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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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El ángel con las tablas y el viejo del safari

Ante el peligroso safari que espera a los socialistas, José K. elige al veterano guía para evitar ser devorado por los leones. Porque esto de la renovación -otra vez no, por favor- le parece una broma de mal gusto

José María Izquierdo

José K., bajo la mortecina luz de su salón-comedor-cocina, lee la información en su periódico de siempre. Primero lo hace una vez, luego dos; incrédulo, repite hasta la tercera. Resulta que un señor que se llama Mitt Romney quiere ser presidente de Estados Unidos por el Partido Republicano. Nada ocurriría si este señor no fuera mormón. ¿José K. es un intransigente y un sectario que no admite las creencias religiosas de sus semejantes? En absoluto. Pasa que nuestro hombre no puede entender cómo un papamoscas capaz de creerse que un ángel se apareció con unas tablas de oro al buscador de tesoros Joseph Smith en 1805 -Voltaire había muerto 27 años antes- aspire a algo más serio que al carromato del circo. Mentecato y meapilas, sí, es verdad, pero con varios millones de dólares escondidos en las islas Caimán. Y además, echador gozoso de trabajadores. ¡Qué gran metáfora, se dice José K., siempre contento de haber podido ejercer su irreprimible vocación de feroz comecuras y azotador de clerizánganos!

¿Qué opinión tiene José K. sobre la fraternal liza, más liza que fraternal, según algunas fuentes?
No le atrae en demasía quien se muestra como figura joven, pertrechada de 'facebuques'
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Pero ya de camino al café habitual, se le viene a la cabeza que esta ridícula idolatría no difiere mucho de la que adorna a nuestro flamante ministro del Interior, quien tuvo también -él mismo, sin intermediarios- una revelación divina estando de viaje a Las Vegas. Que ya me dirán ustedes, se dice José K. torciendo la sonrisa, si es sitio para creer en apariciones, excepto si se han llenado la buchaca con varios cientos de miles de dólares en The Venetian, el Bellagio o el Luxor, que no consta en el caso que nos ocupa. Revelación agustiniana que no impide al ministro -"la política es un magnífico campo para el apostolado, la santificación y el servicio a los demás (...) el lugar donde Dios quiere que esté"- a encargar labores principales de su departamento a quienes tienen probada su condición de reyes de la ignominia o de la ineptitud.

¿Hablamos pues de este Gobierno, se pregunta José K.? Solo un poco, que aún andan los novicios envueltos en ver quién manda más o menos, peleando por hacerse con los mandos de su cartera. Parece que el triunfo en las elecciones les hubiera pillado desprevenidos, y aquí están con todos los planes abiertos encima de la mesa y sin saber si cenamos o se muere padre. Apenas ha habido tiempo para ver cómo algún ministrillo gallito y vendehumos dragoneaba con castigos penales para todo aquel que gasta en demasía, convertido el bocón en un nuevo Holden Caulfield, guardián entre el déficit, salvando a todos los niños-administradores para que no caigan al precipicio.

No quiere José K. seguir por ese camino de radiografía del Gobierno, que se conoce y no debe subirle la tensión. Lleva días, por ejemplo, sin tan siquiera querer avizorar la reforma laboral que nos espera. Entrevé que el Gobierno, alentado -oé, oé, oé- por la doliente patronal, prepara una alevosa cadena de recortes a los trabajadores basada en el afamado lecho de Procusto, que ya saben que era un señor que no alargaba la cama sino que cortaba las piernas al ingenuo que le hubiera confiado su descanso.

Tampoco quiere prestar ni un nanosegundo de atención a las agencias de calificación -ay, qué dolor solo de oír su nombre- porque se le hincha la vena de la frente, el pulso se le acelera y le entra el sofoco. Y de las agencias, esas tres hermanas a las que tanto y tanto queremos, ¿qué más podría decir José K. que no hayan dicho miles, qué digo miles, millones de ciudadanos colgados del gancho del carnicero mientras los agencieros gritaban ¡mal, muy mal!, hay que exprimirles más, qué es eso de sanidad y educación gratuitas? Igualitos que esos brutales aficionados al boxeo que se sientan en la primera fila y jalean al grandullón, que ya tiene contra las cuerdas al pobre contrincante sangrando como un nazareno: dale, arréale, con la derecha, al estómago. EL PAÍS, fíjense, ha puesto cara a las agencias, que uno les observa y no lo cree. ¿Qué tendrá esta señorita en la mirada para que le hagan más caso que a Joseph Stiglitz, por ejemplo, que es un señor muy serio y muy estudioso, que se ha ganado hasta un Nobel?

