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Aquellos a los que destruyeron los dioses...

El jefe de las fuerzas estadounidenses en Oriente Próximo, el general John Abizaid, tiene tres cualidades que deberían facilitar su tarea. Es de origen árabe, en un país poblado, en gran parte, por gente de origen europeo. Posee un conocimiento histórico y personal de la región, una región sobre la que gran parte de nuestra clase política sabe muy poco, sin ser consciente de ello. Y, por último, es un soldado en un país cuyos ciudadanos son enormemente belicosos, pero muy poco dispuestos a ir personalmente a luchar. A pesar de ello, hay pocas señas de que el general Abizaid pueda influir verdaderamente sobre la marcha de la guerra en Irak.

Desde luego, el oficial bajo su mando en Irak que declaró a la prensa estadounidense, el otro día, que "esta gente sólo entiende la fuerza", parecía uno de sus predecesores del siglo XIX, tal vez el coronel Custer. Nuestro ejército ha combatido contra gente de diversos colores y culturas desde 1776, y durante los 150 años anteriores, cuando los norteamericanos todavía eran británicos. Hannah Arendt describió el fascismo como la vuelta a la Europa del salvajismo y el imperio colonial. Estados Unidos insiste en que sus campañas en el extranjero no son colonialistas ni imperialistas, sino ejercicios de generosidad; como en Filipinas, donde empezamos a luchar en 1898 y todavía lo seguimos haciendo. Puede que exportemos democracia, o no. Lo que sí exportamos a gran parte del mundo es la brutalidad arbitraria de la lucha por la ley y el orden, dentro del país y en sus fronteras. Ese oficial podría haber sido un policía blanco en una barriada negra o hispana.

No obstante, nuestras fuerzas armadas han solicitado instructores. Han pedido a los israelíes que les enseñen cómo tratar a unos árabes rebeldes, y parece que hay "asesores" israelíes con nuestras tropas en el interior de Irak. Los iraquíes, desde luego, se han dado cuenta de lo que pasa. Un iraquí, después de que aislaran su pueblo con una alambrada y sus habitantes se vieran sometidos a interrogatorios, declaró que se les está tratando como a los palestinos. Sin embargo, nuestro ejército no ha aprendido la gran lección de la lucha de Israel contra los palestinos: que es una lucha imposible. Eso es lo que dijo el jefe del Estado Mayor en funciones de Israel, y se han mostrado de acuerdo con él cuatro antiguos responsables de Shin Bet, los servicios internos de seguridad israelíes. Su conclusión es que, cuanta más represión se ejerce sobre los árabes, más crece su resistencia. La captura de Sadam Husein no ha alterado fundamentalmente la situación en Irak (Y, por cierto, no parece haberse dicho todo lo que es necesario saber sobre las curiosas circunstancias en que se produjo ese acontecimiento). La demonización estadounidense de Sadam puede demostrarse errónea como la obsesión de Israel con Arataf.

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Estados Unidos es la tierra de la racionalidad tecnocrática. Con un análisis serio de los costes y los beneficios, nuestros generales no habrían consultado a los israelíes. Habrían acudido a una nación victoriosa en una guerra de guerrillas contra sus ocupantes, Vietnam. Pero sus vacilaciones son comprensibles. No se mueven sólo de forma calculada, sino por un impulso de repetición histórica. Y hay otro problema: es difícil saber, incluso en Washington, quién es exactamente el que dirige la guerra. Cuanto más habla el secretario de Estado, Powell, menos convincentes resultan sus diplomáticos al asegurar que tiene un papel importante. Rumsfeld, el secretario de Defensa, da una impresión cada vez más catatónica, como si estuviera despegándose de un mundo externo demasiado doloroso para soportarlo. El centro de decisión parece encontrarse en algún lugar de la Casa Blanca, tal vez en el despacho de un vicepresidente prácticamente invisible e inaudible. En cualquier caso, a él es al que numerosos ex funcionarios de la CIA, el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado acusan de haber organizado la falsificación de los datos sobre las armas iraquíes.

