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Tribuna:EL DARDO EN LA PALABRA
Tribuna
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Con algún género de dudas

¿Deben obedecerse las leyes, decretos, regulaciones y demás rémoras contra el albedrío humano, cuando contienen yerros idiomáticos reveladores de que, al dictarlas, se ha hecho una higa al diccionario? ¿No es la ley del idioma la más democrática, como hechura directa del pueblo, y, por tanto, la más respetable? Parece que no, al menos para la Comunidad de Madrid, la cual, según reza su Boletín Oficial, deseando poner orden en los modernos apareamientos, ha dictado una providencia que elimina barreras jurídicas a las que llama 'parejas de hecho' (puro inglés: de facto couples).

Y es en tal providencia, de 19 de diciembre último, donde habla 'de los derechos de los homosexuales y lesbianas'. No es infrecuente error, pero impensable en el autor del desmán, sin duda selecto funcionario. Porque la condición de homosexual nada tiene que ver con el homo 'hombre' latino, sino con el griego homos, que significa 'igual': en efecto, a los homosexuales les gustan las personas de igual sexo. Y dado que las lesbianas son homosexuales (Safo, en la isla griega de Lesbos, amaba a las muchachas a quienes enseñaba el arte de la poesía, si es que Anacreonte no inventó la noticia), se ignora por qué la Ley autonómica las excluye de la homosexualidad y forma con ellas grupo aparte. Mejor dicho, no se ignora la causa: es por ignorancia.

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Cabe, sin embargo, explicar por qué se piensa que la homosexualidad alude sólo a la de varones, en correlato con lesbianismo. Y es que la opción más frecuente hoy para denominar tal naturaleza en los hombres es la de gay, vocablo que, en contextos circunspectos como sin duda es la Ley, se trata de evitar. Porque, en efecto, el término, según define con su acostumbrada exactitud el Nuovo Zingarelli italiano, gay es el homosexual contento y hasta orgulloso de serlo. No estamos seguros de que eso ocurra exactamente así en España, pero las compilaciones de léxico gay, que no escasean en Internet, apoyan esa nota lexicográfica. Hasta en textos hórridamente cibertraducidos aparece hombre alegre en lugar de gay. Así que, hablando con cuidado, se prefiere homosexual a esa última palabra, a costa de fundir sus significados. Además, hay homosexuales que, tal vez, no sentirían satisfacción al ser nombrados gays.

Es esta la razón, pensamos, de que, además de la perturbación introducida por el homo latino 'hombre', la Ley madrileña haya dado ese traspiés, sacando a las lesbianas del recinto de quienes, en amor, necesitan al mismo sexo. Si ha reservado homosexuales para los varones que lo son, se debe casi seguro a que ese término ha parecido menos connotado que gay, más respetuoso.

Es notable, por cierto, la palabra gay; empezó calificando el arte de los trovadores en lengua provenzal, practicantes del Gay Saber, aquel monótono y bello modo de cantar a las damas regulado por las Leys d'amors. Con las formas gai y gaie, el término calificó y califica en francés todo lo alegre. De este vocablo salió por los años treinta el gay norteamericano, empleado en las cárceles para nombrar eufemísticamente a los homosexuales, tanto hombres como mujeres, aunque estas últimas prefirieron pronto acogerse al de lesbianas. Y con una inyección semántica de viveza combativa regresó a Francia, a Europa.

Gay indiscutible es quien sale del armario, expresión que se limita a calcar el inglés americano coming out of the closet. Y armario designa en los medios gays españoles a quien permanece escondido, sin atreverse a salir, de quien se dice que es un armario o que va de armario. Por cierto que un movimiento de ateos yanquis se ha apropiado de la expresión, y llega a distinguir cinco fases en el proceso evasivo: en la primera, ni aun la esposa conoce el ánimo del fugitivo; después, la esposa lo conoce; tras ello, saben de él algunos amigos discretos; seguidamente, no se hace ningún esfuerzo para ocultarlo; y, por fin, la puerta a hacer gárgaras.

Otro anglicismo ampliamente utilizado en España referido a ese mundo es el de ambiente, término que, según uno de los léxicos de ordenador en que me documento, significa 'circuito de locales frecuentados por gente gay o lesbiana', es decir, bares, hoteles, discotecas, saunas: todo lugar donde puede haber 'meneo' (sic). El término ambiente aparece en nuestra lengua desde el siglo XVI, tomado del latín ambire `rodear´, y hoy designa, entre otras cosas, 'condiciones o circunstancias físicas, sociales, económicas, etcétera, de una colectividad'. En francés, junto a ambiant se formó el siglo pasado ambiance, importado en inglés como ambience. Término difícil de hispanizar americanizándolo a mocosuena (hubiera sido, horror, ambiancia), por lo que, en nuestra lengua, se cargó ambiente con la acepción vista.

Nada de esto causa perturbación al idioma: cada comunidad homo o hetero suele necesitar sus propias jergas, que la aísla de quienes no la entienden o, para seguir en ésta, no entienden y son straights. Pero hay un neologismo que no pertenece estrictamente al lenguaje de la homosexualidad, aunque también la engloba. Se trata del desarrollo impetuoso que, día a día, va adquiriendo el vocablo género para acoger tanto al varón como a la mujer, incluidas sus distintas orientaciones sexuales. Y acabo de emplear un anglicismo que se está colando en el idioma sin ninguna resistencia; orientar es 'dirigir o encaminar', y la mujer y el hombre no nacen orientados, sino poseedores de una determinada condición, índole o naturaleza: cualquiera de estas palabras u otras semejantes hubieran debido elegir quienes, para traducir, macarronizan.

Volviendo a género, en la conferencia de Pekín de 1995, ciento ochenta gobiernos firmaron un documento donde se adoptaba el vocablo inglés gender, 'sexo', para combatir la violence of gender (la ejercida por los hombres sobre las mujeres) y la gender equality de mujeres y hombres. Y el término se repitió insaciablemente en los documentos emanados de la masiva reunión convocada en el año 2000 por Naciones Unidas llamada 'Beijing+5': este + es porque habían pasado cinco años desde la pequinesa.

Ocurre, sin embargo (Webster), que, 'en rigor, los nombres en inglés carecen de género' gramatical. Pero muchas lenguas sí lo poseen, y en la nuestra cuentan con género (masculino o femenino) sólo las palabras; las personas tienen sexo (varón o hembra). A pesar de ello, los signatarios hispanohablantes aceptaron devotamente género por sexo en sus documentos, y, de tales y de otras reuniones internacionales, el término se ha esparcido como un infundio. Lo señalé hace meses, pero por ahí tenemos galopando tan aberrante anglicismo; y, a quienes tan justa y briosamente combaten la violencia contra el sexo, ejerciéndola cada vez más contra el idioma.

Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia Española.

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