Y en estas tenemos a los socialistas sentados ante la pista de tenis, cabeza para allí, cabeza para allá, buscando desesperadamente a quién echar a las fieras para que se le coman los leones o los cocodrilos -qué más da- entre otros animales de mal carácter y buena dentadura, sin olvidarnos de los buitres y las hienas que rebañarán sus ya desnudos huesillos. En este pipiripao que han organizado los deudos de José Luis Rodríguez Zapatero, que no siempre se recogen herencias millonarias, parece que al final van a tener que decidir, salvo aparición estelar de última hora, entre una y otro. Y ante esta tesitura, ¿qué puede hacer el dolorido y apaleado militante que sufre la tragedia de querer a dos personas a la vez, y no estar loco? ¿Tiene opinión José K. sobre la fraternal liza, más liza que fraternal, según algunas fuentes?

Recuerda nuestro hombre su más que dilatada edad, se ve casi contemporáneo de Joseph Smith y a veces hasta de Procusto, antes de expresar su opinión. Imagínense ustedes, qué va a pensar este anciano. Aunque sea por solidaridad generacional. José K. pertenece a ese grupo que hace tiempo, muchísimo tiempo, ya sobrepasó los 60. Lo cual, en primer lugar, significa que también cumplió los 40, y sabe, perfectamente, por tanto, todo lo que ignoraba a esa edad y lo poco que importaba esa ignorancia, de la que apenas se era consciente. Quizá no se sepa mucho más a los 60, pero sí se sabe que no se sabe. Un pequeño paso pero un gran avance para la humanidad. ¿Se hace entender José K.? Porque esto de la renovación -otra vez, no, por favor- le parece una broma de mal gusto a un longevo con artrosis.

Nada definitivo tiene en su contra, que conste, que quizá hasta sea la reedición de Rosa Luxemburgo, pero no le atrae en demasía quien se muestra como figura joven, dinámica, pertrechada de facebuques y tuiters, dispuesta de nuevo a descubrirnos que la Tierra es redonda, que solo pertenece al viento y favorable a enseñar la otra mejilla. Le hubiera gustado más a José K. que tan renovado continente hubiera venido acompañado de un contenido pleno de arengas aceradas o medidas ilusionantes, de ahora o de hace 10 años, comprometidas con esa nueva izquierda europea que tantos esperan. Y, sobre todo, de decirnos cuál es el camino y cuál la meta de este terrible viaje -Mad Max sería un paseo recreativo- que espera a los suyos. Pero si nada de eso se ha producido, ¿por qué creer que es la persona adecuada para alumbrar la larga travesía?

Decía José K. de las fieras salvajes. Ahora insiste. Para luchar contra los leones se llevan unos rifles de aquí te espero. Y el guía del safari, que va a durar unos cuantos años, ha de ser un tipo con cicatrices en sitios honestos o deshonestos, producto de sus muchos años de brega con semejantes fieras. Algunas veces se da bien la caza y en otras muy mal, que ni un miserable animalillo te echas al coleto. Como ya le ocurrió en una ocasión reciente. Pero tras esa desilusión y a la vista del proceloso viaje que se avecina, a José K. le parece una apuesta en exceso arriesgada dejar conducir el abollado tráiler en la carretera sinuosa a quien nunca ha conducido tales cíclopes. Más seguro parece el viejo rastreador que al menos ha dicho hacia dónde se dirige: allí. Interesa ahora alguien que ya ni siente los hachazos, que sabe que solo hay una consigna: "Luchar, fracasar, volver a luchar, fracasar de nuevo, volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria" (Mao Zedong).

Se gira José K. y mientras regresa a su madriguera, ufano y jacarandoso, murmura sonriente: "A mí a rojo no me gana nadie".

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