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Ese chico de León se va

Cada uno se alegra a su modo del fin del terrorismo y ese hombre que en el laberinto de la Moncloa atiende a acechanzas financieras, siente su personal satisfacción. Se la guardará. El silencio y la soledad de estos últimos días son la continuación de toda su presidencia y van con su naturaleza reservada. En su personalidad está el origen de sinceras incomprensiones, desconfianzas y también animadversiones. Los políticos regeneracionistas, y Zapatero es un regeneracionista español puro, son percibidos con hostilidad por buena parte de la sociedad que ellos pretenden cambiar. Siendo alguien entregado a su sueño de España no es nada arquetípicamente español o, al menos, castizo. Rasgos antropológicos suyos como su individualismo, ascetismo, reserva o sus buenas maneras resultan casi un insulto a quienes dominan el espectáculo de la política española. Por otro lado, sus fuertes convicciones despiertan la burla de ese cinismo que goza de gran prestigio en la vida pública española y su cultura republicana arranca abucheos de la extrema derecha.

Los años de Zapatero no han sido un paréntesis, cambiaron a su partido y al país
Desde Suárez ningún presidente de Gobierno fue tan atacado
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Desde Suárez ningún presidente de Gobierno fue tan atacado. Fajado en el aparato del partido, diputado varias legislaturas, miembro del Comité Federal cuando su partido gobernaba y profesor de Derecho Político fue acusado de inexperto, ignorante, falto de preparación... Considerando los currículums de los anteriores presidentes es muy excesivo e injusto. Los ataques contra él y su entorno fueron sistemáticos desde una maquinaria ideológica que se fraguó bajo Aznar con un objetivo: negar sus dos victorias electorales, su presidencia.

Zapatero gana la secretaría de su partido tras una generación exhausta, todos los observadores coincidían en que era necesaria una refundación y tendría que hacerla una nueva generación. Las generaciones políticas no son necesariamente generaciones biológicas, aunque ése es el modo más común, y la confusión y los malentendidos sobre ese asunto fueron un flanco débil todos esos años. Su candidatura a la secretaría fue la presentación en sociedad de una nueva generación biológica, pero luego sus gobiernos conciliaron edades y procedencias. Comprensiblemente, quienes se sintieron desplazados vieron a quienes llegaban como advenedizos sin pedigrí. Sin embargo, aunque llegó a la secretaría con un equipo de gente de su edad, él ya era un solitario en el Comité Federal y tampoco se disolvió en un grupo generacional. A diferencia de González, él no llegó acompañado de "su" generación y mantuvo una distancia con loselementos de esa nueva hornada, lo que creó incomprensión cuando al final estalló una lucha sin límites por el poder en el partido.

Los resquemores alcanzaron a una generación intelectual que se sentía identificada con la anterior etapa del partido, también los intelectuales luchan por su existencia y por el poder, Zapatero traía consigo una nueva cultura política que no comprendían ni aceptaron. Optó por defender su independencia de todo tipo de tutelas y solo se puso en las manos de la ciudadanía, no hizo un reconocimiento previo de lo intelectual establecido y lo establecido no lo reconoció. Él mismo es un intelectual, pero un político intelectual que solo reconoce la autoridad que nace del voto. "Ese chico de León", una caracterización que encierra elitismo generacional y cierto clasismo de pomada cortesana, resume el modo en que lo quisieron ver: un intruso, un "parvenu" sin categoría condenado a estar de paso. Pero se quedó.

Tras la primera legislatura su imagen era la de un gobernante valiente y audaz. En su haber, una ampliación impensable e histórica de las libertades y el reconocimiento de derechos de las personas (mujeres y homosexuales serán testigos si tienen memoria), haber extendido la cobertura social, haber animado la modernización y democratización de la sociedad española y haber intentado en dos fases sucesivas de dos modos distintos acabar al fin con ETA. Cosa que, seguramente, ha conseguido. Quedaría en su "debe" el fracaso de su intento de encontrar un sitio para la memoria de los vencidos en la Guerra Civil y el de encajar a Euskadi y Cataluña en un proyecto español común. Para interpretar federalmente la Constitución se necesitan federalistas, y no hay. Quedan, de un lado, el proyecto nacionalista español interpretado desde un Madrid político mediático y, del otro, los proyectos nacionalistas en marcha de Euskadi y Cataluña. Quienes boicotearon la Ley de la Memoria Histórica también boicotearon la "España plural", alguien ya estará imaginando una España sin Euskadi y Cataluña.

