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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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La crisis del euro

Soledad Gallego-Díaz

El euro entró en funcionamiento en los bolsillos de los ciudadanos europeos el 1 de enero de 1999. Ya entonces se sabía perfectamente que la Unión Monetaria daría estabilidad a la economía y alentaría un crecimiento sostenido, pero que cuando llegara la primera crisis del sistema, provocaría un terremoto en algunos de los países miembros, que solo podrían afrontar el golpe aumentando brutalmente el paro y bajando el nivel de vida de sus ciudadanos.

Se sabía, pero se aseguró que, llegado ese momento, el euro contaría ya con los mecanismos protectores de una auténtica unión fiscal y económica, una gobernanza de la eurozona que evitaría las peores consecuencias de esa terrible perspectiva. Merecía la pena empezar por la moneda única porque la inestabilidad sufrida por las distintas divisas europeas en 1993 (cuando hubo feroces ataques especulativos que hicieron, entre otras, la fortuna de Soros) les había costado a los países de la UE, incluidos Alemania y Francia, dos puntos de crecimiento.

Era obligación del Banco de España impedir el endeudamiento privado que fomentan los bancos y entidades de crédito

Así pues, el euro nació sabiendo todo el mundo lo que podía pasar si no se levantaban a tiempo las barreras protectoras que tienen otras monedas internacionales. Pasaron 10 años y ninguno de esos mecanismos estaba en pie. ¿Culpa de Grecia, de Irlanda? Indudablemente, no. Los Gobiernos (conservadores, todo sea dicho) de los dos países serán culpables de muchas cosas, pero, desde luego, no de haber impedido que la Unión Europea creara el entramado de gobernanza económica necesaria. Eso es y fue culpa directísima de Alemania y Francia y de países medianos, como España, que sabíamos que nos podía coger el toro, pero que fuimos incapaces de liderar ese debate, encantados con el fuerte crecimiento que nos cayó encima.

Visto con un poco de perspectiva, debería asombrarnos, por ejemplo, la capacidad que ha tenido el Banco de España para distraernos todo el tiempo de la realidad. ¿Cuántas veces hablaron sus responsables sobre la imperiosa necesidad de reformar el mercado de trabajo? ¿Cuántas nos aleccionaron sobre la importancia de cambiar el régimen de pensiones? Centenares de veces. Y mientras hablaban de todo eso, que no forma parte de sus competencias, callaban sobre lo que sí hubiera sido su responsabilidad y su obligación: impedir el explosivo endeudamiento privado que fomentan los bancos y entidades de crédito. Increíblemente, el mensaje sigue siendo hoy el mismo. ¿Alguien podría, por favor, recordarles cuál ha sido la deuda alimentada bajo sus narices por los bancos que ellos estaban encargados de vigilar? Sinceramente, ¿qué hubiera sido realmente más útil a la hora de afrontar esta crisis: una reforma de las pensiones españolas o la creación de un fondo permanente de apoyo al euro, una especie de Fondo Monetario Europeo?

La reforma de las pensiones españolas se llevará a cabo, seguramente. Se abaratará el despido, seguramente. Más de 25.000 funcionaros irlandeses perderán sus puestos de trabajo y decenas de miles de parados griegos no cobrarán un céntimo de ayuda. Subirán los precios de matrícula en las universidades públicas británicas. Van pasando los meses y los recortes sociales echan humo en muchos lugares de Europa. Pero todo el mundo sabe que eso son problemas secundarios y que lo esencial son las reformas estructurales de la Unión Europea, que todavía no están en marcha o que ni tan siquiera han sido aprobadas. Hay, sí, un tímido paquete de medidas de supervisión financiera que arrancará en 2011; otro paquete de medidas presupuestarias (sobre todo para castigar a los países que no cumplan con la disciplina fiscal, aunque esperemos que no se llegue al absurdo extremo de quitarles el derecho a voto a los infractores, lo que sería equivalente a expulsarles de la UE). Pero todavía se tiene que llegar a un acuerdo para que el Fondo de Estabilidad del euro sea permanente (quizá, en la cumbre europea de diciembre) y, sobre todo, pasarán meses antes de que sea posible despejar la gran duda que subyace debajo de todo esto: ¿está Alemania re-nacionalizándose?

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