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LA COLUMNA
Columna
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En defensa propia

Josep Ramoneda

Desde la misma noche electoral empezó la presión sobre los rituales del poder. Si la ley impide acortar los plazos del cambio de Gobierno, que Mariano Rajoy empiece a emitir señales que den confianza, a los mercados, por supuesto. Es decir, la escena del poder sigue cambiando su enfoque: ya no se orienta a la sala de estar de las casas donde se acumulan los ciudadanos ante la tele, sino al teatro virtual de los mercados.

Pero Mariano Rajoy tiene su carácter. Y sigue a su ritmo. Un encuentro con Zapatero ha sido la máxima concesión. Conforme a su estilo, sabe que no habrá milagros. ¿Por qué precipitarse? Los tiempos de la política son muy delicados. Es importante que los marque la política, no que se los marquen desde fuera. Al fin y al cabo, tenemos que seguir creyendo que el papel de la política es promover los intereses de la ciudadanía y no adaptar a esta a los intereses de unos pocos. Por eso votamos; de lo contrario, dejaríamos vía libre a los mercados, que es el modo de gobernanza que nos amenaza si los políticos no plantan cara. A veces parece como si no se acordaran de que tienen un arma bastante efectiva que se llama Boletín Oficial del Estado.

Artur Mas decidió atender a las prisas del ambiente. Salió raudo a anunciar un nuevo paquete de medidas de austeridad y rigor. Artur Mas tiene un consejero de Economía, Andreu Mas Collell, hipersensible a las señales de los mercados. Artur Mas ha interpretado su victoria electoral como un aval de la ciudadanía a su política de recortes. Y ha obrado en consecuencia. Con su rápida actuación, allana el camino a Rajoy, que sabe que no estará solo en la política de ajuste radical, pero al mismo tiempo explica a Europa que Cataluña sí cumple. Y a su vez hace saber a los ciudadanos catalanes que estos sacrificios son necesarios porque no hay pacto fiscal, por lo injusta que es la situación de Cataluña en España.

Muchos mensajes de una sola tacada. Por un lado brinda apoyo al PP en la política anticrisis, por otro contribuye a destapar el programa oculto de Rajoy, que juró contra el copago, y sus correligionarios lo apoyan en Cataluña. Y al mismo tiempo levanta su bandera de supervivencia: el pacto fiscal. Todo el mundo sabe que es imposible con una mayoría absoluta del PP. Pero que será necesario ondear como reivindicación a lo largo de la legislatura si las cosas empeoran.

La alianza CiU-PP parece más sólida que nunca, pero tarde o temprano el choque por el pacto fiscal será inevitable. Y a CiU le queda siempre una carta: las elecciones autonómicas anticipadas para hacerse con la mayoría absoluta.

En la coyuntura actual, las derrotas son claras, las victorias son más confusas. El descalabro del PSOE no admite matices, perder cuatro millones y medio significa que se ha hecho muy mal. Solo desde esta fase destructiva en que los partidos se convierten en estúpidos orgánicos colectivos se puede ir insistiendo en que las medidas contra la crisis son la única causa de su fracaso. El PSOE en este momento no tiene ni organización, ni proyecto, ni ideología.

Mariano Rajoy tiene el mérito de haber mantenido unido el vasto mundo de la derecha, a pesar de todas las conspiraciones que se desataron contra él y que no tardarán en reaparecer, porque hay gente que tiene el gen conspirativo puesto. Pero tiene mayoría absoluta con menos votos que los que el PSOE tuvo hace tres años. La legitimidad que le da una amplia mayoría política no le garantiza el apoyo de la mayoría social si las cosas se siguen torciendo.

La mejor noticia que ha venido después de las elecciones es que Alemania también empieza a sufrir los acosos especulativos. Es el primer rasguño a la omnipotencia de Merkel. En estos tiempos postsoberanos, querer dominar la interrelación política en Europa es de alto riesgo porque divide en vez de sumar. Y sería bueno que Merkel lo aprendiera.

El gran problema de elevar la verdad de los mercados a verdad social absoluta es que coloca a los actores económicos fuera de todo control político, es decir, deja a la ciudadanía indefensa. Y evitar este descontrol debería ser la prioridad de todos los políticos, en defensa propia. Salvo que acepten ya, resignadamente, que es la economía la que establece la normatividad social y que ellos solo tienen un papel subsidiario: el de chivo expiatorio. Porque si algo tiene claro el dinero es que la culpa será siempre de los políticos.

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