Con una crisis basta
Estamos sufriendo una crisis económica grave, y no sé si puede resolverse pronto o si será tan larga como prevén los pesimistas. Tengo la sensación de que ninguno de nosotros -los ciudadanos de a pie- lo sabe, y de que los economistas expertos se han equivocado demasiado para que les demos crédito. Tampoco sé si el actual Gobierno está haciendo cuanto puede, o si podría hacerlo mejor. Pero en esta cuestión casi todos opinamos según nuestra tendencia política. Basta conocer a alguien para adivinar lo que va a decir. Todos los que me conocen saben, pues, que confío mucho más en el partido que está en el poder que en el de la oposición.
Lo único que sé es lo que veo ocurrir a mi alrededor. La crisis está ahí, y es dura, y afecta a miembros de distintas clases sociales, pero no es ni remotamente igual para todos. La crisis es patética para los que pasan hambre, pierden la vivienda, están en el paro. Y en el orden de prioridades, para este Gobierno, para otro, para quien sea, lo primero es que se cubran las necesidades de alimentación, de vivienda, de cuidados médicos y de enseñanza de los más desposeídos.
La crisis saca a la luz nuestro feroz egoísmo, nuestra mezquindad, la falta de solidaridad
Esto lo sabemos todos (me refiero a los que debiéramos considerarnos privilegiados, ¡y cuán pocas veces lo reconocemos, lo decimos!) y es probable que lo suscribamos casi todos. Y, sin embargo, la crisis económica nos está arrastrando a otras crisis, a crisis morales, estéticas, a conductas ruines, a actitudes lamentables. Los desesperados, los desposeídos, tienen derecho a reaccionar como puedan, como se les antoje. ¡No vamos a pedirles que soporten lo que se les viene encima con elegancia! Pero no tiene justificación que los demás perdamos los buenos modales como los estamos, me temo, perdiendo.
Es molesto que lloriqueemos por cosas superfluas de que deberemos privarnos, por lo que han bajado nuestras acciones o nuestra cuenta en los bancos de Nueva York. Es irritante que protestemos de los impuestos. Es escandaloso que aprovechemos la situación para rebajar los sueldos de las asistentas, para suprimir la aportación a las asociaciones benéficas (en el momento en que más lo necesitan), para prescindir de servicios que nuestros medios nos siguen permitiendo y que eran el medio de vida de quienes nos los prestaban.
La crisis económica ha levantado las barreras que nos impedían sacar a la luz nuestro feroz egoísmo, nuestra mezquindad, la falta de solidaridad, la crueldad con que defendemos nuestra parcela, el ridículo sin límites de nuestra tacañería, la autocompasión menos justificada.
¡Con una sola crisis basta y sobra, señores! ¡No hace falta que nos convirtamos además en unos pequeños e inconscientes miserables!
Esther Tusquets es escritora.
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