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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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La angustia del "nieto 102"

Soledad Gallego-Díaz

¿Tienen más derechos las abuelas a conocer a sus nietos que una persona adulta a negarse a conocer su auténtica filiación? El dilema ha vuelto a plantearse estos días en Argentina, donde las Abuelas de Mayo han anunciado la identificación del llamado "nieto 102", un hombre de 32 años, que no quiso someterse voluntariamente a las pruebas genéticas y tuvo que ser obligado a ello por un juez.

El joven fue criado por la familia de un oficial de la Fuerza Aérea que ahora está huido, acusado de un delito de lesa humanidad: apropiarse del bebé de una joven montonera que desapareció y fue presumiblemente asesinada después de dar a luz. Lo que se discute, evidentemente, no es si ese militar debe ser detenido e investigado, sino si quien se creía su hijo debe aceptar que se le identifique de manera coercitiva, y colaborar así, obligatoriamente, en esa incriminación.

Adultos que no han cometido delito y que, en todo caso, han sido víctimas solo reclaman que les dejen en paz

En Argentina es posible que aún existan unos 400 casos de niños que nacieron durante el secuestro de sus madres y que fueron entregados ilegalmente en adopción por los responsables de la dictadura militar, en la mayoría de los casos a miembros de la policía o de las propias Fuerzas Armadas. Su edad debe rondar ahora entre los 30 y los 35 años.

El "nieto 102" es un abogado especializado en temas medioambientales que prefiere mantenerse en el anonimato (aunque Clarín, el mayor diario argentino, hizo añicos esa pretensión al publicar la identidad de su padre adoptivo). Por lo que se ha sabido, cuando las Abuelas de la Plaza de Mayo empezaron a investigar el destino del bebé al que había dado a luz María Graciela Tauro durante su secuestro en la terrorífica ESMA, localizaron a este hombre, pero no fue posible realizar la identificación porque se negó en redondo a facilitar muestras de ADN.

En noviembre del año pasado, el Parlamento argentino aprobó una nueva ley por la que se declara obligatorio prestarse a esas pruebas genéticas y se autorizaba a la justicia, en caso necesario, a obtener muestras de manera coercitiva, incluso allanando el domicilio de la persona afectada y confiscando sus ropas íntimas. Esto es lo que ha ocurrido ahora, cuando el juez que investigaba la denuncia de las Abuelas de Mayo acudió al domicilio de este hombre y le ordenó que se cambiara de ropa y entregara cuatro prendas en las que presumiblemente se pudieran hallar rastros de ADN. Comprobadas estas muestras con datos que figuraban en el Banco Genético, se determinó que se trataba del hijo de María Graciela y de su marido Jorge Rochistein, también secuestrado y desaparecido desde 1977.

"El joven tiene todavía una abuela viva, de 86 años, que vive en otra ciudad y que no está bien de salud, pero también otros parientes que están festejando haber encontrado a quien por tantos años hemos buscado", declaró a la BBC la presidenta de Abuelas de Mayo, Estela de Carlotto. "El joven no está con nosotros porque está en un proceso muy duro. La experiencia que tenemos de casos anteriores nos permite suponer que éste va a terminar bien", anunció. El interesado no ha hecho ninguna declaración.

La ley ya provocó muchas dudas y polémicas en su momento. Primero, porque muchos creen que está destinada especialmente a Marcela y Felipe Noble, hijos adoptivos de la propietaria del grupo Clarín, Ernestina Noble, a quienes las Abuelas de Mayo requieren desde hace siete años para que se sometan a las pruebas del banco genético, por creer que pueden ser hijos de "desaparecidos". De hecho, en mayo pasado, un juez obligó a los dos jóvenes a desprenderse de varias prendas íntimas delante de funcionarios especializados, sin que, inesperadamente, los análisis hayan podido realizarse de manera correcta. La ley plantea además un serio problema con respecto a la intimidad de personas adultas que no han cometido ningún delito, sino que, en todo caso, han sido víctimas de él y que, en algunos casos, solo reclaman que les dejen en paz, como pidió, infructuosamente, este desconocido y angustiado "nieto 102".

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