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La crisis del capitalismo especulativo

En el curso de los últimos 20 años la humanidad, atónita, ha podido asistir a dos grandes implosiones de carácter político y económico: la del mundo soviético (1989-1991) y la del capitalismo especulativo-financiero neoliberal, que supuso en 2007 el origen de la crisis global en la que aún estamos inmersos. Ambas implosiones se produjeron de forma pacífica y, curiosamente, pusieron en cuestión los fundamentos de los sistemas que no sólo fueron rivales, sino que dividieron el mundo durante el siglo pasado. Y que todavía, de una forma u otra, siguen dividiéndolo.

El comunismo fue un ideal utópico que ya en el siglo XIX galvanizó a muchos millones de seres humanos y que llegó a ser una referencia, un mito y una esperanza para todos aquellos que desinteresadamente murieron por él. Pero fue también un colosal embuste, que condujo a los gulags o campos de concentración a millones de opositores con absoluto desprecio de los derechos humanos, la justicia y la libertad de las personas, y sin alcanzar realmente la tan pregonada igualdad.

Hay que reformular una socialdemocracia que en muchos casos se dejó "colonizar" por el neoliberalismo
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Fue un aparatchik, proveniente de las filas del PCUS y que llegó a ser su secretario general, quien tuvo el valor de dinamitar el sistema desde su propio interior: Mijaíl Gorbachov, que gobernó la URSS durante escasos años, pero fue uno de los políticos más relevantes de un siglo XX, en el que destacan figuras legendarias, como Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Gandhi, Tito, Nasser, Willy Brandt, Mitterrand, Luther King y Nelson Mandela, entre otros. Y, pese a todo, Gorbachov nunca llegó a ser bien comprendido por el pueblo ruso.

La segunda implosión se produjo 20 años después, aproximadamente, y resultó igualmente pacífica, cuando el capitalismo financiero-especulativo de tipo neoliberal dio origen a una gravísima crisis que aflige hoy al mundo entero y que sólo es comparable a la gran crisis de 1929.

Como es sabido, el epicentro de la crisis se localizó en Estados Unidos y está ligado a los dos desastrosos mandatos presidenciales de Bush. Tiene mucho que ver, en efecto, con la estrategia que Bush desarrolló contra el terrorismo tras el 11 de septiembre de 2001, y con las dos guerras que desencadenó: en Afganistán, con la infeliz cobertura de la OTAN, y en Irak, contra un dictador (uno de los pocos por los que sentía desagrado), Sadam Hussein, con el falso pretexto de la existencia de armas que suponían un riesgo para la seguridad de Estados Unidos.

No se trata, con todo, de una crisis financiera y económica únicamente, sino también política, social y medioambiental. Y, a pesar de algunas señales de mejoría, provocadas por las inyecciones de dinero público -es decir, de los contribuyentes- en bancos y grandes empresas al borde de la quiebra, no está aún superada, por desgracia. Todo lo contrario. Que se lo pregunten a algunos premios Nobel de Economía, como Joseph Stiglitz y Paul Krugman, o al gran economista francés Daniel Cohen, autor de un libro cuyo título es perfectamente significativo: La Prosperité du Vice (La prosperidad del vicio). Y mejor que ellos nos lo aclaran una tasa de desempleo que sigue creciendo exponencialmente, el déficit de los Estados, que no deja de aumentar, o la contracción de los créditos.

El presidente Obama, que ganó las elecciones en pleno desastre financiero y económico de Estados Unidos, consiguió movilizar a la mayoría del electorado norteamericano anunciando un nuevo paradigma humanista y solidario. En otras palabras: nuevas políticas, tanto en el ámbito interior como el exterior. Su eslogan Yes, we can hizo creer a los americanos que era posible vencer la crisis.Los europeos, por el contrario, seguimos sin brújula. Nadie sabe hacia dónde se encamina la Unión Europea. Respecto al propio Tratado de Lisboa -desestabilizado a causa de la crisis, por más que represente un gran paso adelante en el frente institucional-, parece arriesgado prever si será ratificado por Irlanda o no. Cada vez hay un mayor número de escépticos. Entre tanto, ha vuelto a formarse -de facto, no de iure- un directorio de los países más fuertes: Alemania, Francia y Reino Unido. Son ellos -y sólo ellos- los que toman las grandes decisiones. A ello hay que sumar que los liderazgos europeos son hoy especialmente mediocres, como escribe el Courrier Internacional, reproduciendo un artículo de Dier Spiegel, en su edición portuguesa de este mes. Todo el mundo político europeo es consciente de que eso es así.

¿Qué hacer, pues? Tengamos confianza y no nos dejemos invadir por el desánimo. La crisis va a liberar nuevas energías. El mercado no está muerto. Todo lo contrario: siempre, eso sí, que esté sujeto a reglas éticas y políticas. Y lo mismo puede decirse respecto a la globalización: sólo le hace falta -tarea difícil, sin duda- una mayor regulación.

Surgirán nuevas generaciones y nuevas energías para afrontar las tareas del momento. Es necesario reglamentar y supervisar los mecanismos del mercado. También reforzar el Estado de derecho. Y, además, reformular el socialismo democrático -que en muchos casos se dejó "colonizar" por el neoliberalismo-, dignificando el trabajo, profundizando en las políticas sociales y luchando con mayor seriedad en defensa del planeta, muy amenazado, y por la solidaridad entre los seres humanos, sin exclusiones.

Mário Soares ha sido presidente y primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.

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