Pero tras esa primera legislatura vino la crisis: un gran agujero negro que se traga todo, incluso el recuerdo de aquella primera legislatura. Quizá su intención de despedirse al final de la legislatura le negó la visión necesaria para afrontar el tornado que sacude Europa y EE UU, pero, sobre todo, su visión entusiasta militante de España le impidió reconocer los signos que aparecían. La esperanza y el ánimo optimista son para avanzar, como hizo en la primera legislatura, pero en esta segunda se precisaba un político muy realista o pesimista, y eso fue en lo que se transformó finalmente. Se le critica que tardase en reaccionar pero que se sepa todos los presidentes de Gobierno y sus ministros de Economía actuaron de forma parecida. Y resulta una burla oír aquí a quienes crearon la burbuja inmobiliaria, un Gobierno de Aznar que transformó toda España en solar edificable, cargarle la culpa de sus consecuencias a Zapatero. Este afirmó recientemente que se arrepentía de no haber pinchado la burbuja del ladrillo: no podía pincharla porque no estaba en su programa y carecía del poder para hacerlo. Ni Gobierno alguno habría estado dispuesto a ponerle el cascabel a ese gato: crecería el paro, protestarían los sindicatos, las cajas y bancos, la oposición... Seamos sinceros, unos crearon la burbuja pero la hinchamos entre todos. Hasta hace un año todos nos lamentábamos por el mileurismo que impedía comprar vivienda propia a los jóvenes y optábamos por esas hipotecas desmedidas que ahora nos amedrentan. Atribuiremos nuestros pecados a Zapatero para que los cargue y se los lleve lejos, podremos conservar nuestra inocencia sintiéndonos víctimas.

Pero el tiempo de Zapatero no fue un paréntesis, quien crea que puede volver a los años ochenta se equivoca. La crisis tiene una consecuencia imprevista en Europa, los Estados nacionales se diluyen, hasta desaparecer en la práctica algunos casos, y se está creando aceleradamente un Estado europeo conducido por Alemania. Pero aquí además ha decantado un proceso de cambios, persiste la división nacional interna pero además la sociedad ha cambiado y se han desvanecido las referencias simbólicas, sociales, mediáticas, políticas y culturales compartidas. Excepto la selección de fútbol. Esta es una crisis nacional: resulta que todo era mentira. No solo ha reventado un modelo económico, también la realidad virtual que habitábamos desde hace décadas, tejida con los hilos entrelazados de la política y la especulación; en su interior, el aire era una moral social corrupta. Los dos grandes partidos tienen una responsabilidad en ello, tanta como la mayoría de nosotros.

Los europeos debemos olvidar nuestra vana indignación porque está cuestionado el ir siempre a más: el hegelianismo decimonónico autocomplaciente, de izquierdas o de derechas. Estamos en una placa tectónica que desciende mientras asciende otra, viene el tiempo de China, India, Brasil..., se evaporan nuestras melifluas ilusiones. Esto es la "chinización": una sociedad más desprotegida socialmente y la precarización del trabajo.

Se nos va un tipo decente y valiente pero, para que podamos comprender su viraje en los últimos tiempos, el presidente nos debe una explicación: qué vio la noche del día 9 al 10 de mayo de 2010. Parece que se asomó a un abismo, debemos conocer qué monstruos lo habitan. Y si vio los límites de nuestra realidad necesitamos conocerlos, ahora que las paredes del mundo en que vivíamos se están desplomando. Lo necesita la izquierda para imaginar un futuro más justo pero sin infantilismo y lo necesitamos el conjunto de la ciudadanía.

Suso de Toro es escritor.

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