_
_
_
_
_
LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La crisis política

Josep Ramoneda

Por caminos, en parte, imprevistos, la crisis política ha irrumpido en medio de la crisis económica. La crisis económica ha ido desgastando al presidente Zapatero, sobre todo porque, atrapado demasiadas veces en la negación de la evidencia, ha perdido la confianza de la ciudadanía. Pero esta desconfianza no se había traducido en crisis política por dos razones: porque con su buena relación con los sindicatos y con su esfuerzo en mantener las políticas sociales básicas, Zapatero había conseguido que la conflictividad social estuviera ausente en un momento económico tan delicado; y porque el PP, encallado entre la onda de corrupción expandida en su seno y la estrategia de Rajoy de ganar con el mínimo esfuerzo, le había dejado espacio de maniobra incluso para extender la duda sobre la voluntad de afrontar la crisis por parte de una oposición situada en la tesis del "cuanto peor, mejor".

Las dudas han crecido cuando Zapatero ha resultado ser el presidente invisible de la UE. Más que la presidencia de España, es la presidencia de Alemania o, si se prefiere, de la señora Merkel, que hace y deshace y lleva a la Unión por donde le conviene, con Sarkozy a rebufo, sin que el presidente pinte nada, como estamos viendo estos días en la agónica gestión de la crisis griega.

¿Dónde está Zapatero? Esta pregunta, que se hace cualquier observador de la realidad europea, se la formula cualquier ciudadano español cuando el caso Garzón y la crisis del Tribunal Constitucional ponen sobre la mesa algo más que dos conflictos institucionales: unas señales inequívocas de que suenan poderosos vientos de restauración, de regreso al pasado, en la vida política española. Y que el PP está promoviendo un cambio cultural que podría conducir al país a una muy seria regresión. Mientras acusan a Zapatero de entretenerse con otros problemas para tapar su ineficaz gestión de la crisis, los responsables del PP muñen estos otros problemas en la línea de un viaje al pasado. Su campaña contra Garzón busca la consolidación definitiva del blanqueo del franquismo. Su apuesta por llevar el Estatuto de Cataluña al Tribunal Constitucional está recogiendo los frutos buscados: avanzar hacia un cierre autonómico, como el que ya prometió Aznar en su momento, que debería culminarse con la reducción de la presencia de los partidos periféricos en el Parlamento. Su política con la inmigración se basa en el "calumnia, que algo queda", como ha ocurrido en Badalona con el insulto a los rumanos, que ha quedado en unas excusas públicas, que son gratis, y ninguna sanción. Y así sucesivamente. Se está tratando de hacer virar a España hacia atrás y Zapatero no se da por enterado. ¿Complicidad o impotencia?

Algunos hablan de enfrentamiento entre instituciones y otros acusan a los partidos catalanes de desafiar a los poderes del Estado. ¿Qué hay que hacer sino defenderse cuando se impone paulatinamente una concepción restrictiva de la Transición en la que realmente es difícil reconocerse? Ahora resulta que la Transición no era un acuerdo pragmático para construir la democracia entre todos, sino una garantía de impunidad ya no jurídica, que se daba por supuesta, sino incluso moral y política para el franquismo. Personalmente nunca entendí que la amnistía prohibiera que España reconociera algún día su pasado, que el franquismo quedara blanqueado para siempre. Pero ahora resulta que sí: el franquismo sólo es para los historiadores.

¿Qué hay que hacer si se niega toda flexibilidad al Estado de las autonomías, si se rechaza definitivamente la vía de la bilateralidad en la relación entre Cataluña y España, si se responde la voluntad popular de los ciudadanos de Cataluña con un estropicio al Estatuto que ellos votaron? Si el Estatuto catalán decae por decisión del TC, el Estado autonómico habrá dejado de ser útil para la articulación de España y evidentemente estaremos ante una crisis política de envergadura. Cuando se responde a las aspiraciones de autogobierno colocando una pared delante, ¿qué ha de hacer Cataluña? ¿Estrellarse?

Los fundamentos sobre los que el presidente pretendió construir su proyecto -España plural y profundización de la democracia- se están resquebrajando. Y el presidente se desentiende. ¿Dónde está el Zapatero que juraba por una España mucho más plural y abierta? ¿Dónde está el Zapatero que prometía reconocimiento a las víctimas del franquismo? ¿Dónde el que abogaba por una justicia despolitizada respetuosa con la soberanía popular que es la que le da legitimidad como a todas las instituciones? Zapatero se ha perdido en el laberinto de la crisis económica y ahora, además, tendrá que lidiar con una crisis política.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_