suerte del Partido Popular, tampoco Mariano Rajoy sale muy bien parado de la coyuntura. De hecho, en los últimos años la valoración del líder de la oposición ha seguido una trayectoria claramente descendente, casi en paralelo al deterioro de la imagen del líder socialista. Es cierto que ha ido recortando distancias y ahora se encuentra más cerca de Zapatero de lo que ha estado desde que este llegó a La Moncloa, pero lo hace en una posición de rechazo popular desconocida en la cúpula del PP desde la época de Hernández Mancha.

Esta circunstancia puede resultar sorprendente. En cierto modo, cabría esperar que la popularidad de los líderes fuera un fiel reflejo de la competición partidista, de manera que lo que pierde el Gobierno lo gana la oposición, y viceversa. Pero la realidad es bien distinta.

A nivel agregado, las valoraciones de los líderes tienden a moverse de forma relativamente independiente y, si acaso, fluctúan en direcciones paralelas, aunque con intensidades distintas según las circunstancias de cada uno. Este patrón revela la existencia de un estado de ánimo colectivo que repercute en la evaluación de los políticos al margen de su perfil ideológico e idiosincrasias personales. Aunque se desconoce la naturaleza precisa de esa variable, todo apunta a que está estrechamente relacionada con la percepción que los ciudadanos tienen de la vida pública y su satisfacción con el rendimiento de las instituciones. Cuando los juicios sobre la situación del país son negativos todos los líderes se resienten, sobre todo si tales juicios están basados en condiciones objetivas que dejan poco margen a la controversia, como sucede ahora con la crisis económica. La crisis produce una suerte de malestar genérico en la ciudadanía, un descontento cuyos efectos no están restringidos al presidente del Gobierno, sino que se extienden al conjunto de la clase política, aunque lógicamente es él quien los padece de forma más acusada.

Sin embargo la historia no se acaba ahí. Las circunstancias económicas influyen poderosamente en la popularidad, pero por encima de todo contribuyen a perfilar las condiciones a partir de las cuales se juzga a los líderes políticos. Las circunstancias cambiaron y la cruda actualidad les pilló a contrapié. Zapatero y Rajoy, que forjaron su imagen en un contexto de fuerte polarización ideológica, pasaron en poco tiempo de un escenario marcado por la confrontación de valores antagónicos a otro dominado por la necesidad de encontrar soluciones a problemas prácticos que trascienden las fronteras ideológicas. Sus respuestas al nuevo contexto han sido tardías e incoherentes en un caso, vacías y acomodaticias en el otro; ambos, de todos modos, han cedido la iniciativa a la situación económica.

Es sabido que en condiciones de crisis el partido del Gobierno lleva todas las de perder. Tal como están las cosas, a Zapatero le convendría recuperar el control de la agenda política y tratar de desviar la atención del estado de la economía para fijarla en un ámbito en el que no parta con una desventaja tan evidente. Sin embargo, la opinión pública española parece tan concienciada de la gravedad de la situación, que difícilmente se va a dejar distraer con otros asuntos que, con la que está cayendo, podrían parecer triviales. La maniobra natural pasaba por llevar el debate económico a la necesidad de minimizar los costes sociales de la crisis, pero el Gobierno perdió esa baza al embarcarse en un agresivo programa de recorte del gasto, renunciando con ello al contrapunto necesario con la oposición conservadora. Dilapidada, para desconcierto de su parroquia, la reputación ganada con los avances realizados en política social, a Zapatero no le queda otra que esperar que la jugada salga bien y que la economía muestre signos de mejoría con tiempo suficiente antes de los comicios.

Rajoy, por su parte, se sabe con el viento a favor y parece decidido a aguardar a que la crisis le sirva en bandeja la presidencia. Aunque pueda parecer que evitar el debate sobre las medidas necesarias para salir de la crisis favorece sus intereses, no le conviene relajarse en exceso si no quiere comprometer su autoridad en un futuro Gobierno. Sus opciones de ganar las próximas elecciones generales crecen en la medida en que la recuperación tarda en llegar, pero para asegurar la jugada necesita transmitir un grado de credibilidad que, a tenor de sus notas en las encuestas, todavía no ha logrado. El hecho de que se encuentre todavía por detrás de Zapatero, al tiempo que el PP aventaja al PSOE en intención de voto, sugiere más bien que los populares avanzan a pesar de su líder, no gracias a él.

La recesión, en definitiva, ayuda a entender por qué la popularidad de los líderes se ha precipitado a niveles tan mediocres, pero en ningún caso los exonera de la responsabilidad en la gestión de su propia imagen. Rendidos a las circunstancias, han encomendado su suerte al calendario de la recuperación de una situación económica aparentemente indómita. De ahí que su popularidad, ahora más que nunca, se vea arrastrada por los caprichos del mercado.

Guillem Rico es politólogo y ha publicado recientemente Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral en España (Madrid: CIS, 2009).

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