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OPINIÓN
Columna
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La crisis social

Joaquín Estefanía

Desde el principio de las actuales dificultades económicas, hace ya más de cuatro años, las autoridades de todo el mundo intentaron impedir de manera explícita o implícita dos aspectos que temían más que un nublado: que la recesión se convirtiera en depresión, y que la crisis económica deviniese en una crisis social y política. Que no se repitiese el ambiente de pesimismo ambiental del periodo comprendido entre los años 1919 y 1939, de tan infausta memoria, en el que se escaló desde el estancamiento económico hasta la irritación social y el conflicto político, y que terminó todos sabemos cómo.

Las informaciones y las imágenes que nos llegan de Grecia cada vez con más frecuencia permiten deducir que ese país ya ha pasado de la fase de la crisis económica a algo más profundo: manifestaciones de descontento masivas y con signos de violencia, huelgas generalizadas en algunos sectores de los servicios públicos esenciales, extraordinaria crispación ciudadana ante la falta de futuro (las medidas de ajuste no solo son profundas, sino muy largas), aumento del paro (16% de la población activa) y desapego de la clase política sin apenas distinciones, al argentino grito de "¡Qué se vayan todos!".

Grecia ha superado la fase de crisis económica para entrar en otra de irritación social y desapego político

Que, además de los engaños contables que cometió el anterior Gobierno conservador -con el asesoramiento de Goldman Sachs- para ocultar los verdaderos niveles de déficit público y deuda soberana, Grecia necesitaba una cura de austeridad y una lucha contra el fraude de lo público, nadie lo niega. Que la solución sea la política compulsiva de rigor mortis que la han impuesto la Comisión Europea, el BCE y el FMI, que impide el crecimiento económico, va contra el sentido común. So pena de que los componentes de esta troika no hayan evaluado la posibilidad de un estallido social de consecuencias inimaginables entre las clases media y baja, los pensionistas y los funcionarios, principales paganos de las medidas adoptadas en sucesivos planes de ajuste, que no parecen tener fin. Cada vez que se reúne el Consejo de Ministros griego es para comunicar una desgracia.

Ya se ha proporcionado alguna vez este dato: el esfuerzo que tiene que hacer Grecia para honrar el servicio de su deuda es superior, en porcentaje del PIB, al que se exigió por indemnizaciones de guerra a Alemania, tras la Primera Guerra Mundial, en el Tratado de Versalles. Keynes, que se opuso a las mismas ante el temor de que los ciudadanos viesen a Alemania como una víctima y no como un agresor, y ello le diera fuerzas para otro conflicto bélico, escribió estas luminosas palabras: "La política de reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación, de envilecer la vida de millones de seres humanos y de privar a toda una nación de felicidad sería odiosa y detestable aunque fuera posible, aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada en Europa". Claro que Grecia no es Alemania. -

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