La cita de Bagdad
La conferencia que reunirá en Bagdad la semana próxima a altos funcionarios de EE UU, Irán y Siria, entre otros, para tratar sobre Irak debería ser ocasión inexcusable para que Washington rompa tras cuatro años su tabú de no hablar cara a cara con el régimen de los ayatolás. La aceptación estadounidense de sentarse junto a dos de sus enemigos favoritos, ambos con acreditada influencia sobre los acontecimientos de Oriente Próximo, podría ser interpretada como un giro político inteligente, y así parecía desprenderse de las palabras esta semana de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, al sugerir un encuentro posterior de ministros de Exteriores para hacer el seguimiento de la situación iraquí. La Casa Blanca se ha apresurado a enfriar las expectativas al declarar que la cita iraquí es un encuentro colectivo (miembros permanentes del Consejo de Seguridad, Liga Árabe, Conferencia Islámica...) que excluye conversaciones bilaterales, tanto con Irán como con Siria.
La participación estadounidense, unida al cambio de tono diplomático, sugiere, sin embargo, una alteración en la estricta política respecto a Teherán, definida por el axioma de que, sin el abandono previo por los iraníes de su acelerado programa de enriquecimiento de uranio, no hay contactos. Responda este giro aparente a la conveniencia de salvar la cara ante las presiones del Congreso mayoritariamente demócrata o al incipiente regreso a una política de realidades, el encuentro iraquí, si se produce según lo previsto, representa una oportunidad para que Bush, en un momento crítico, aplique a Irán un rasero similar al utilizado con Corea del Norte o Libia. Quizá Washington considera que después de sus últimos gestos de firmeza (refuerzo de su potencia aeronaval en el Pérsico, eficaces represalias financieras, nuevas sanciones en marcha del Consejo de Seguridad, entre otros) se puede permitir el lujo de dar una opción a la vía del diálogo, aunque sea de tapadillo.
Que el encefalograma diplomático no es totalmente plano lo muestra la inusual visita, primera oficial, que hará esta semana a Arabia Saudí, un bastión suní y aliado de EE UU, el presidente iraní Ahmadineyad. Ni este viaje ni la cita de Bagdad del 10 de marzo ocurren por casualidad. Por eso es lícito abrir un hueco a la esperanza, aunque por ahora sea difícil prever que un eventual encuentro entre Washington y su enemigo integrista pueda conducir a una salida de distensión.
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