Hay otra hipótesis. Supongamos que las satrapías de la burocracia han establecido sistemas tan bizantinos que nadie puede decir quién es responsable de qué en ningun momento. El presidente no siempre controla a sus subordinados. ¿Y la decisión de incluir a Israel en la ocupación de Irak? ¿Es un golpe de mano del lobby israelí? Dicho lobby no tendría ningún poder si no se aliara con los unilateralistas republicanos. Se supone que el nuevo papel de Israel va a ser secreto, pero existen pocos secretos en Washington. Sharon tiene todos los motivos para cooperar. ¿Qué mejor forma de sabotear las posibilidades de reconciliación abiertas por los acuerdos de Ginebra que crear más animosidad hacia Israel en las naciones árabes e islámicas? A Israel no le interesa unir su destino al de una clase dirigente estadounidense perfectamente capaz de abandonar de pronto a sus clientes, sin previo aviso. Pero no parece que Sharon pueda ver más allá de su próxima cita con las autoridades judiciales que investigan la situación financiera de su familia.

El recurso a los israelíes da sustancia a las sospechas árabes e islámicas de que Estados Unidos está decidido a que haya una guerra de civilizaciones. Más importante es, sin embargo, la resurrección de una parte del ejército y los servicios de seguridad iraquíes con el fin de combatir la resistencia. Los elementos más cínicos y corruptos de la sociedad iraquí aprovecharán sus relaciones con Estados Unidos para instalarse en el poder de forma permanente. El aparato de la política exterior en Washington, normalmente, prefiere a unos autoritarios obedientes que a unos demócratas independientes. No existen pruebas de que haya alterado nada más que su retórica. Irak puede transformarse en una "democracia" al estilo de Vietnam del Sur, la Indonesia de los generales, o el Irán del Sha.

La decisión de utilizar a los israelíes coincide con el empeño en extirpar la resistencia iraquí por todos los medios posibles. Nos espera una reedición del terrible proyecto Phoenix de Vietnam, en el que fueron asesinados miles de sospechosos de pertenecer al Frente Nacional de Liberación. Estos planes presentan enormes problemas tácticos y estratégicos a un Partido Demócrata dividido, ahora que se acercan las elecciones presidenciales. Hillary Clinton, al volver de Irak, declaró que Estados Unidos no puede eludir "nuestras responsabilidades" y pidió el envío de más tropas. El gobernador Dean ha hecho vagos pronunciamientos de que hay quedar más poder a la ONU. Ninguno de ellos fue capaz de afirmar en público lo que tienen que saber: que las tropas estadounidenses, o extranjeras en general, no pueden acabar con el caos en Irak, puesto que su presencia es la causa. Mientras tanto, intensificar la guerra es una medida diabólicamente astuta por parte de la Casa Blanca, porque acentúa los conflictos entre los demócratas. Las encuestas indican que los votantes demócratas consideran un error la guerra, pero no tienen claro qué conviene hacer ahora. Lo que Bush puede perder, desde el punto de vista electoral, por no terminar con la guerra, quizá acabe ganándolo si aprovecha la incapacidad histórica de los demócratas para romper con su pasado imperial.

En cuanto a los europeos, están más en deuda que nunca con Chirac y Schröder, pero no está claro que todos lo sepan. Se dice que hay fuerzas estadounidenses en Siria, en busca de yihadistas (¿cómo piensan reconocerlos?). Viene a la memoria la lejana advertencia de Schröder contra las "aventuras". La nueva fase de la guerra de Estados Unidos en Irak es una inmensa amenaza para las posibilidades europeas de construir una nueva relación con el mundo musulmán. La campaña orquestada por Israel, y secundada por las organizaciones judías estadounidenses, que identifica las críticas a Israel con el antisemitismo y acusa de ello a los europeos, contribuye al objetivo constante del Gobierno de Bush, que es exacerbar las divisiones en Europa. El actual presidente del Consejo de la Unión Europea es muy dado a alabar la superioridad de la civilización occidental. No parece que él se haya empapado últimamente en los textos de Tucídides sobre la arrogancia fatal de los atenienses, ni mucho menos en los de su vecino de Milán, San Agustín, sobre los límites de la visión terrenal. Es posible que el hecho de que algunos jefes de Gobierno europeos tengan una visión tan corta como la de su homólogo estadounidense encuentre un consuelo teológico. Pero es un desastre histórico.

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