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Más allá del cine

José María Lassalle

El cine es un sector de enorme importancia para la cultura española, pero no agota ésta. Es cierto que a la vista de la gestión de la ministra González-Sinde y de las iniciativas desarrolladas por ella, bien podría afirmarse que lo único que le interesa es el cine. En este sentido, resulta sorprendente ver cómo en unos presupuestos que sufren un recorte de más de un 10%, el único sector cultural que sale bien parado es el cine.

Este agravio comparativo no se entiende bien y requiere una respuesta que trascienda el hecho de que Ángeles González-Sinde proceda profesionalmente de este sector. ¿Por qué se prioriza el cine de este modo? ¿Por qué un sector que no acaba de funcionar todo lo bien que sería deseable es tan singularmente beneficiado? ¿Por qué no se apuesta por un modelo de ayudas a través de desgravaciones fiscales o el impulso de las asociaciones de interés económico? ¿Qué hace que se cuide al cine en un momento de austeridad y se haga soportar a otros ese esfuerzo? ¿Acaso son menos importantes el resto de las Bellas Artes, la conservación del patrimonio o las grandes instituciones culturales del Estado, esto es, el Museo del Prado, el Reina Sofía o la Biblioteca Nacional?

La cultura debe tener un papel primordial en un modelo de crecimiento competitivo
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En el fondo, los presupuestos de cultura que ofrece el ministerio reflejan que la cultura es una especie de icono de cartón piedra que, de cuando en cuando, el Gobierno socialista decide sacar en procesión para sumar voluntades y apoyos partidistas.

El ministro saliente, César Antonio Molina, tenía una política cultural ambiciosa que estaba al servicio de una estrategia de país con la que el Partido Popular tenía importantes coincidencias. Su error fue que no supo comprender que no era eso lo que se le pedía desde La Moncloa. De hecho, su dimisión y el nombramiento de González-Sinde confirman que para el presidente Zapatero lo prioritario no es sentar las bases de una política cultural de Estado, sino seguir fidelizando las adhesiones de algunos que persisten en arrogarse la representación del conjunto del mundo de la cultura. Que en el siglo XXI sigan proyectándose esquemas de análisis de la cultura que son herederos de mentalidades ideológicas del periodo de entreguerras resulta sorprendente. No sólo por la inactualidad del relato que le sirve de apoyo, sino por la enorme ineficiencia e irrealidad de la interpretación de lo que representa hoy en día la cultura.

Y es que, como dice Giuseppe Patella, "la cultura ha pasado de ser cada vez más materia de contienda y objeto de oposición" para convertirse en un "campo de fuerzas profundamente estratégico donde se libra la batalla global, donde se confrontan, encuentran y resitúan intereses,valores y significados"; de hecho, la cultura es hoy "la gran arena en que se entretejen la acción individual y la colectiva, y en que se juega cada vez más, el destino de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo".

Por eso, es lamentable ver cómo pasa el tiempo y España sigue desaprovechando la oportunidad para hacer de la cultura una auténtica política de Estado. Una política que refunde sus bases, que repiense e imagine las posibilidades que le brinda el bloque cultural que contiene la Constitución y que no se ciñe al reparto competencial previsto en los artículos 148 y 149, sino que va más allá, pues la cultura es un deber que el Estado asume con el conjunto de la ciudadanía de acuerdo con el artículo 9.2 y que debido a las dimensiones económicas y empresariales que reviste de forma creciente, se inserta también en el marco de la planificación general de la actividad económica que compete al Gobierno de España en virtud del artículo 149.1.13 de nuestra Carta Magna.

De ahí que urja impulsar un proceso de reformulación institucional de la cultura que saque pleno provecho a las ingentes posibilidades que ofrece la cultura española. Quien piense que la cultura de nuestro país es una especie de confederación de culturas territoriales, fragmentadas y localistas denota una pobreza de análisis y de rigor intelectual que bien merecería un retorno cautelar a las aulas de enseñanza elemental.

La crisis nos obliga a repensar el papel de la cultura española y el debate de presupuestos podía haber sido el escenario propicio para ello. Sin embargo, no se ha aprovechado la oportunidad. A la ministra no le interesaba el tema y no ha dado la batalla política que tenía que haber librado en el Gobierno para lograr una apuesta mucho más ambiciosa por la cultura. Lo triste es que su partido siga atrapado por las prioridades tactistas de querer mantener un statu quo cultural que es cada vez más ineficiente. Sobre todo si deseamos que la cultura tenga un papel primordial en el desarrollo de un modelo de crecimiento competitivo, ya que no cabe duda de que en este campo España es capaz de ofrecer un producto excepcional, capaz de situar a nuestro país a la cabeza no sólo de Europa, sino del resto del mundo. En este sentido, tenemos que ser capaces -socialistas y populares básicamente- de llegar a un acuerdo de Estado que permita rentabilizar todo el provecho que ofrece a nuestro país ser titular de una cultura con una dimensión internacional que, gracias a ese extraordinario soft power que es el castellano, trasciende nuestras fronteras. Es la hora de apostar por ello y ahormar, como insiste José Luis García Delgado, una estrategia que concatene la lengua, la cultura y la economía, ya que de este modo atenderemos la "exigencia de contribuir a la defensa y promoción de este recurso estratégico de primer orden que es el español, cuyo uso se extiende por los cinco continentes".

El Grupo Popular ha querido con sus enmiendas forzar este debate y volverá a insistir en ello consciente de que la inmensa mayoría de los españoles quiere un liderazgo institucional transformador en materia cultural. España necesita una política cultural del siglo XXI. Una política que sea neutral en términos ideológicos. Que saque a la cultura de la confrontación actual y que localice sus esfuerzos institucionales en impulsar la vitalidad expansiva y plural de una cultura española que no admite ya seguir siendo tutelada o auspiciada por modelos de mecenazgo públicos que, como denuncia Fumaroli, acaban convirtiendo a un partido cultural en el Ministerio de Cultura. La cultura ha soportado demasiada ideología y demasiada disgregación de competencias. Es la hora de un liderazgo cultural que despliegue una gestión emprendedora que coordine y fomente toda nuestra energía y potencialidad creadora. En fin, es el momento de una política de Estado para nuestra cultura.

José María Lassalle es secretario nacional de Cultura del PP y diputado por Cantabria.

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