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Una amenaza para Europa

Todavía es difícil extraer conclusiones de los combates que han enfrentado a Rusia y Georgia con el pretexto oficial de la suerte de las provincias de Osetia del Sur y Abjazia, aparte de ésta: se confirman los peores temores que podíamos tener sobre la Rusia de Putin. Año tras año, suceso tras suceso, el país se reafirma en su oposición a lo que denomina Occidente y vuelve a ser una amenaza para Europa.

Desde luego, siempre es posible explicar su actitud y atribuirle razones válidas para haber querido dar una lección a Georgia y, a través de ella, a Estados Unidos. Hay que recordar que, con la desintegración de la URSS y el nacimiento de la Georgia independiente, las dos provincias en disputa hicieron público su rechazo a integrarse en esta última república y su deseo de situarse bajo la tutela rusa. Fue la Rusia de Yeltsin la que quedó encargada de "mantener la paz" en Osetia y luego en Abjazia; en la práctica, los dos territorios, bajo la protección del Ejército ruso, no aceptaron nunca formar parte de Georgia.

La obsesión de Putin es el regreso de la potencia rusa con objetivos puramente nacionalistas
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Por lo tanto, era no sólo arriesgado sino ilógico por parte del presidente Saakashvili querer restablecer su autoridad por la fuerza. Lo que ha conseguido ha sido permitir una demostración de fuerza a Putin y una prueba de la impotencia de Estados Unidos en la región, aunque el derecho internacional estuviera claramente de parte de Georgia.

Pero habría sido conveniente acordarse de la advertencia que hizo Rusia en el momento en el que se aceptó la independencia de Kosovo. Los rusos avisaron, en nombre de la protección que consideraban que debían otorgar a los nacionalistas serbios, que, si se aceptaba la independencia de Kosovo, ellos la considerarían como un precedente aplicable a las provincias separatistas de Georgia. Salvo España, que lo había advertido en su momento, los norteamericanos y los europeos hicieron mal en no tener en cuenta la amenaza rusa: si los occidentales violaban el Derecho Internacional en Kosovo, los rusos advertían que harían lo mismo en Georgia.

Además, con esa mezcla de cinismo absoluto e ironía hiriente que caracteriza el vocabulario de Putin, Rusia ha resaltado que ha actuado en Osetia como los estadounidenses lo hicieron en Irak. No importa que Georgia sea una democracia, sólo importa el hecho de poder dar la vuelta a la doctrina de los neoconservadores que justificó la guerra de Irak y que Rusia dice haber aplicado en Georgia, en este caso para un cambio de régimen que quizá ha sido uno de los objetivos de Rusia para la guerra. Es decir, los norteamericanos han recibido una dosis de su propia medicina.

En este contexto, Europa ha desempeñado el único papel al que podía aspirar: el de la diplomacia y el alto el fuego. Desde este punto de vista, el presidente Sarkozy ha cumplido su tarea lo mejor que ha podido, con una relativa eficacia, más meritoria todavía porque la Europa a la que representaba no era unánime. Entre la postura radical de Polonia y los países bálticos y la preocupación de Alemania, para no hablar de Berlusconi, ayer portavoz de Bush y que ahora parece haber querido serlo de Putin. Porque, más allá de este episodio, es preciso valorar el peligro que representa hoy para Europa la ambición de Putin.

Recordemos la frase clave que explica el comportamiento de Putin en el escenario internacional: la de que la caída del imperio soviético fue "la mayor catástrofe estratégica de la historia". Un poco después, en febrero de 2007, durante la conferencia de seguridad en Múnich, agitó la amenaza de la vuelta de la guerra fría.

La obsesión de Putin, formado en la escuela del KGB, es el regreso de la potencia rusa; no una potencia que contribuya al equilibrio mundial, sino una potencia con objetivos estrictamente nacionalistas.

Representa, pues, una amenaza para países como Georgia, Ucrania y los países bálticos, a los que Moscú considera parte de su cinturón de seguridad, de las marcas del Imperio. Ya se sabe que, para Moscú, la adhesión de Ucrania y Georgia sería un casus belli. A ello hay que añadir el chantaje permanente que la condición de productor de gas y petróleo de Rusia le permite ejercer sobre los países europeos, que cometen el error de presentarse ante ella de forma dispersa. Ésa es la gran pregunta estratégica que debe hacerse la UE: cómo comportarse ante una Rusia que ya no duda en pasar de la amenaza a la ejecución.

Jean-Marie Colombani, periodista francés, fue director de Le Monde. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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